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Cabeza acéfala

Cuando desenterraron a Goya en Burdeos no tenía cráneo. Para unos, el estado lamentable de las artes en el mundo de hoy tiene que ver con esta decapitación. Para otros, se trata del gesto inaugural del arte del presente

Vista de la exposición 'Hay un Goya en la sopa', de Iván Candeo.
Vista de la exposición 'Hay un Goya en la sopa', de Iván Candeo.IVÁN CANDEO

Se sabe. Querían repatriarlo. Cuando desenterraron a Goya en el exilio de Burdeos el artista no tenía cabeza. Los ladrones de cráneos, dicen. Esa superchería de la Ilustración, uno de sus monstruos. Hay dos teorías sobre tan extraordinario suceso, dos posiciones a la hora de interpretar las magníficas consecuencias de lo sucedido. Para unos, el estado lamentable de las artes en el mundo de hoy tiene que ver con esta decapitación. Solo cuando se encuentre la cabeza perdida de Goya, las bellas artes encontrarán su pulso, las aguas volverán a su cauce, lo que quiera que sea la vuelta definitiva al orden.

Para otros, se trata, quizás, del gesto inaugural del arte del presente, el que mide su temperatura, el último movimiento de la cabeza de Goya dispuesta siempre a peregrinar. En efecto, ese sin cabeza, es estado necesario para el conocimiento de la poesía, de la música, del arte. ¿Un saber sin dolores de cabeza? Esa parece la respuesta de Victor Stoichita en El último carnaval. Goya habría perdido la cabeza en un último giro del sinsentido, non sense, inversión total de nuestro mundo. La religión fundada por Georges Bataille, el Colegio de Sociología Sagrada, dedicó un culto a la cabeza perdida de Goya, la revista Acéphale, una visión aterradora con música de Mozart. Ahí también acabó la Ilustración, escrita así, con mayúsculas. Todo el magnífico paisaje de las artes actuales, el presente terrible y capitalista, tiene en esa pequeña revista su respuesta. Pensar que, en el atronador reino del mercado y la mercadería que constituye el actual panorama del arte, los artistas se politizan por interés es otra de las paradojas del non sense. Los artistas se hacen políticos porque saben, presienten, son más o menos conscientes de que Goya tiene la cabeza perdida y esa cabeza perdida ha sido sustituida, per capita.

El capitalismo ha logrado engañarnos y presentarse como un legitimador de todo lo bueno, lo que da gusto

La obra de arte, seguro, nace en un lugar donde aún no existe la política, en las afueras de la ciudad, en el extrarradio. No obstante, su circulación, su aparición en la plaza pública, la posibilidad de ser vista, leída, escuchada, tiene lugar en la ciudad, en la polis, entre nosotros. Cuando te das cuenta de que la cabeza perdida de Goya es sustituida por la cabeza del capital —literalmente, con cabeza—, cuando eso lo ves cada día circulando por las avenidas de tu ciudad, el arte, sí, se politiza. Sabe que esa no es su cabeza, que la han sustituido por otra, que llevamos otra guía. Y sí, se politiza, es decir, toma conciencia de esa sustitución, minotauro o horsehead, e intenta que, por lo menos, la cabeza vuelva a perderse, siguiendo el ejemplo de Goya, claro. Pensemos que el capitalismo tiene un rostro real. El capitalismo ha logrado engañarnos y presentarse como un legitimador de todo lo bueno, lo placentero, de todo lo que da gusto. Y no, capitalismo es propiamente la sustitución de todo eso que da gusto por dinero. Capitalismo no es el mercado, es que en el mercado solo se intercambie dinero por dinero. Los que estamos seguros de que el propio Goya se arrancó su cabeza sabemos de la necesidad de esta decapitación. De pronto alguien te da unos plátanos y tú le entregas un libro. No nos confundamos. No busquemos sustituto para nuestra cabeza perdida. No se trata de que la tribu o el Estado o la patria se conviertan en nuestra nueva cabeza. Una sola cabeza para muchos cuerpos. Capitalismo de Estado llamaban los situacionistas al socialismo. No se trata de eso, para que la fruta y el poema sean intercambiables es necesario no tener cabeza.

Seguramente, que el cuerpo de Goya mezclara carnes y hueso con el de Goicoechea explica que el aragonés sea fundacional para las obras de los artistas vascos Oteiza o Agustín de la Herrán. Hegemónico el primero, loco el segundo, los dos actúan con la seguridad absoluta de quien no tiene cabeza. Los dos leen signos, a la manera de Morelli, de Freud, de Sherlock Holmes, los dos interpretan significados y significantes como si no tuvieran cabeza. Iván Candeo, artista venezolano, acaba de empezar una indagación sobre los goyas perdidos que hay en Venezuela. Cuando te muestra el retrato que, supuestamente, Goya hizo de su amigo Simón Bolívar, entiendes sobremanera lo que pasa en Venezuela, la verdadera naturaleza de su capitalismo de Estado. Esa cabeza de Bolívar seguramente debería de estar perdida. Pero no, ahora, por un momento, la cabeza perdida de Goya es sustituida por la de Bolívar, de la misma manera que, cada día, es el capital quien gobierna el cuerpo del bueno de Lucientes, de don Francisco. En su proyecto, Hay un Goya en la sopa, que presenta la galería Alarcón Criado en el calor de Sevilla, vemos derretirse la cabeza falsa de Goya, la de Bolívar y la del capitalismo. Significados liberados por fin de su significante pululan por la galería de arte como electrones libres. Conocer con el resto del cuerpo, conectarse célula a célula con el universo, disolver las fronteras entre nuestros movimientos de mano y el mundo. ¿Goya economista? Goya parece decirles a Adam Smith y a Karl Marx, sus contemporáneos, que el problema es ese, definitivamente, poner la economía a la cabeza del mundo. Decapitación, es la única manera.

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