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Liam Young, un arquitecto para salvar el mundo

Este urbanista especulativo australiano imagina y propone visiones alternativas del futuro de la humanidad por medio del cine

Liam Young en el Espacio Fundación Telefónica, en Madrid.
Liam Young en el Espacio Fundación Telefónica, en Madrid.Jaime Villanueva
Silvia Hernando

El trabajo de Liam Young (Brisbane, Australia, 1979) podría definirse tanto por aquello que hace como por lo que no. Es un arquitecto que no construye edificios, sino que cavila sobre la gestión del espacio. Un filósofo que no escribe ensayos, pero inventa historias. Un cineasta que no da vida a personajes, aunque diseña realidades alternativas. Afincado en Los Ángeles, donde imparte clases y dirige un think tank (Tomorrow’s Thoughts Today) y un estudio de investigación (Unknown Fields), Young presentó esta semana en Madrid, en la Fundación Telefónica, su exposición Construir mundos, un título que resume en solo dos palabras a qué se dedica. Se trata de un repaso de sus filmes, donde combina el uso y la reflexión sobre los usos de la tecnología con la ciencia ficción especulativa para proponer soluciones que contribuyan a sacar a la humanidad de la encrucijada. No es poca cosa. Hablamos de usar el cine para ayudar a salvar el planeta.

“Hemos llegado a un punto en que medimos el tiempo en apocalipsis”, dice Young, casi recién aterrizado de un agotador viaje desde Los Ángeles, con sorna pero también una cierta amargura. “El tipo de cosas que hace unos años marcaban los momentos decisivos de una generación ahora son un martes más. Piensa en cualquier desastre: ya lo tenemos aquí. La emergencia de la tercera guerra mundial, el mundo que arde y el inminente colapso climático, pandemias globales, una tremenda desigualdad económica y racial… Realmente hemos dado pie a una nueva edad oscura”. Sonará aterrador, pero no cae en lo agorero: la evidencia científica respalda esas afirmaciones, les pese lo que les pese a los negacionistas. “Muchos vienen a gritarme”, se ríe Young, cuyas videoinstalaciones figuran en las colecciones del MoMA de Nueva York y el Victoria & Albert de Londres. “Hay quienes niegan la realidad y otros están preocupados por las vidas de sus hijos. Pero no están dispuestos a renunciar a las comodidades y los lujos”.

Es la ciencia y nada más que la ciencia la peana en la que se aúpa este denominado arquitecto especulativo para otear sus audaces visiones de un porvenir en el que la “clásica imagen limpia y esterilizada de la utopía” es reemplazada por escenarios teñidos de claroscuros. En ellas las personas han de reacomodar sus necesidades y hacer enormes concesiones, pero a la vez se mantiene la esencia de aquello que nos hace humanos: “La mitología, la magia, el folclore”. Todo ese acervo cultural está integrado en Planet City (2021), una película que recrea una ciudad planetaria que albergaría a los 10.000 millones de personas que poblarán la Tierra en 2050 en un espacio equivalente al 2% de su superficie, dejando el resto a la reconquista de la naturaleza. Se basa en el concepto de “medio planeta”, desarrollado por el biólogo Edward O. Wilson, que predice que la extinción masiva se podría revertir liberando la mitad del globo de la influencia de nuestra especie. “Es una propuesta extrema, pero lo es porque hemos creado un problema extremo”, arguye Young, subrayando que no se trata tanto de un proyecto factible como de una “provocación”, un medio para generar “un debate sobre si queremos hacer algo así o si aún es posible tomar medidas más limitadas”.

En la película de 2021 ‘Planet City’ presenta una única ciudad que albergaría a los 10.000 millones de habitantes del planeta

El orden del recorrido de la exposición, que forma parte del programa del Festival Urbano de Arte Digital de Madrid, MMMAD, pone de relevancia cómo las películas de Young van ampliando la escala desde lo pequeño a lo infinitamente grande: empiezan por el individuo y de este se van expandiendo a las ciudades, al planeta, al universo. En Where the City Can’t See (2016), grabada con los mismos escáneres láser que utilizan los coches autónomos, dos jóvenes habitantes de una urbe sometida al escrutinio implacable de los sistemas de vigilancia masivos desarrollan sistemas de camuflaje y movimientos corporales con los que escapar a ese control. En la reciente Emissary (2022), que se estrena en Madrid, Young ha proyectado, mano a mano con la NASA, una nave espacial concebida “para ser el último objeto jamás realizado por los seres humanos”, un vehículo que navegaría por el espacio “como un monumento a nuestra existencia”. “Si estamos al borde de nuestra extinción, Emissary sería un homenaje a lo que fuimos, casi como una lápida”, explica. Ideado para vagar eternamente, “su diseño resultaría tan caro que, igual que otros proyectos como el Gran Colisionador de Hadrones o el [observatorio astronómico] ALMA, solo podría producirse por medio de una colaboración internacional”.

Aparte de la clara advertencia de que estamos alcanzando el punto de no retorno, quedan expuestas ahí algunas de las claves de las investigaciones que Young ficcionaliza: por ejemplo, que resulta imperativo “que las personas actúen desde un punto de vista planetario, no nacionalista”. Que los futuros que imagina, como el de la ciudad hipervigilada, son en realidad el presente, solo que él exagera sus cualidades para provocar un efecto en el espectador. O que la tecnología necesaria para remediar males como la emergencia climática ya está disponible. Solo hace falta darle buen uso. “No inventamos nuevos materiales más ligeros que el aire ni formas de energía sustraídas de un meteoro ni ese tipo de cosas de Marvel, sino que nos basamos en las tecnologías que hacen posibles las ciudades actuales y que ya están implantadas desde hace 10 o 15 años”, apunta. Es decir, que la crisis no es de recursos, sino “cultural”. Aún podemos enmendar el mañana, la cuestión es si estamos dispuestos.

Con el calentamiento global a la cabeza de la interminable retahíla de adversidades a las que debemos hacer frente, Young presenta otra película nunca vista, realizada como Emissary por encargo de Telefónica: The Great Endeavor. Ahí conjetura cómo funcionaría la “mayor construcción humana jamás llevada a cabo”, una red global de secuestro de carbono. “Si no queremos extinguirnos, debemos construir una infraestructura que succione el carbono del aire y lo introduzca en la tierra de un modo permanente y a una escala equivalente a la actual industria del petróleo y el gas. Sería algo así como el alunizaje de nuestra generación”, ilustra Young, que sostiene que otras potenciales salidas del callejón, como la muy publicitada colonización de Marte que abandera el magnate Elon Musk, no dejan de ser meras “fantasías”. “Es pura distracción. Y estrategia de negocio: una campaña de marketing para dar visibilidad a SpaceX. Pero no es la solución a nuestros problemas”.

Frente a las ensoñaciones de milmillonarios, Young concibe sus obras como una llamada de atención y una invitación a pasar a la acción. También como un recordatorio: el tiempo se agota. En sus universos paralelos, espacios de formas que bailan entre lo maldito y lo poético donde la vida hace equilibrios sobre el fino hilo que separa la utopía de la distopía, nuestra subsistencia pasa necesariamente por el uso eficiente de la tecnología, así como por la renuncia improrrogable a los excesos del consumismo. “Muy pronto ya no será una opción”, vaticina. “Nos dirigimos ciegamente hacia nuestra extinción, y lo importante no es tanto proponer estrategias para acabar con el capitalismo, sino reconocer que ya caminamos entre sus ruinas”.

‘Liam Young. Construir mundos’. Fundación Telefónica. Madrid. Hasta el 20 de noviembre.

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Sobre la firma

Silvia Hernando
Redactora en BABELIA, especializada en temas culturales. Antes de llegar al suplemento pasó por la sección de Cultura y El País Semanal. Previamente trabajó en InfoLibre. Estudió Historia del Arte y Traducción e Interpretación en la Universidad de Salamanca y tiene dos másteres: uno en Mercado del Arte y el otro en Periodismo (UAM/EL PAÍS).

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