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TRIBUNA LIBRE
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El fin de un mundo

Siglos de esfuerzos por suavizar las rivalidades étnicas entre los pueblos de Europa Oriental, Siberia y Asia Central se han ido al traste

Ventana de la casa en Kiev del escritor Lev Shevchenko al inicio de la guerra en Ucrania.
Ventana de la casa en Kiev del escritor Lev Shevchenko al inicio de la guerra en Ucrania.Lev Shevchenko

La guerra iniciada por Vladímir Putin y sus leales contra Ucrania y los ucranios es una catástrofe de dimensiones difíciles de imaginar. En crímenes, muertes y heridas, en destrucción, en fugas y maldades, en dramas y tragedias.

Pero hay una dimensión que se nos escapa, que es la estrecha unión —diría incluso comunión, es cierto que con más de una magulladura heredada del pasado— entre los diversos pueblos de la extinta URSS.

Por ejemplo, un amigo, el director ruso de un centro dedicado a subvencionar la edición de la literatura rusa en el extranjero, tiene a su madre en Ucrania (que hoy me ha dicho que sigue con vida). El mejor amigo de mi padre en la Unión Soviética, Víktor, fue abandonado por sus familiares en el vagón de un tren que pasaba por un pueblo de Ucrania, uno de esos territorios sometidos a la colectivización forzosa y condenados a morir de hambre. Víktor sobrevivió y llegó a convertirse en director de la presa de Novosibirsk. Los ejemplos pueden ser infinitos: tanto Nikita Jruschov (el que condenó las llamadas “transgresiones a la legalidad” cometidas por Stalin y quien, entre otras ocurrencias, “regaló” Crimea a Ucrania) al igual que su sucesor, Leonid Bréznev (de quien nadie supo aclarar en qué lengua hablaba), eran de origen ucranio. Stalin era georgiano y Beria, la mano derecha en los últimos años del reinado del Caudillo y Generalísimo (¡qué casualidad!), también lo era. Muchos escritores, compositores, pintores, bailarines, ingenieros, constructores de aviones, rompehielos, cohetes o submarinos eran del más diverso origen étnico: rusos, bielorrusos, judíos, armenios… El primer verdugo de la URSS, Félix Dzerzhinski, era un noble polaco, y muchos de ellos eran de los más diversos orígenes: bálticos, ucranios, judíos, alemanes… El porcentaje de héroes soviéticos chechenos durante la Gran Guerra Patria —como soviéticos y rusos llamaban y llaman a la Segunda Guerra Mundial en la URSS— superaba al resto de las nacionalidades soviéticas, hecho que no impidió que tras la guerra Stalin ordenara deportar en masa a los chechenos por “traidores”… Alemanes llevados a Rusia en la época de Catalina la Grande, coreanos, japoneses, nativos originarios de los pueblos nómadas del norte siberiano, yakutos, nenets o uzbekos, tayikos, turkmenos, kirguises, gentes que casi sin saber hablar el ruso lucharon en la Gran Guerra Patria para defender la suya y quienes, después de la guerra, los que sobrevivieron, llegaron a compositores, novelistas, creadores soviéticos en todos los terrenos de las artes y las ciencias, sin que su origen étnico —salvo tal vez los de origen judío— tuviera casi nunca un papel relevante en su biografía. Yo he conocido escritores de origen judío, ucranio, georgiano, abjasio, chukchi, kirguís, armenio e incluso ruso. De algunos de ellos me he enterado de su origen tras muchos encuentros. Recuerdo que un traductor me reveló su origen al decirme, tras media hora parados en la puerta de casa, que “los franceses se van sin despedirse; los judíos, en cambio, se despiden pero no se van”. Os aseguro que mi amigo Sasha no sigue en la puerta de mi casa…

¿Qué quiero decir con todo esto?

Que los rusos de origen judío desde los años setenta han ido emigrando del país a su “patria histórica”, Israel. Que los bálticos tras la muerte de Stalin en 1953 han ido regresando a sus tierras tras años de diáspora y penalidades en el Gulag; que los alemanes, o bien se han olvidado de que lo son, o han retornado tras largos siglos a sus orígenes; que los tártaros, como los ingushes y chechenos, intentan hasta ahora regresar a sus tierras…

En cambio los ucranios, muchos de ellos deportados tras la Gran Guerra Patria por el crimen de haber sobrevivido a la ocupación alemana (para no remontarnos a otros tiempos y siglos), o bien han perdido su identidad tan solo reflejada en sus apellidos, o bien se han integrado en la vida soviética y pos-soviética o han vivido su “ucrainidad” como algo que, como en otros casos, no adquiría un subrayado valor diferencial.

Muchos rusos conocían y cantaban canciones ucranias, como los ucranios, tras unas cuantas copas, se remontaban con sus voces a su rico y común pasado…

Pues bien, este pasado —tampoco idílico, pero sí amigable— entre la mayoría de los pueblos exsoviéticos se ha acabado para siempre. Siglos de esfuerzos por suavizar las rivalidades étnicas entre los pueblos de Europa Oriental, Siberia y Asia Central se han ido al traste. Siglos de mirada paternalista y colonial de las autoridades rusas se han destruido en menos de un mes.

¿Qué estonio mirará tranquilamente la frontera gris y desierta de lo que asoma más allá de la barrera de Narva, que se abre a la inmensidad de Rusia?

¿Qué polaco no recordará hoy más que nunca a sus antepasados presos y caídos en Siberia?

Y finalmente, ¿qué ucranio se sentirá hermano de un ruso que ha matado a sus padres, destruido sus casas y violado a sus hijos?

Ricardo San Vicente. Traductor y profesor de Literatura Rusa.

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