El yo literario (y político) de Manuel Azaña
Se publica por partida doble ‘El jardín de los frailes’, el relato autobiográfico del internado en el Escorial del futuro político republicano, una ayuda para entender sus aparentes contradicciones e inseguridades
Desde que me asomé hacia 1970 a las Obras completas de Manuel Azaña, editadas por Juan Marichal, y al libro de éste La vocación de Manuel Azaña, la aproximación al político republicano provocaba en mí una mezcla de fascinación y desasosiego. El hombre que había sido capaz de hacer resurgir la izquierda en 1935 y de exponer el pavoroso paisaje de ruinas de la España en guerra era el mismo incapaz de percibir —y de reaccionar— lo que se venía encima en la primavera de 1936. El que había diseñado lúcidamente los perfiles de la democracia republicana era el mismo que el 23 de enero de 1932, ante el levantamiento anarquista de Fígols, decide que “se fusilaría a quien se cogiese con las armas en la mano”, justificándolo frente a Fernando de los Ríos porque “no estaba dispuesto a que se me comiesen la República”. Como si la Niña fuese un asunto personal, una prolongación de su yo.
La reciente publicación, por partida doble, de El jardín de los frailes, el relato autobiográfico sobre su internado en El Escorial, puede habilitar a los lectores para entender esas aparentes contradicciones e inseguridades en la actuación política de Manuel Azaña. Por añadidura, desde muy distintos ángulos, José-Carlos Mainer y Ángel Luis Prieto de Paula proporcionan las claves de ese recorrido del futuro político en torno a sí mismo y a su visión de la realidad que le rodea. Mainer incluye el examen de El jardín de los frailes en el panorama más amplio de la relación entre literatura y política en Azaña, cerrando el círculo con La velada en Benicarló, pero ello no significa borrar la excepcional significación de la obra autobiográfica. Subraya la coexistencia entre el tiempo marcado por las estaciones y la liturgia, y el personal, que registra “la maduración del narrador y su paso desde la credulidad primitiva a la conciencia interna de libertad”. Y destaca asimismo la significación del capítulo XV, capital para explicar cómo ese tránsito tiene un contenido que arranca de su visión del mundo infantil en Alcalá y culmina en un patriotismo enfrentado a la falsa idea de patria de su momento histórico. Y con un designio bien preciso, en dos fases. Primero, “he soñado destruir todo este mundo”. Segundo, quiero “volcarme a empresario de reconstrucción”. Ninguna mejor clarificación de su actitud en 1931.
Prieto de Paula reconoce también ese aspecto: “El jardín de los frailes es la que acoge la sustancia personal del autor de un modo más abarcador en lo cronológico y en lo ideológico”. Una vez constatado que Azaña entrega fragmentos de su memoria relativa al internado, y que una y otra vez los desborda hacia su infancia alcalaína y hacia el presente, Prieto de Paula ahonda en el núcleo personal de la narración, que es de un racionalismo desgarrado en la descripción de la realidad, no solo de la circundante en el colegio, sino a veces de sí mismo. “Lo relevante es una sostenida falta de piedad”, subraya el prologuista, para citar de inmediato una frase reveladora de Azaña: “Vivía para mí solo; amaba mucho las cosas; casi nada a los prójimos”.
No siente nunca compasión, añadiríamos; la navaja del análisis racional rompe la costra de lo irracional y es también el instrumento para diseñar otra realidad. El distanciamiento del otro será, no obstante, irrecuperable.
Obra literaria
Renacimiento, 2021. 389 páginas. 23,90 euros
El jardín de los frailes
Prólogo de Ángel Luis Prieto de Paula
Drácena, 2021
171 páginas. 14,95 euros
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