Gaudí Godzilla
No merecen Gaudí y todos los arquitectos que sus cuerpos, aun después de muertos, fuesen ahorcados. Es el patíbulo adecuado a su fabulosa carpintería
Un cuerpo tendido. Exponer un cuerpo tendido. Un cadáver, así, desmembrado y esparcidos sus órganos por toda la sala. Lo ha hecho, otra vez, Juanjo Lahuerta, a medias comisario y curador. Ha cogido al Gaudí que dejó en su cripta encadenado y lo ha liberado y mostrado en la plaza pública de manera ejemplar. Gaudí desatado.
Empieza por el alhambrismo. Era tan fácil verlo, pero aquí está casi como novedad. Resulta que el ojo de Gaudí estaba irisado de alhambras. Esa es la trama primera. El arabesco, ni más ni menos. No hace falta irse a Capadocia. Estaba ahí. En el ensortijado pelo de su cadáver vemos el nombre de Alá enroscándose con poemas de Góngora. Una escritura que empieza ahí, en la A de Alhambra, alfabetizandos. No era tan difícil ver que entre modernismo, art nouveau, jugendstil, art and crafts y alhambrismo —eso que llaman en Andalucía estilo regionalista— hay una línea de continuidad.
Entonces, la escena es grotesca en todos los sentidos de la palabra. ¡Un cadáver gongorino! Aby Warburg hacía descender —nunca mejor dicho— lo grotesco de esos bailarines moros de terracota que se hacían en la Italia del Renacimiento, cuerpos retorcidos que no parecían de su tiempo. Bailaores de barro. Y este Gaudí cadáver que vemos aquí, este grotesque, efectivamente, como no podía ser de otra manera con Gaudí, es un jardín de senderos que se bifurcan, que bailan. Tramas del tiempo y el espacio político, superposiciones de planos y árboles enroscándose en columnas. Trébol y enredaderas de un William Morris piadoso en medio de la revolución industrial catalana. Toda esa hojarasca seca, todo ese vegetal pidiendo ser carbón. Todo tenía que salir ardiendo, ¡era lógico! Juanjo: el cielo de Barcelona sostenido por columnas de humo.
Era Francesc Pujol quien comparaba la arquitectura modernista con la matanza del cerdo, ¿no? Aquí tenemos el cadáver descuartizado y repartido, monstruoso, por todas las salas: muebles, cerrajerías, acantos, azulejos, cornisas, joyas y vidrio soplado. Cultura material, ¡sí!, la del materialismo histórico. Efectivamente, la teología se escondía en la máquina materialista, el truco del jugador de ajedrez que iluminó a Walter Benjamin. Aquí está también. Se le ve porque el cuerpo muerto de Gaudí está abierto en mil pedazos y vemos al teólogo enano salir corriendo entre las columnas de la sala. Lo sensible, sí, anda repartido y se reparte a los mendigos en las colas del hambre.
Francesc Pujol decía también que las cornisas modernistas que adornan los tejados de Barcelona presagiaban los incendios de la Semana Trágica, y ahí están, expuestos en esas cien postales de terror que todavía dan escalofríos. Aunque en julio de 1909, en Barcelona, hacía mucho calor, demasiado. Los obreros se negaron a ir a la guerra colonial en Marruecos y se pusieron a quemar iglesias.
Parece un sinsentido, pero aquí está muy bien explicado. En esa alfombra de fuego y cenizas, Juanjo, que le pones delante a la Sagrada Familia, escoltada entre la bomba Orsini que devasta el Liceo de la burguesía catalana y La catedral de los pobres que Mir retrata decrépita. Es algo intelectualmente emocionante, si puede decirse así, sin salvar contradicción alguna. No hablo de inteligencia emocional y otras zarandajas. ¡Aquí hay temor y temblor!
Y ese Hércules con la tea ardiendo. ¡No es magnífico! No sólo por los chistes. Es increíble que este cadáver de Gaudí tenga un chiste gráfico, un periódico que lo comente día a día, a cada construcción, a cada evento biográfico. Porque la tripa del mobiliario de esta exposición son juegos de espejos reales que nos saltan al paso y juegos de espejos conceptuales, dibujos que se proyectan sobre cada plano, arquitecturas que son caricaturas de prensa. ¡Es que Gaudí ya estaba haciendo arquitectura caricatura, vaya! El Hércules entonces parece acompañar a los anarquistas que en 1936 acabaron quemando la cripta de Gaudí, la fotografía de una literal capilla ardiente con que se cierra la exposición.
¿Un cadáver empalmado? No merecen Gaudí y todos los arquitectos que sus cuerpos, aun después de muertos, fuesen ahorcados. Es el patíbulo adecuado a su fabulosa carpintería. Pues sí. Hay unos dibujos de Picasso pornógrafo que adornan las camas con falos tallados en la madera y que Lahuerta ha tenido a bien colocar frente a unos muebles modernistas que no son más que eso, secuoyas de Príapo, enormes penes que colocar en los comedores de la burguesía industrial y en las sacristías donde se desnudan clérigos y monaguillos. Hay algo femenino y patriarcal en Gaudí, en psicoanalítica contradicción. Porque el cadáver, efectivamente, está empalmado y se levanta y anda. Gaudí estaba muerto y a su entierro acudían millones de turistas cada año. Lahuerta ha debido untarle cadaverina y el muerto ha resucitado con sus 18 penes neogóticos palmeados. Con 18 penes se reconstruye un clítoris en flor como bien saben los cirujanos plásticos. Gaudí vivísimo y coleando, es casi Godzilla luchando contra King-Kong Agbar Mucho Macho por los cielos de la ciudad de Barcelona.
‘Gaudí, fuego y cenizas’ se muestra en el MNAC de Barcelona hasta marzo de 2022.
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