Como terciopelo abrasivo
La delicada sordidez textual lograda por Douglas Stuart no es sino el resultado de una variedad tonal y un sabio equilibrio entre lenguaje arrabalero y lirismo
En la ilustre nómina de narradores escoceses contemporáneos, tal vez encabezados por el atrevido Irvine Welsh de Trainspotting y por Ali Smith y su tetralogía de las estaciones, ha hecho su entrada triunfal Douglas Stuart con su ópera prima, Historia de Shuggie Bain, una novela apacible a pesar de su inclemencia emocional y de su atmósfera lóbrega generada por una marginalidad y una adicción en las que, como una flor en un erial, habita milagrosamente el amor. Al lector le impresiona advertir cómo, merced a la exquisitez y agudeza de su prosa, el relato alcanza a resultar entrañable aun cuando transita por un páramo de sentimientos llevados al límite y de miseria moral. La delicada sordidez textual lograda por el autor, como una suerte de terciopelo abrasivo —y este oxímoron es axial en el estilo desplegado en la novela—, no es sino el resultado de una variedad tonal y un sabio equilibrio entre lenguaje arrabalero y lirismo. No hasta el extremo dialectal de Welsh y sus transcripciones fonéticas, pero Stuart disfruta reproduciendo el lenguaje áspero, espontáneo o soez de la calle, a la vez que con frecuencia se complace en depurar su escritura como si quisiese emular a John Banville, escribiendo frases como: “Agradecieron la seguridad del naranja enfermizo de las farolas”. Si la buena literatura se hace con buenas palabras y no con buenas ideas, Stuart es un escritor deslumbrante, sobre todo si se tiene en cuenta que no le viene de casta al galgo y que se inició en la escritura creativa no en una escuela sino anotando en ratos muertos frases de diálogo, a modo de catarsis para alejar los fantasmas de una niñez dolorosísima, dickensiana, mientras trabajaba como diseñador de moda para Banana Republic en Nueva York.
Porque Historia de Shuggie Bain es una narración de inequívoco carácter autobiográfico, y cuenta la infancia de un niño que crece en la decadente Glasgow de la reconversión industrial de los años ochenta, bajo la depresión en la que Thatcher sumió al Reino Unido, sufriendo el acoso de los otros chicos, que no ven en él sino a un mariquita, y cuidando de una madre que lucha contra el alcoholismo mientras fracasa a la hora de asumir que su marido mujeriego y sin escrúpulos abandonó a la familia. Shuggie es un niño asfixiado por su aciaga existencia, pero es un niño al fin y al cabo, y el autor ha sabido conferirle a su texto la frescura infantil, y más tarde adolescente, que ilumina la oscuridad del drama con frases de una asombrosa naturalidad que en ocasiones provocan la sonrisa inevitable de quien lee que es “imposible empezar bien ningún día con seis docenas de pollos crudos”. Detrás del escenario en el que se representa sobre todo una historia de amor entre un niño y su madre, envenenada por la necesidad de hacer frente al alcoholismo, a una masculinidad tóxica y a la homofobia, se siente la tensión social entre católicos y protestantes, y se advierte una feroz crítica política del thatcherismo que también puso en evidencia el fracaso de la idea de familia.
Ecos del irlandés Colm Tóibín, el autor de El faro de Blackwater, en su tratamiento de la homosexualidad y la separación entre católicos y protestantes; de Frank McCourt y la miseria y el alcoholismo en Las cenizas de Ángela, y de Avni Doshi y su Azúcar quemado en la crudeza de las relaciones familiares y la dependencia en ocasiones asfixiante entre padres e hijos.
Stuart tardó una década en escribirla y una treintena de editores la rechazaron, pero esta novela, que desde luego no parece un debut, es de las que permanecen en la memoria.
Historia de Shuggie Bain
Autor: Douglas Stuart.
Editorial: Traducción de Francisco González López.
Formato: Sexto Piso, 2021. 516 páginas. 23,90 euros.
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