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Yolanda Reyes: “Escribo para seguir hablando sola como cuando era una niña”

Ganadora del Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil 2020 por el conjunto de su obra, la autora es la colombiana que mejor entiende y escribe sobre el juego de ser niño

La escritora colombiana Yolanda Reyes
La escritora colombiana Yolanda Reyes

Yolanda Reyes (Bucaramanga, 1959), ganadora del Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil 2020 por el conjunto de su obra, es la autora colombiana que mejor entiende y escribe sobre el juego de ser niño. Columnista consumada, novelista, es también la creadora y directora del jardín infantil y librería Espantapájaros, en Bogotá. Acaba de publicar El Reino de la posibilidad (Penguin), de ensayos sobre cómo la lengua literaria atraviesa la historia de las emociones.

¿Qué se necesita para ser escritora? Es precisamente la pregunta que más me hacen los niños. Suelo contestarles que se necesitan dos cosas: leer mucho, que es algo que deja muy contentos a los maestros, pero a continuación, y para regocijo de los niños, agrego un segundo ingrediente indispensable: jugar mucho.

¿Usted a qué jugaba, cómo era su cuarto de juegos? Era mi habitación propia, llena de muñecas. Crecí en un mundo de hombres, entonces me dediqué a hablar sola, con ellas. Con el tiempo, cuando ya no era bien visto hacer voces y hablar con gente que no existe, necesité escribir para seguir hablando sola.

¿Cuál fue el primer libro que leyó? Fue un libro vivo: la voz de mi abuela que me fascinaba con sus historias. Luego, los cuentos de Hans Christian Andersen. Mi mamá me lo regaló en la clausura del kínder, recuerdo sus letras redondas, amables, las ilustraciones y la sensación de que ya era grande, ya sabía leer.

¿Cuándo supo que era escritora? De niña siempre escribía historias para entregarlas de regalo a quien cumplía años en mi familia. En la adolescencia hice lo que hacemos todos, escribir poemas que en realidad son copias de los que hemos leído. Trabajaba en un colegio y tuve que hacer una obra de teatro, fue la primera vez que me sentí realmente escritora porque era algo que se iba a publicar y a compartir.

Escribió uno de sus libros más famosos, El terror de Sexto “B” cuando fue madre. ¿Cómo cambió la maternidad su relación con la escritura? Ese libro surgió del nudo en el estómago, del vacío que generan los domingos por la tarde antes de volver a clases. En mi caso se me terminaba la licencia de maternidad, así que era también mi manera de resolver o darles vueltas a la ansiedad que me producía la separación. La maternidad fue tremendamente inspiradora, me dio una conexión existencial con la vida que no tenía. No era una mujer que se pensara con una vocación de madre.

¿Cómo es de exigente escribir para niños? Lo que cambia es la complejidad de capas de lenguaje. Un niño de 2 años sale corriendo si hay una frase subordinada, ellos aman la musicalidad: Ernestina gallina puso un huevo en la cocina, en la cocina había un ratón que mordió su cascarón... (recita sobre uno de sus libros). Implica un manejo del ritmo y de la lengua en los que yo me muevo con felicidad. Con los más grandes, con mucho respeto y sin condescendencia.

También ha hecho novela y escribe columnas, ¿le molesta que la etiqueten como escritora para niños? Siempre traté de separar los territorios, pero en ‘Qué raro que me llame Federico’, (una novela sobre la adopción), dejé de pelearme con eso. Entendí que uno puede atravesar registros y que yo llevaba años con una columna en la que ya estaba hablando de cómo lo personal es político. (“A veces uno es adulto y niño en el mismo día”, escribe en ‘El reino de la posibilidad’).

¿Cómo se sacudió de esas etiquetas? El mercado suele pedir que seas una escritora innovadora y si tienes cierta edad o característica, como escribir literatura infantil, te etiqueta como una señora que trabaja con niños y que no puede ser atrevida. Pero ahora, gracias a otras mujeres escritoras, se nos permite transitar por bordes que estaban más etiquetados.

¿Cuál es el libro que más veces ha leído? Las brujas, de Roald Dahl; Un cuarto propio, de Virginia Woolf y La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, de Siri Hustvedt.

¿Si no hubiera sido escritora qué le hubiera gustado ser? Me habría fascinado ser pianista o tocar algún instrumento, estar en una orquesta.

¿Qué es ser colombiana? Es cargar una historia que nos atraviesa más de lo que estamos dispuestos a reconocer, de muchos duelos, de muchas luchas y de culpa.

¿Cómo la cambiado la pandemia? Hay cosas que ya no me importan. Pude salvar un jardín y mi proyecto de Espantapájaros, que estuvo en vilo. Ahora me siento fuerte dentro de la absoluta vulnerabilidad.

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