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Un mundo no tan feliz

Alejandro Gaviria plantea una exégesis de la obra de Aldous Huxley, que acaba convirtiendo en una reflexión íntima sobre la identidad del yo y la vida en comunidad

El escritor británico Aldous Huxley, maestro de la ciencia ficción, en 1948.
El escritor británico Aldous Huxley, maestro de la ciencia ficción, en 1948.Hulton Deutsch (Corbis via Getty Images)
Juan Luis Cebrián

Una invitación a aprender, “a hacer del aprendizaje una forma de vida”, quizás la mejor de todas las posibles. Así resume Alejandro Gaviria el contenido de su último libro, construido como una investigación en torno a la obra y la vida de Aldous Huxley, pero también, y sobre todo, como una introspección del propio autor sobre el misterio de la vida… y de la muerte.

Colombiano de nación y chileno de nacimiento, Gaviria es rector de la Universidad de los Andes, que goza de justificada fama entre los centros de excelencia educativa de América Latina. Durante seis años, se desempeñó como ministro de Salud y Protección Social del Gobierno de Juan Manuel Santos. Desde ese cargo legalizó el uso de la marihuana medicinal y él mismo se administró gotas de aceite de cannabis para paliar los efectos secundarios de la quimioterapia mediante la cual luchó contra un cáncer linfático. Escritor de fama desde que publicó Hoy es siempre todavía, un honesto relato sobre su relación con la enfermedad, es un ensayista admirado y, como tal, un lector infatigable y sagaz.

La obra que comentamos, escrita durante el confinamiento impuesto por la pandemia, aborda una exégesis de la última novela de Huxley, autor de referencia en la ciencia ficción desde mediados del siglo pasado. Pero no solo eso: fue en realidad uno de los pensadores más influyentes de la última centuria, un visionario irrepetible y un crítico mordaz de la sociedad que le tocó vivir. Gaviria lo describe en todas sus contradicciones: escéptico y optimista a un tiempo; acérrimo crítico de las insuficiencias científicas y las perversiones burocráticas; un auténtico anarquista del pensamiento, pero enemigo al tiempo de la violencia que domina a las revoluciones. Sin embargo, y pese a la admiración incondicional que parece profesarle, Huxley acaba siendo poco más que un pretexto para que el firmante del ensayo desarrolle una conversación consigo mismo en torno a cuestiones relevantes para la identidad del yo y la vida en comunidad.

Huxley es descrito en todas sus contradicciones: escéptico y optimista, anarquista del pensamiento pero enemigo al tiempo de la violencia que domina a las revoluciones.

Estructurado en ocho trancos, a modo de grandes zancadas que permiten sortear problemas fundamentales, la obra comienza describiendo 10 razones para un pesimismo cósmico, entre las que destaca el hecho de que la humanidad “es una especie que ama la libertad, pero añora las cadenas”. El decálogo explica además lo difícil que resulta interrogarse sobre nuestra trascendencia cuando solo somos “artefactos desechables” de un código genético que es lo único de nuestras vidas destinado a la permanencia. Evocando a José Emilio Pacheco, resalta que vivir no es otra cosa que ir muriéndose. La única defensa frente a destino tan lamentable, que a ratos recuerda la desesperación sartriana, la encuentra el autor en los canturreos de los pájaros descritos en la novela La isla, la última obra de ficción de Huxley: en sus trinos predican atención y compasión. Sobre esta última, entendida como solidaridad con cuantos comparten nuestro común e inevitable destino final, se edifica enseguida el resto del libro, dedicado a reivindicar un cierto optimismo en medio de las ruinas que lo inician. A ello responde en definitiva su título: Otro fin del mundo es posible.

A partir de ahí comienza una revisión de lo que podríamos denominar temario permanente de los escritos huxleyanos. La reivindicación de un sistema verdaderamente democrático que garantice la salud pública y la educación de calidad; la legalización de las drogas y el elogio de los psicotrópicos como poderosos ayudantes en nuestra lucha por la sobrevivencia y contra el dolor, o la alerta sobre la crisis del medio ambiente, que el inglés relacionaba más con la superpoblación que con el calentamiento global, forman parte de un temario obviamente actual del que ya se ocupaba hace más de 60 años. Huxley fue un profeta civil que se adelantó a su tiempo, y en el catálogo de estos futuribles solo echamos a faltar la insurgencia del movimiento feminista.

La prosa de Alejandro Gaviria es a la vez enérgica y cautivadora. No creo yo que haya muchos políticos, desde luego, no en la España de ahora, que sean capaces de escribir con la elegancia y la rotundidad que él lo hace a la hora de plantear preguntas fundamentales sobre nuestra existencia individual y nuestra vida en comunidad. Su eficaz desempeño como ministro, su honestidad intelectual y su popularidad de escritor son razones que abonan la pregunta de algunos compatriotas sobre si no sería conveniente que se presentara a las próximas elecciones presidenciales. Parece objetivo pequeño para escritor tan grande.

En cualquier caso, quizá encontremos la respuesta a esa interrogante en el capítulo que corona este su último breve ensayo, cuando nos abre las puertas de su percepción, animada por el deslumbramiento del ácido lisérgico. “Los adultos somos obstinados y el mundo se encarga de ponernos tareas a cada minuto”, relata. Él mismo señala el camino de la resistencia ante ese superyó de pacotilla que, en palabras de Elkin Restrepo, nos conduce a alcanzar lo que nunca en verdad se nos ha pedido: “Liberarnos de la máscara de la sociabilidad y las exigencias de una meritocracia deshumanizante”. Propósito tan encomiable como difícil de cumplir.

portada 'Otro fin del mundo es posible', ALEJANDRO GAVIRIA. EDITORIAL CABARET VOLTAIRE

Otro fin del mundo es posible

Autor: Alejandro Gaviria.


Editorial: Temas de Hoy, 2021.


Formato: 160 páginas. 16,90 euros.



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