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Una cuestión privada

Sandro Veronesi ganó por segunda vez el prestigioso Premio Strega con ‘El colibrí', la historia de un hombre que no pierde la esperanza pese a verse asediado por la calamidad

El escritor Italiano Sandro Veronesi, en su casa de Roma en noviembre de 2020.
El escritor Italiano Sandro Veronesi, en su casa de Roma en noviembre de 2020.Antonello Nusca

Decía Cesare Pavese en El oficio de vivir que “el dolor es cosa feroz, trivial y gratuita, natural como el aire”. Y así ha tenido que sentirlo el doctor Marco Carrera, que lo ha padecido de un modo u otro a lo largo de una vida que no ha sido sino un crepúsculo permanente tras el que ha lucido el sol una sola vez, en el momento en que supo ya que pronto debería abandonarla. Pavese conoció el dolor y el dolor lo venció; Carrera conoció el dolor y el dolor le insufló fortaleza. El colibrí, novela con la que Veronesi ha ganado por segunda vez el prestigioso Premio Strega, es la deliciosa crónica de cierta familia atribulada que parece atesorar una desdicha endémica. Marco llora la muerte trágica de su hermana Irene, cuando el recuerdo de una infancia menos feliz de lo que aparentaba está fresco aún en la memoria, sobrelleva las irremediables desavenencias con su hermano Giacomo, y 30 años después de perder a Irene muere de forma trágica su hija Adele. Además, arrostra con resignación la enfermedad de sus padres y ni siquiera su divorcio de Marina ni sus amores contrariados con Luisa Lattes lo vuelven vulnerable.

Cubierta de 'El colibrí'

La vitalidad del protagonista, y la festiva versatilidad del narrador, nos resarce de la sordidez de la historia de esta familia inventada que acoge al lector bajo su manto de entrañable naturalidad, reñida su cercanía emocional con cualquier conciencia de ficcionalidad. El colibrí ventila con una cuestión privada, como reza el título de la gran novela de Beppe Fenoglio, a quien Veronesi cita junto a Vargas Llosa, Pirandello o Fellini en las páginas finales, en las que revela deudas contraídas y entresijos de la creación de la novela, como hizo Gesualdo Bufalino en Perorata del apestado. Al aliento de la novela contribuyen por igual la delicadeza con la que describe los pormenores de lo cotidiano, que evoca páginas de Carlo Cassola, y una técnica prodigiosa que le permite dominar por igual el monólogo dramático, el discurso en segunda persona, los diálogos de guion cinematográfico o la epístola. Encerrados todos en un relato poligenérico y fragmentado en el espacio y en el tiempo, urdido en contrapunto para eludir la monotonía de la linealidad convencional. Y se advierte sin esfuerzo una intención lúdica en su literatura, con ecos de Calvino o de Perec, entendida como una colección de ejercicios de estilo con los que transmitir un mensaje tan holístico como trascendente: el de la necesidad de alcanzar cierta ataraxia en aras de no caer en el abatimiento. La jovialidad envolviendo el dolor, pues tal vez, como se atrevió a escribir su admirado Beckett en Final de partida, “nada es más divertido que la infelicidad”.

Toda una vida atravesando el páramo de la pesadumbre y la figura de su nieta Miraijin —suerte de alegoría de la esperanza de un nuevo ser humano capaz de iluminar el futuro— hace posible que su vista alcance a ver al final, como un espejismo catártico, una luz de ilusión. Marco repudia el dolor y elige salir del escenario del relato declamando un encendido soliloquio en el que, apercibido de que la libertad es un concepto que se ha envilecido (“las infinitas libertades en las que esa palabra será desmembrada, como la manada de hienas desmiembra a la cebra y la devora”), aboga por defender la verdad frente a la tiranía de la manipulación. Y entre Beckett, Fellini y Esquilo, el magistral desenlace litúrgico concebido por Veronesi, que parte de la atmósfera aciaga del sufrimiento para entonar un canto de vida y esperanza.

Cubierta de 'El colibrí'

El colibrí

Autor: Sandro Veronesi.


Traducción: Juan Manuel Salmerón Arjona.


Editorial: Anagrama, 2020.


Formato: 314 páginas. 20,90 euros.


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