Álbumes de divorcio: cuando la música ayuda a enfrentarse al dolor de rupturas sentimentales
Los nuevos trabajos de Eels y Laura Veirs pisan una senda de discos sobre el desamor iniciada por Frank Sinatra con ‘In the Wee Small Hours’ y transitada por Dylan, Nick Cave, PJ Harvey o Kanye West
No deja de tener su miga: el que para muchos es considerado el primer disco conceptual de la historia de la música popular trata de una ruptura sentimental. Es como si el desamor, ese maldito demonio, no solo fuera el principal motor de composición de la música sino el concepto más tratado y manoseado por todo tipo de artistas. El disco en cuestión es In the Wee Small Hours, obra maestra de Frank Sinatra publicada en 1955. Un álbum envolvente con la voz noctámbula de Frankie cantando las penas por su ruptura con Ava Gadner y acompañada de los maravillosos arreglos de Nelson Riddle, entonces un joven arreglista que acabaría definiendo el sonido del mejor Sinatra.
No es casualidad que In the Wee Small Hours sea el primero de los álbumes que aparecen en la famosa guía 1001 discos que hay que escuchar antes de morir (Grijalbo). Con ese ambiente de calle solitaria y noche cerrada, es considerado el gran álbum de la ruptura, una cúspide del jazz vocal y la música en general. Es el primer y más famoso de lo que se podría llamar divorce album, un género no escrito pero tan real como que la tristeza de Sinatra se pega a los huesos. El disco que inauguró la era del álbum acabaría creando también el concepto de “disco de divorcio”.
Los divorce albums llegan hasta nuestros días. Recientemente, han salido dos discos absorbentes en su tratamiento de la ruptura a través de la música. Eels ha sacado Earth to Dora, una bella obra en la que Mark Oliver Everett, tan propenso a exorcizar sus demonios, trata la pena sin miramientos hasta ofrecer luz allí donde solo debería existir oscuridad. La canción que da título al disco es un buen ejemplo de la estupenda capacidad de Everett para regalar fragilidad sonora dulce y arrebatadora. Sucede lo mismo con My Echo, el último trabajo de Laura Veirs, una de las voces más interesantes del folk contemporáneo. El eco de sus canciones recuerda al horizonte extraño y adictivo de Neko Case, pero Veirs hace tiempo que no necesita de comparaciones. Este disco de ruptura es tan particular en su folk minimalista como notable en su resultado. Ambos álbumes dan motivos para reconocer desde el punto de vista del oyente egoísta que, a veces, nos viene bien que los chicos y las chicas que nos gustan con sus canciones pasen por un divorcio. La vida sigue, pero los discos se quedan.
Hay muchos álbumes que se han quedado dentro de este género no oficial. Obras maestras en todos los estilos. Compitiendo por estar en lo más alto en cuanto a la calidad e influencia de estos discos de ruptura, se encuentra Bob Dylan con su Blood on the Tracks (1975), el disco que salió como resultado del divorcio de su mujer Sara. Directo en su tristeza, impresionista en su lírica, casi fantasmagórico en su nueva vuelta de tuerca del folk... Se ha escrito tanto de esta maravilla que incluso el director Luca Guadagnino (Call Me By Your Name) ya está preparando una película basada en este álbum. Otro fenomenal disco es Here, My Dear (1976) de Marvin Gaye. Como Dylan en el folk, Gaye expande los límites del soul en un disco que empieza, entre colchones de órgano, con un recitado de su autor dedicándole el disco a su esposa, Anna Gordy Gaye, hermana del presidente de Motown y cuñada de Diana Ross. Here, My Dear es soul teñido de funk, todo un excelente sonido líquido y envolvente, puro Marvin Gaye en sus años de exploración. En el country, estilo propicio para destapar las penas del corazón, una obra referencial fue D-I-V-O-R-C-E (1968), el disco de la deliciosa Tammy Wynette. Aunque parezca casi un grito, el álbum se mueve por un elegante country. Lo mismo le pasa a Phases And Stages (1974) con la voz melosa de Willie Nelson. Y en el rap, la piedra filosofal es 808s & Heartbreak, de Kanye West.
La lista de estos discos es tan amplia que podría empapelarse con sus portadas el Empire State y así de paso borrar el recuerdo de esa pastelosa escena amorosa de Algo para recordar. Uno de los trabajos más vendidos de todos los tiempos es Rumours (1977) de Fleetwood Mac. Un disco de separación colectiva. Armonías vocales de la Costa Oeste más un AOR lleno de estribillos en una obra irresistible que fue grabada mientras Lindsey Buckingham y Stevie Nicks se estaban separando y Mick Fleetwood y John McVie también se estaban divorciando. Esencial es también Shoot Out The Lights (1982), de Richard & Linda Thompson, un disco en el que retratan su propio divorcio. Folk etéreo, con tinte pop, es el que ofrece Tapestry, de Carole King, cantando a su divorcio de su socio compositivo y marido Gerry Goffin. Y con tinte más jazz el magnífico Blue de Joni Mitchell. Ya en la deriva más rock está Tunnel Of Love, de Bruce Springsteen, visto como su particular Blood on the Tracks cuando se divorció de su primera mujer para luego acabar con la corista de la E Street Band, Patti Scialfa, actual esposa y madre de sus hijos.
Luego, en el indie hay todo un reguero de obsesivos/as con respecto a la ruptura, dando rienda suelta a grandes discos, incidiendo en su bajada a los infiernos. Ryan Adams se lleva la palma. Su discografía casi podría pilotar en torno a ello, pero dejamos tres: Heartbreaker, Love is Hell y Prisoner (2000, 2004, 2017). Jarvis Cocker compuso Further Complications (2009); Sharon Van Etten, Are We There (2014), y Bon Iver, For Emma, Forever Ago (2008), grabado en una cabaña solitaria en pleno invierno. Y mención aparte tienen Nick Cave y PJ Harvey, que sacaron sus respectivos álbumes de ruptura de una relación tormentosa e intensa que mantuvieron en los noventa. Dos de las grandes supernovas del indie plasmaron el dolor por su relación en dos discos fabulosos: The Boatman’s Call (1997), de Nick Cave, y Is This Desire? (1998), de PJ Harvey. Su conjunción daría para un libro.
¿Habíamos dicho que se podría empapelar el Empire State con las portadas de los divorce albums? Nos quedamos cortos. Realmente, se podría empapelar Manhattan entero. Afortunadamente para nuestros oídos…
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