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El ADN arroja luz ocho años después sobre el feminicidio de la argentina Lola Chomnalez

Uruguay detiene a un sospechoso de matar a la adolescente de 15 años gracias al material genético encontrado en un resto de sangre

Federico Rivas Molina
Lola Chomnalez en una foto de archivo.
Lola Chomnalez en una foto de archivo.RR. SS.

La argentina Lola Chomnalez tenía 15 años en 2014, cuando decidió pasar las vacaciones de Navidad con su madrina en Barra Valizas, un apacible balneario de la costa de Uruguay. El 28 de diciembre, salió a caminar por la playa y no volvió. Dos días después, su cuerpo apareció semienterrado en una duna, con cortes de arma blanca en el cuerpo y evidencias de asfixia. El crimen produjo un impacto enorme tanto en Argentina, donde vivía Lola con sus padres, como en Uruguay. Hubo marchas para exigir justicia, sin resultados. La falta de pruebas liberaba uno a uno a los sospechosos, una decena durante estos casi ocho años de investigación. Hasta ahora. El jueves pasado, la justicia uruguaya arrestó a un hombre de 39 años llamado Leonardo David Sena que en 2009 estuvo preso por violación. Encontraron la clave en la mochila de Lola, donde una toalla guardó restos de sangre del presunto asesino. Tras múltiples intentos, las pruebas de ADN dieron, finalmente, positivo.

Los padres de Lola, Adriana Belmonte y Diego Chomnalez, han dedicado los últimos ocho años de su vida a impulsar la investigación por el feminicidio. Sortearon todo tipo obstáculos para mantener activo el expediente. La primera jueza de la causa, por ejemplo, pidió licencia médica tras concentrar todas sus sospechas en la madrina de Lola y su marido. Días después de la salida de la magistrada, la policía encontró la mochila de la adolescente a 200 metros del cuerpo, con la sangre del principal sospechoso y su ADN.

En mayo de 2019, los padres celebraron la detención de un cuidacoches llamado Ángel Moreira Marín, alias El Cachila. El hombre ya había estado detenido como sospechoso en 2015 tras una declaración poco convincente: dijo que había intentado vender una estampita a Lola y que la joven se mareó sin motivo. Cuando le tomó el pulso, contó, comprobó que estaba muerta, se asustó y salió corriendo. Los forenses descartaron de plano el desmayo: Lola fue golpeada en el rostro, sufrió un corte en la zona del cuello y fue apretada, boca abajo, contra la arena, hasta que se asfixió. ¿Por qué entonces quedó libre Moreira? Porque su perfil genético no coincidía con el de la sangre encontrada en la mochila de la adolescente argentina. Ahora está preso por encubrimiento.

Los padres de Lola nunca dudaron de la relación de Moreira con la muerte de su hija, pero sabían que había alguien más. “Queremos resguardarnos y ser cautelosos. Siento un montón de emociones donde predomina el alivio y la esperanza”, dijo Adriana Belmonte, la madre, apenas se enteró de la detención.

La captura de Sena estuvo acompañada por una gran pompa política. El presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, se ocupó personalmente de dar la buena nueva, atento al daño que el crimen había provocado al turismo de su país, que se jacta de ser el más seguro de América Latina. “Esto genera por lo menos paz en sus familiares y la tranquilidad de que quizás un poco tarde por lo menos se hizo o se está haciendo justicia”, dijo. Luego, promovió una rueda de prensa de su ministro de Interior, Luis Alberto Heber, el juez y los jefes policiales a cargo de la investigación. “El sospechoso admitió haberse encontrado con la mochila y haber sustraído dinero del interior. Allí fue donde encontramos el ADN”, dijo Juan Manuel Giménez, el magistrado a cargo del expediente desde 2017.

La larga ruta del ADN

En 2015, la policía científica uruguaya comparó el perfil genético de la sangre encontrada en la mochila de Lola con toda la base criminal, sin resultados. El largo camino que llevó hasta Sena inició cinco años después, en 2020, tras el asesinato de tres infantes de marina en un predio naval de Montevideo. Según reconstruyeron los medios uruguayos, de ese triple crimen salieron varias pruebas de ADN que se cotejaron con los archivos de otras causas por asesinato. En una de esas pruebas se encontró una coincidencia con el perfil de la sangre guardada en el expediente por el crimen de Lola. La deducción fue que uno de los sospechosos del triple crimen tenía algún tipo de parentesco con el asesino de la adolescente argentina.

En el rastro genético de uno de los detenidos por el asesinato de los marines apareció entonces un hombre con antecedes por lesiones y violación. Era Sena, un medio hermano por parte de madre, que hasta esta semana trabajaba en una panadería en Chuy, un pueblo uruguayo que limita con Brasil. La fiscal el caso, Jessica Pereyra, dijo que la muestra de ADN de Sena coincidió en un 99,9% con la extraída de la toalla de Lola. El sospechoso dijo entonces al juez que había encontrado la mochila de la víctima abandonada en la playa y que decidió robar el dinero. Sobre la sangre, explicó que se había cortado con una botella rota y decidió limpiarse con la toalla que encontró dentro. Sena enfrenta una pena de hasta 30 años de cárcel.

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Sobre la firma

Federico Rivas Molina
Es corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016. Fue editor de la edición América. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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