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En colaboración conCAF

El proyecto audiovisual que retrata la cocina de las abuelas argentinas

‘Comida de Abuelas’ filma a personas mayores mientras preparan sus recetas. Pone en valor sus saberes y los platos caseros que cuentan la historia de cada familia

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“Voy a cocinar un pastel de papas”, anuncia Yolanda Italia Sassoni. Está en la cocina de su casa en Pablo Podestá, provincia de Buenos Aires, y lleva un delantal colorido. En el video, muestra el paso a paso de su receta: primero dora cebollas y morrones, le agrega carne picada. Después viene el puré de papas, el condimento y la sazón, que para ella es lo más importante. “Si lo hacés con cariño, todo te sale bien”, agrega la mujer de 105 años. Cuando ella nació, el mundo se estaba reconstruyendo después de la Primera Guerra Mundial, y Argentina recién sentaba las bases de lo que sería el ascenso de la industrialización.

El video de Italia Sassoni preparando su especialidad es solo uno de los tantos que forman parte de Comida de Abuelas, un proyecto audiovisual que reúne historias y recetas de mujeres argentinas. La propuesta es retratarlas cocinando en sus hogares y, a partir de ese gesto cotidiano, reconstruir una parte de la historia familiar del país. “El proyecto utiliza la comida como un medio para mostrar el saber de las personas y su historia”, dice Verónica Wiñazki, psicóloga, consultora en comunicación y creadora de Comida de Abuelas. “También se trata de encontrar en esos platos familiares un hilo que teja la identidad de la cocina argentina”.

Wiñazki siempre tuvo interés por la cocina. Escribía un blog sobre el tema en un diario argentino y, antes de la irrupción de los teléfonos inteligentes, salía a la calle con una pequeña cámara para filmar historias alrededor de la comida. Aunque ese amor por la cocina fue el germen del proyecto, todo comenzó de la mano de su abuela Tita.

“Ella cocinó toda su vida y me crie yendo a su casa, donde merendaba hasta que mi mamá me pasaba a buscar. Cuando me di cuenta de que estaba dejando de cocinar, la quise filmar. Tenía 98 años. Hizo su receta de ñoquis de ricota. Los recuerdos y los sabores los tengo muy presentes y no se irán nunca. Pero quería verla hacer la comida”, recuerda.

Mientras amasaba, Tita comenzó a recordar a su hermana, los fideos que solían hacer y otros pequeños momentos de entre casa. Su nieta la grabó para tener un registro y después se preguntó qué hacer con el material. Al tiempo creó una cuenta en Instagram y le puso el nombre Comida de Abuelas. “Tenía ganas de entrar en las cocinas, algo que me encanta, y que la gente me mostrara lo que hacía. Y, por supuesto, compartirlo”.

Lo que pasó después fue inesperado. Comenzaron a llover pedidos de gente para registrar a sus madres, abuelas y bisabuelas cocinando. El proyecto tiene hoy una veintena de videos grabados, registros fotográficos de recetarios caseros y una comunidad de más de cien mil seguidores en las redes sociales.

“Me sorprendió la alegría con la que las mujeres me esperaban y la felicidad que les daba cocinar. No hablo de la repercusión en términos de métricas o ritmo de las redes, sino en comentarios y conversaciones que generaban los videos”, cuenta Wiñazki. “Publicamos uno cada 20 días, pero tenemos material para muchos más”.

La carne al horno de Teresa, de 83 años. La torta de miel de Betty, de 85. La passata di pomodoro de Domingo, de 95 años. Esos son algunos de los videos: recetas de los abuelos y abuelas que muestran cómo hacer sus especialidades. Ellos eligen sus platos favoritos, los de su familia o los que cuentan una historia familiar. Al comenzar con el proyecto, Wiñazki pensaba que su trabajo estaba vinculado con la nostalgia, quizá algo arraigado con el pasado. Sin embargo, con el tiempo se dio cuenta de que, en tiempos de TikTok y recetas veloces, se vincula con una fuerte “vitalidad del presente”.

“A muchos les despierta recuerdos y nostalgia. Pero, principalmente, creo que el movimiento es hacia adelante. Hay una vitalidad en esas abuelas cocinando, en registrarlo e incluso en su forma de hacerlo. Algunos comentarios decían: ‘Nunca hice el pastel de papas como lo hace Yolanda. ¡Qué buena idea!’. Me gusta pensarlo como un legado más que con un tinte nostálgico”, dice.

Aunque los videos duran pocos minutos, Wiñazki comparte largas horas con las abuelas. Además de la comida, ella cree que el proyecto transmite algo del tiempo y del amor puesto en un plato. “Para cocinar algo rico y algo con amor, uno tiene que dedicarle tiempo. Creo que es lo que transmiten todas las abuelas en sus videos y una de las razones por las que el tema convoca tanto, además del placer de comer. Tiene que ver con la identidad y con lo familiar. Eso me sorprendió mucho: todas las mujeres y varones que cocinan y que llegaron a esta edad están rodeados de sus familias”.

La charla sucede en Pablo Podestá, donde vive Italia Sassoni, madre de dos hijas, abuela de seis nietos y bisabuela de nueve. “Tengo una familia hermosa. Por eso llegué a esta edad y con ganas de vivir”, dice. La mesa está muy cerca de la cocina. Ella posa solvente para las fotos. Toma un palo de amasar. Cuenta que ya le hicieron una nota en un canal de televisión. Recuerda que en su casa se hacía puchero, guisos, milanesas y estofados.

“A los chicos les diría que cocinen en lugar de comer afuera. Es más económico y más rico. ¡No hay nada como la comida casera! Tengo miles de libros de cocina que quedarán para mis hijas. Se van a pelear por ellos”, se ríe. Ahora, cuando sus hijas cocinan, ella prueba los platos para ver si les quedan como los suyos.

Patricia Aguirre, antropóloga y especialista en alimentación, califica al proyecto como “contracultural”, con criterios “profundamente humanos y alejados de la dieta industrial”. “El hecho de cocinar y controlar lo que me llevo a la boca te conecta con valores humanos. El proyecto es valioso y representa una lucha que vale la pena dar: que nuestra comida sea hecha, pensada y distribuida por personas y no por fábricas. El valor fundamental de estas mujeres cocineras es su creatividad”, analiza la investigadora del Instituto de Salud Colectiva de la Universidad Nacional de Lanús (UNLA).

En la cocina del restaurante Trocca, en Buenos Aires, el chef y propietario Fernando Trocca conserva una foto de su abuela Serafina. En la carta, hay un risotto de osobuco y un mondongo que lleva su nombre. “En mi cabeza, en mi memoria y en mi corazón, evoco las recetas de mi abuela, aunque no tengo el registro de cómo las hacía. Soy cocinero gracias a ella. En aquellas épocas, nadie hablaba tanto de la alimentación. Yo puedo decir que fui alimentado por una abuela que me dio de comer absolutamente de todo. Ella no servía alimentos ultraprocesados porque no le hacía falta”, recuerda el chef, con más de 40 años en el oficio.

El proyecto de Wiñazki lleva apenas un año. Su trabajo implica no solo la grabación, sino un encuentro paciente y pausado con las personas. Ahora quiere seguir trazando la identidad de la cocina argentina a partir de estos registros y viajar junto a las abuelas. “Me gustaría llenar el mundo con recetas de abuelas de los cinco continentes”.

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