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En colaboración conCAF

‘Rede Katahirine’, una constelación de mujeres indígenas para reinventar el cine brasileño

Con apenas tres años de existencia, la red conecta, capacita y apoya a 89 mujeres cineastas indígenas de Brasil y está ayudando a cambiar la visión que las comunidades tienen de ellas

Mujeres indígenas en el cine de brasil
Bernardo Gutiérrez

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Cine de ficción, videoclips musicales, y mucho cine documental: la Rede Katahirine, que nació oficialmente a finales de septiembre de 2022, se extiende ya por casi todos los rincones de Brasil. Si inicialmente contaba con 47 mujeres indígenas, la red ya tiene en sus filas a 89 y acoge simultáneamente a quienes están comenzando en el mundo audiovisual y a nombres consolidados como Txai Suruí (productora del documental The Territory, de National Geographic), Olinda Tupinambá y Glicéria Tupinambá (representantes de Brasil en la 60ª Bienal de Venecia en 2024) o a Sueli Maxacali (cuyo último documental Yõg ãtak: Meu Pai, Kaiowá ha entrado en cartelera), entre otras. “No es un catálogo, es un movimiento vivo de mujeres indígenas. No buscábamos hacer una red de profesionales. Están las que tienen experiencia, pero también las que hacen lo que hacen para la memoria de su pueblo”, asegura Mari Corrêa, una de las fundadoras de la Rede Katahirine, a América Futura.

“Con mi lenguaje artístico, hago justicia”

Bárbara Kariri, licenciada en teatro y doctora en bellas artes, confiesa que cuando recibió la invitación para unirse a la iniciativa pensó que era “uno de esos catálogos”. Pero, tras un primer encuentro presencial en 2023 en Pirenópolis (Estado de Goiás), se quedó fascinada. “La Rede Katahirine me da autoestima para fortalecer la colectividad. Porque la mayoría de las indígenas no consigue el material necesario para hacer música, teatro o cine. Con mi lenguaje artístico, hago justicia”, afirma en una entrevista telefónica.

La Rede Katahirine nació como inercia del Instituto Catitu, que desde 2009 realiza talleres en aldeas e incentiva a las mujeres indígenas a cotnar su propia historia. Mari Corrêa, fundadora del Instituto Catitu, comenzó a darle vueltas durante la pandemia. “Me di cuenta que casi nadie conocía a la mayoría de mujeres indígenas cineastas. Pensé que sería bueno tener una especie de hub para visibilizar su trabajo", asegura Mari.

La palabra Katahirine, que significa constelación en lengua Manchineri, surgió durante un encuentro presencial de mujeres de cinco etnias en Rio Branco, capital del Estado amazónico Acre, en septiembre de 2022. En aquel encuentro fundacional, llegaron a la conclusión de que querían un espacio colectivo para que cada cineasta indígena brillara en relación con las otras. Se creó un consejo directivo formado mayoritariamente por mujeres indígenas, que toma las decisiones de forma colectiva. Y se creó un grupo de articuladoras, para incentivar la conexión entre las mujeres de los diferentes territorios. “En la pandemia, la gente comenzó a ver más cine indígena, especialmente hecho por mujeres. Como había más gente en casa durante el confinamiento, las mujeres indígenas pudieron participar en más eventos y ser comisarias en muestras”, afirma Sophia Pinheiro, una de las cuatro coordinadoras de la red, cuyo mapeo sobre mujeres indígenas cineastas de su doctorado fue crucial para el lanzamiento de la iniciativa.

Una de las articuladoras es Suyani Terena que, con apenas 20 años, acaba de presentar su documental Rainha das formigas (2023) en el festival Douarnenez de Francia. Suyani confiesa en un mensaje de audio que la Rede Katahirine es su principal motivación: “Cuando entré, ni sabía que podía ser cineasta sin tener un título de los blancos. La red ha creado un círculo de mujeres muy fuerte, que va incluyendo a más mujeres. Muchas ganan reconocimiento en festivales fuera y dentro del país”.

Para incentivar la creación audiovisual de mujeres indígenas, la red lanzó el Premio Katahirine que, más que una competición, es un espacio para que un grupo de mentoras acompañe doce proyectos de películas “La única regla es que la película esté protagonizada por mujeres”, matiza Mari Corrêa. A medio plazo, la Rede Katahirine, que tiene en marcha un cineclub, aspira a crear una productora de cine indígena hecho por mujeres.

De lo íntimo a la lucha colectiva

En el catálogo de la Rede Katahirine figuran registros históricos, como Das Crianças Ikpeng para o Mundo (2001), la primera producción audiovisual con participación en la dirección de mujeres, o A história da cotia e do macaco (2011), trabajo de las mujeres del Parque Indígena do Xingu, la primera tierra indígena reconocida de Brasil. Sin embargo, la mayoría de las mujeres de la red suelen abordar temas ignorados por el cine indígena masculino. “Ellas lidian con temas más íntimos y personales. Pero lo íntimo no es sinónimo de individual. En sus obras salta a la vista la presencia de mujeres en las aldeas, que antes era invisible”, destaca Mari Corrêa.

En Rainha das formigas, Suyani Terena retrata el rito de pubertad de las mujeres del pueblo Nambikwara de Mato Grosso. En Kaimanepa (2024), Helena Corezomaé retrata a su marido hablando sobre y con su hijo autista. Aida Harika Yanomami e Roseane Yariani Yanomami narran el rito de un chamán Yanomami en Thuë Pihi Kuuwi – Uma Mulher Pensando (2023) a través de una narradora mujer. Lily Baniwa reflexiona sobre la relación del agua del río Negro con las mujeres en Ooni (2022). “Los antropólogos y periodistas siempre buscaron a los líderes hombres. Retratar lo íntimo es abordar temas importantes que nadie está percibiendo”, asegura Mari. Lo íntimo también puede ser parte de una lucha colectiva. En Mensageiras da Amazônia (2022), el colectivo Munduruku Daje Kapap Eypi teje una metanarración en la que las mujeres se retratan a sí mismas, con ayuda de drones, mientras expulsan de sus tierras a garimpeiros (buscadores de oro) y madereros.

En algunos casos, la elaboración de un trabajo audiovisual modifica para siempre el rol de las mujeres en sus propias aldeas. En 2024, once mujeres de la etnia Shawãdawa de Acre se lanzaron a una expedición inédita fuera de sus aldeas para reabrir los caminos de la Terra Indígena Arara y vigilar su tierra de las invasiones. En la sala de estar del Instituto Catitu, Caylandia Shawãdawa, de 25 años, Catilane Shawãdawa, de 19, y Fátima Shawãdawa, de 40, reflexionan sobre cómo los hombres ridiculizaron su intento. “Decían que no íbamos a aguantar. Sufrimos con la lluvia, faltó comida, tuvimos calambres. Volvimos a la aldea y ahora vamos a mostrar a todo el país el documental”, asegura Catilane. Fátima Shawãnawa, madre de seis y abuela de cuatro, confiesa que nunca se había aventurado lejos de la aldea São Luiz: “Nunca habíamos andado así, en medio de la selva. Dormimos entre serpientes y panteras. Caminamos con ayuda de GPS”. Reabrieron los caminos en nueve días. Después, plantaron árboles altos para marcar el territorio y protegerlo de los intrusos. Las tres mujeres, ya oficialmente dentro de la Rede Katahirine, confiesan que todo cambió tras la expedición. Catilane se convirtió en líder de la juventud de la Terra Indígena Arara. Caylandia se sintió “totalmente apoyada” por los hombres. “Algunos ancianos nos decían: si no estuvieran aquí grabándonos, no les habríamos contado estas historias”, asegura Catilane. Tras el proceso de elaboración del documental de las mujeres Shawãdawa, todavía sin título, los hombres quieren que ellas participen y graben las reuniones.

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