La metamorfosis de Adela
La artista mexicano uruguaya Adela Casacuberta, que padece esclerosis múltiple, llenó el jardín del Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo de hongos rosados de cerámica con otros reales en su interior
Cuando Adela Casacuberta le comentó a su ceramista que quería crear un jardín de hongos de cerámica, recibió como respuesta la primera de muchas negativas: harían falta más de 600 kilogramos de materia prima y en la infraestructura de talleres de Montevideo sería imposible manipular tal volumen. Pero Adela tenía una visión muy clara de lo que quería lograr: para esta artista, galerista, madre y persona con esclerosis múltiple, lidiar con los obstáculos es parte del camino.
Adela nació en Ciudad de México en 1978; es hija de un padre uruguayo, médico, y una madre mexicana. Tenía cuatro hermanos uruguayos y otro hermano que nació después en México. A los 23 años y con un pronóstico incipiente de su enfermedad, decidió que Montevideo sería el lugar para formar un hogar junto a su compañero, el artista y diseñador gráfico Antar Kuri, y desarrollar en conjunto sus intereses artísticos.
Durante los siguientes 25 años se desempeñó como diseñadora gráfica vinculada a la escena cultural. También como artista, editora, curadora y galerista. Todas ellas tareas desafiantes en un universo que aún hoy es de nicho en Uruguay. En 2009, se casó con Antar y tuvieron a sus dos hijos, Atari y Anja. Mientras la vida se desplegaba y Adela exploraba su particular sello estético de flores, formas orgánicas y colores, la enfermedad avanzaba.
“He intentado crear y compartir un mundo personal en cuadros, instalaciones y esculturas que evocan el surgimiento de vida. Todos los días pongo todo mi empeño en desarrollar mi obra”, cuenta en apoyoaadela.org, una web desarrollada para acompañar su carrera artística y apoyarla en ese camino. “Pero a los retos que vive todo artista se suma una complicación particular. Hace 25 años que tengo esclerosis múltiple, una enfermedad degenerativa severa que hace que mi vida sea muy difícil y costosa. Tengo afectados muchos grupos musculares que comprometen mi movilidad, mi respiración y también el habla. Me desplazo en silla de ruedas. Y usando la mano izquierda, que es la única que puedo mover, trabajo en mi obra con el mismo cariño y dedicación que he puesto en ella siempre. Pero necesito asistencia permanente tanto para trabajar como para resolver cada acción del día”, añade.
La aceptación de su diagnóstico no fue nada sencilla, según cuenta: “Antes era purista y entendía que era algo tácito, pero no quería hablar del tema: yo era una artista, y punto”. Luego se reconcilió y entendió que, si bien no le gustaba ser catalogada por su condición, podía actuar desde ese lugar y aportar cosas muy valiosas desde allí. Decidió explorar el deterioro de su cuerpo a través de diferentes medios y utilizar la metáfora del micelio de los hongos para entender su “mapa corporal fragmentado”, como ella lo llama. “La vida es corta, y cada uno trabaja con sus propias circunstancias”, afirma.
Con un objetivo claro y ante la responsabilidad de seguir adelante en su tarea, Adela logró realizar residencias artísticas en Francia y México. El resultado de esa exploración fue Mimesis, un conjunto de flores de arcilla pintadas de blanco que finalmente se metamorfosearon en las figuras que en noviembre coparon el césped en la instalación Hongos rosados en los jardines del museo. La primavera es la estación más esplendorosa en los jardines del Museo Nacional de Artes Visuales del Parque Rodó de Montevideo, diseñados por el paisajista moderno uruguayo Leandro Silva Delgado, discípulo de Burle Marx, y las flores de los jacarandás se ocuparon de ornamentar los montones de setas rosas dispuests cerca de la entrada del edificio. Además, estas esculturas habían sido receptores donde cultivar pleurotus djamour, amables hongos ostra rosa pálido convertidos rápidamente en alimento de insectos y aves. Mientras que la muestra homónima de Adela Casacuberta permanece hasta febrero dentro del museo, el carácter efímero de los hongos obligó a que la instalación dure apenas cuatro días en el jardín: una buena metáfora de los procesos de la naturaleza, invisibles al ojo humano hasta su maduración.
Esta explosión de color y vida empezó en 2020, cuando Adela fue invitada a participar de Campo, una exhibición colectiva que se lleva a cabo en el ínfimo pero artísticamente rico Pueblo Garzón, en la frontera entre los departamentos de Maldonado y Rocha del este uruguayo, impulsado por el cocinero argentino Francis Mallmann. Allí, Adela eligió intervenir una pared destruida y aprovechar las manchas de humedad ya presentes para crear su obra, con colores especialmente generados. Abajo, colocó algunas esculturas sobre las que cultivó hongos.
En 2021, continuó aprendiendo sobre el mundo fungi y, sumado a su exploración con arcilla y cerámica, definió que haría una instalación de hongos rosados sumando hongos reales. Para que esto sucediera, tuvo que contar con múltiples apoyos: de su equipo; de los Fondos Concursables para la Cultura del gobierno uruguayo; del Museo de Artes Visuales; de los curadores Alejandro Sequeira y Patricia Bentancur; de la especialista en micelio Cecilia Morales y muy especialmente del taller de cerámica Artes del fuego de la Facultad de Bellas Artes de Uruguay, que puso a disposición docentes, alumnos e instalaciones, incluyendo sus hornos, para que los 600 kilos de cerámica finalmente mutaran en esa floración fúngica. Esto también involucró a un grupo muy diverso de voluntarios que se sumaron a la creación de las piezas bajo la dirección de Adela, en consonancia con el funcionamiento de los antiguos talleres de oficios: “El trabajo de cerámica requiere de mucha organización, pero traté de no controlar el resultado final. Muchas veces pasaba que el último que llegaba recibía las instrucciones del penúltimo”. El color, un especial interés de Adela, también tuvo que ser explorado químicamente, modificado y finalmente corregido para que el rosa -un tono por cierto atípico para la paleta uruguaya- fuera el protagonista absoluto.
¿Cómo sigue este camino? Así como el micelio se expande y genera sus redes invisibles, Adela busca replicar este jardín de hongos en otros parques del país y, por qué no, en otros países. Como integrante del Colectivo Sur-Sur, que reúne artistas de Uruguay, Argentina y Australia, ya ha encontrado eco en estos países, y realizarla en México es un sueño a cumplir. “El reino fungi es un ejemplo de cómo debería funcionar la humanidad: las relaciones micorrícicas -entre los hongos y las raíces de las plantas- hacen que bajo tierra exista un festival de vida, funcionando sin un comando central y según las necesidades vitales”, concluye.
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