La resistencia de las mujeres que siembran agua (y hacen de Perú el mayor productor de fibra de alpaca del mundo)
Las mujeres criadoras de alpacas de Umpuco están en la primera línea contra la sequía y otros efectos de la crisis climática
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La sequía más dura de los últimos 60 años no es un recuerdo lejano en Umpuco, en Puno, al sur de Perú. A más de 4.100 metros sobre el nivel del mar, esta comunidad quechua aún resiste en ese paraje agreste del Altiplano peruano, donde cada gota de agua es crítica para sobrevivir. “Algunas de nuestras alpacas abortaron, otras nacieron prematuras y otras simplemente murieron”, lamenta Saida Tipo Apaza, de 22 años. Al igual que la mayoría de mujeres por estas altitudes, se dedica a la crianza de alpacas y al negocio de su fibra considerada, después de la vicuña, una de las más finas entre los camélidos. El 60% de esta cadena de producción está en manos de mujeres que, como ella, han convertido al país en el primer productor mundial de su fibra, con exportaciones que superan los 90 millones de dólares al año.
Sin embargo, el año pasado, Puno, hogar de la mayor población de alpacas, soportó el mes más seco de las últimas seis décadas, según Senamhi, el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú. En enero, durante la que debía ser temporada de lluvias, pasaron hasta 23 días seguidos sin que cayera una sola gota de agua. “Los mayores decían que la sequía iba a durar más de dos años, como en el pasado. Pensamos vender todo, nuestras alpacas, nuestras llamas...”, recuerda la alpaquera.
Para resistir, muchas familias en Umpuco se quedaron con apenas la mitad de sus alpacas suri y huacaya, la raza preferida en la industria nacional e internacional. “Este año es distinto. Por ejemplo, ahora todas las crías están vivas. Pero persiste el miedo de que la sequía regrese”, afirma la Tipo, mientras teje un chaleco del color del paisaje semiárido que la rodea.
Las lluvias nunca han sido abundantes en este lado del Altiplano, donde la agricultura es casi imposible. “Nuestros antepasados se dedicaban a la crianza de alpacas para hacer trueques, a cambio de chuño [fécula de papa], maíz, papa, quinua y frutas”, relata Nivia Cutipa, de 49 años y una de las precursoras de la Asociación Alpaquera Asvicup, integrada por 28 mujeres y dos hombres de la comunidad que crían a más de 1.500 alpacas.
Mucho ha cambiado desde entonces. Este camélido sudamericano está cada vez más amenazado por la crisis climática, que ha vuelto impredecibles los antiguos patrones climáticos en las zonas altoandinas. Desde sequías prolongadas a heladas de 20 grados bajo cero y el retroceso de los glaciares han alterado el ciclo de vida de las alpacas y el de las comunidades que las cuidan.
Uno de los ecosistemas más afectados por estas alteraciones son las praderas altoandinas, en las que pastan los rebaños. “Las alpacas son muy sensibles a los cambios y la finura de su fibra viene desde una buena crianza”, indica Cutipa. Ella, al igual que el resto de mujeres de la comunidad, se encarga de cuidarlas, esquilarlas, clasificar su fibra y tejer hilos y prendas. “Pero si las praderas están degradadas y hay poca agua, la fibra no es de buena calidad”.
Cosechar la lluvia
Ahora la temporada seca en Umpuco está muy cerca. Para que no se repita la crisis del pasado, estas mujeres han revivido una técnica milenaria: la siembra y cosecha del agua. Esta práctica, arraigada en los Andes desde antes de los incas, consiste en recolectar el agua de lluvia de las zonas más altas (siembra) para recuperarla después en las más bajas (cosecha). Es un esfuerzo por rescatar saberes ancestrales, como los de la familia de Avelina Mamani.
“Antes, nuestros antepasados convivían en armonía con la Pachamama, hacían rituales, hacían canales de riego”, relata la alpaquera de 52 años, quien tejía desde niña con su madre. “El agua llegaba bonita desde nuestros manantiales, pero la misma comunidad ha hecho perder todas esas costumbres”.
Desde el año pasado, la asociación alpaquera de Umpuco trabaja en recuperar estos saberes ancestrales con el Programa de Pequeñas Donaciones del Fondo para el Medio Ambiente Mundial, que lidera el Ministerio del Ambiente e implementa el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Este programa funciona como un laboratorio de innovación de las comunidades de aquellos paisajes que concentran gran biodiversidad y, a la vez, son altamente vulnerables.
“A lo largo de estos años hemos logrado un modelo que aprovecha la infraestructura natural para conservar el agua con un enfoque participativo desde las comunidades, en el que ellas mismas definen sus prioridades”, destaca Manuel Mavila, coordinador nacional de este programa. En esta séptima fase, opera en los paisajes altoandinos de Cusco, Puno y Tacna. “Además es un modelo que promueve el intercambio para que estas innovaciones se repliquen y escalen en todo el paisaje”.
Para sembrar agua en Umpuco, las alpaqueras han captado el agua del manantial Japulaya a las alturas de la comunidad, que luego canalizan por una tubería de más de 1.000 metros. También cada una ha construido 1.250 metros de zanjas de infiltración, canales que evitan el escurrimiento de las lluvias y retienen el agua, y han recuperado 700 hectáreas de sus praderas con pastos nativos de los Andes, como la chillihua (Festuca dolichophylla), que favorece la retención del agua.
Por otro lado, para cosechar agua, la asociación ha instalado ocho reservorios que tienen la capacidad de almacenar hasta 120.000 litros de agua, los cuales se usan para el riego por aspersión, un sistema que simula la lluvia en la temporada seca.
La siembra y cosecha de agua ya es una de las medidas de adaptación de las Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDC, por sus siglas en inglés), que representan el compromiso de Perú ante el Acuerdo de París para limitar un aumento medio de la temperatura mundial a 1,5 ºC y adaptarse a la crisis climática. En 2019, el Estado peruano reconoció su importancia al declararla de interés nacional y necesidad pública.
“Es crucial cumplir con esos compromisos climáticos, más aún si se llevan a cabo desde las comunidades que viven los impactos más severos del cambio climático”, sostiene en un correo electrónico Mirbel Epiquién, director general de Diversidad Biológica del Ministerio del Ambiente. “Debemos comprender que, si no gestionamos los efectos del cambio climático, no podremos implementar ninguna agenda de desarrollo. Para Perú, como uno de los países más afectados, incidir en esa relación es clave para el futuro”.
A pesar de esa resistencia climática, la migración se ha vuelto inevitable en Umpuco y otras comunidades del Altiplano. Según el Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos, 29.000 peruanos migraron dentro del país debido a desastres en 2022. En total, 8,7 millones de personas en el mundo fueron desplazadas por fenómenos como inundaciones, tormentas, sequías, incendios forestales y temperaturas extremas.
Pero ese destierro también está relacionado, en gran medida, con la ausencia de un mercado justo y la falta de oportunidades. “Nuestras abuelas desconocían el valor de la finura de la fibra”, asegura Nivia Cutipa. “Veíamos tanto sacrificio de ellas para que al final fueran los intermediarios quienes pusieran el precio de las fibras más finas. Por eso nos organizamos y empezamos a hablar del valor agregado”.
Casi toda la fibra que se produce en Perú se comercializa mediante intermediarios y sin ningún proceso de valor agregado. Samuel Ramos, presidente de la asociación alpaquera de Umpuco, lo explica con estadísticas. Una alpaca puede producir hasta dos kilos y medio de fibra al año. Y mientras el kilo de fibra se vende a tres dólares, sin incluir el valor agregado, el de hilo supera los 54 dólares. “Una buena hiladora puede hacer hasta 200 gramos al día”, añade el productor. “Y una buena tejedora puede terminar un suéter en cuatro días, que se puede vender a 65 dólares. Eso nos hizo dar cuenta que dando valor agregado ganamos más”.
De ahí que una de las estrategias principales del Programa de Pequeñas Donaciones haya sido mejorar las técnicas de las alpaqueras para agregar mayor valor a la fibra de alpaca. Ahora producen hilos y prendas de mayor calidad, han registrado una marca colectiva y se están asesorando para entrar a nuevos espacios de venta en Puno. “Pero todavía existen retos en su comercialización, debido a la lejanía al mercado y a la dependencia del turismo, que suele caer en épocas de crisis”, remarca Mavila, coordinador de dicho programa.
Además, hay quienes regatean el precio de sus tejidos, mientras que en boutiques de Lima pagan unos 240 dólares por un suéter y 100 por una bufanda. “A veces no comprenden el trabajo que hay detrás de cada prenda y nosotras aceptamos por necesidad”, advierte Nivia Cutipa, quien capacita a alpaqueras de otras zonas altoandinas. “Nos encantaría tener un punto de venta en la capital y llegar a ferias internacionales, en esos sueños estamos trabajando”.
Son muchos los sueños de Umpuco que descansan en sus alpacas. Pero sobre todo el de un futuro diferente para los más jóvenes. “Queremos seguir conservando nuestros saberes y dejar esas enseñanzas a nuestros hijos, quienes están migrando a la mina, a la ciudad”, lamenta Cutipa. “Nosotras queremos que vean que sí hay oportunidades y se puede vivir mucho mejor en nuestra comunidad”.
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