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“Votaré si consigo la plata para llegar a la mesa electoral”

El conflicto armado, la lejanía de los puntos de votación o las dificultades económicas están detrás de parte de la abstención y de miles de ciudadanos que no pueden ejercer su derecho

José Luis Solano, coordinador de la red nacional de ollas comunitarias Platico a Platico y cabecilla de la recolecta para las personas que no pueden votar por falta de recursos.
José Luis Solano, coordinador de la red nacional de ollas comunitarias Platico a Platico y cabecilla de la recolecta para las personas que no pueden votar por falta de recursos.Diego Cuevas
Noor Mahtani

En la comunidad de la Villa, en el Medio Atrato, Chocó, hay al menos 800 personas que quisieran votar este domingo y no saben si podrán. En esta aldea rural “de gente pobre pero trabajadora” vive Aurelino Quejada, de 62 años. Es líder comunitario y el cabecilla de la odisea que supuso encontrar “la platica” para movilizar a sus vecinos en la primera vuelta hasta el Llano de Bará, donde está la mesa electoral. La única forma de llegar es atravesando el río en un bote y pagando unos 35 galones de gasolina a 13.000 pesos cada uno. Pudieron ir 300 personas. Esta vez está más difícil: “No tenemos ni un peso recolectado aún. Votaré el domingo si consigo la forma de llegar”.

Aunque no existen datos que correlacionen la abstención y los problemas logísticos de acceso por conflicto, falta de recursos económicos o cuidados a personas mayores o dependientes, los expertos señalan que tienen mucho que ver, sobre todo en las zonas rurales del mapa colombiano. Diego Alejandro Rubiano, subcoordinador del Observatorio Político Electoral de la MOE es crítico con la situación: “Sabemos que no estamos logrando llegar del todo a las áreas más alejadas. Es un reto, por la geografía y la falta de infraestructuras de estas comunidades. Muchas veces, aunque se concentran varias viviendas juntas, no hay una escuela donde montar el equipo”.

Actualmente, hay más de 12.000 puestos de votación, pero hay lugares como la villa del Calamar, en Guaviare, que a pesar de tener 300 km2, cuenta con apenas dos puestos. Y no es una excepción. De acuerdo con el experto, los criterios de creación de estas mesas electorales están sujetos a una “norma antigua” que exige que se creen en aldeas de más de 20 viviendas, con una infraestructura mínima a la que hacer llegar el material. La distancia del electorado no es una variable. Y el voto por correo no es una opción. “El Chocó siempre estuvo olvidado. En cuanto a desarrollo, en presupuesto, en seguridad…”, lamenta Quejada. “Incluso a la hora de votar. Ahí también se olvidaron de nosotros. ¿Con qué ganas vamos a votar en las siguientes?”.

La gente que sale de esa manera a votar en mula o se gasta 200.000 pesos en combustible para ir en canoas o pasan por trochas… Esa gente también es colombiana y debería poder votar sin dificultad
José David Ortega, líder social en el sur de Córdoba

A Pedro, del Valle del Cauca, ir a votar le puede costar la vida. La zona en la que vive está bajo un paro armado y los paramilitares tienen prohibido a la gente de su comunidad salir a votar. Sin embargo, un grupo de 77 agricultores tiene pensado fingir que va a hacer unas compras en la cabecera y votar. No sin miedo. “Si uno lleva la contraria aquí te reciben con una bala, te queman los cultivos, la casa, te desplazan… ¿Cómo no vamos a tener miedo?”, se pregunta por teléfono. “Lo vamos a hacer porque queremos un cambio. Pero es peligroso”, explica este campesino que prefiere no revelar su nombre real ni el de su comunidad, por miedo a represalias.

Para miles de colombianos la abstención es forzada. Y en un momento electoral como el actual, en el que estos votos son la clave para inclinar la balanza entre extremos, la frustración entre los ciudadanos que no pueden ejercer como tal aumenta. “Esta vez sí me da mucha rabia no poder”, dice por teléfono Luis Ernesto Nieto, de 42 años, “Sería muy bueno un cambio en este país, pero va a ser imposible”.

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Este caficultor vive en la vereda China Alta, en Ibagué, y solo recuerda haber votado en las elecciones de 2018. Pero las condiciones climáticas han dificultado siempre su derecho al sufragio. Hace un mes que el fenómeno de La Niña azotó la región y cortó todas las vías de acceso. “Tal vez si alguno tiene moto, puede ir. Sino, tocaría caminar siete horas. Y a mí me da miedo un derrumbe espontáneo”. Son 130 familias sin opción de elegir.

En este caso, la mesa electoral está a tan solo 27 kilómetros de la vereda. “Pero es imposible”, dice José Rodríguez, de 41, vecino del mismo pueblo. “Todos queremos votar, pero, ¿cómo llegamos? Tampoco hay ninguna campaña política que nos facilite el traslado, como sí las hubo en las del Congreso”.

Para José David Ortega, líder social y vocero de la asociación campesina del sur de Córdoba, esta situación es “insultante”. “Los territorios alejados siguen siendo los que no tienen garantías. Conozco cientos de casos, pueblos de 70 personas en las que votan ocho; de 35 y que salieron solo dos y porque tenían una mula. La gente que sale de esa manera a votar y se gasta 200.000 pesos en combustible para ir en canoas o pasan por trochas… Esa gente también es colombiana y debería poder votar sin dificultad”, zanja. “Debería haber un gasto oficial para ello”.

“Teníamos que hacer algo”

Cuando el gasto oficial no es una opción, los vecinos más comprometidos son los que toman parte y se organizan. En estas elecciones, las redes sociales han servido como trampolín de decenas de iniciativas de recaudación de fondos y movilización comunal. José Solano es el coordinador nacional de ollas comunitarias y fue ese trato directo con población más vulnerable lo que le hizo darse cuenta. “Eran muchos los que querían y no podían. Teníamos que hacer algo”. Así que se puso manos a la obra (virtual) y lanzó un tuit pidiendo presupuesto para pagar mototaxis que los llevaran desde sus veredas a las cabeceras municipales.

Recibió decenas de respuestas y llamadas de gente de Cundinamarca, Cauca, Santander... “Tenemos recaudados 254.000 pesos y necesitamos al menos un millón y medio”, cuenta optimista. En su lista, hay ya 231 personas deseando recibir la transferencia. “Los políticos no tienen en cuenta esta realidad”. A unos 200 kilómetros de ahí, en Ibagué, Eliana Camacho, ama de casa, también se está coordinando con sus vecinos con la misma intención. Lo hace porque “no quiero ver a tantos viejitos sin pensión ni a niños sin graduarse o sin salarios dignos al crecer”. Y cree que el voto es la forma de cambio. “Esperamos poder ayudar al menos a 200 personas, sobre todo adultos mayores o personas sin recursos. Hay gente que no tiene ni para desayunar, pero vamos a esforzarnos para que al menos sí tengan para votar”.

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