Yanire Arismendi: la llanera de la biodiversidad
La líder llanera dirige la Asociación de Propietarios de Reservas Naturales de la Sociedad Civil de la Orinoquía, uno de los núcleos de conservación ciudadana más grande del país
Incluso antes de aparecer en pantalla, y a manera de saludo, Yanire Arismendi deja entrar un atardecer rojo y naranja por la cámara de su celular: “¡Mira qué belleza!”, se escucha su voz en off. Son poco más de las cinco de la tarde, y al fondo se escuchan aves cantar, y se ven las sombras recortadas de algunos árboles, una hamaca y un techo de palma, contra la luz colorida.
Sonriente, bajo un sombrero de ala ancha y pañoleta al cuello, explica que por estos días anda en “trabajo de llano”, en las reservas de la vereda Altagracia, a cinco horas del municipio de Trinidad y a siete de Yopal, la capital de Casanare. Atender ganado, visitar “rodeos” o llevar el registro de las reses vacunadas no parecerían, en principio, las actividades de una líder que ha asumido la vocería de un movimiento de conservación en los Llanos Orientales, o en las sabanas inundables de la Orinoquía colombiana, para ser precisos. Sin embargo, dirige la Asociación de Propietarios de Reservas Naturales de la Sociedad Civil de la Orinoquía, Aso-Orinoquia, considerado uno de los núcleos de conservación ciudadana más grande del país. Agrupa unas 20 reservas, colindantes en su mayoría, antiguas fincas y haciendas que decidieron modificar su vocación y hoy conforman un islote biológico de entre 12.000 y 14.000 hectáreas.
Cuenta que hacen parte de la segunda generación de “nacidos y criados” en Altagracia y sus inmediaciones. Y que fueron sus padres quienes les enseñaron “a consumir sólo lo necesario”, sin acabar lo que la naturaleza siempre les ha entregado.
Hacia 2019 sintieron pasos de gigante amenazar sus bosques y humedales, sus sabanas y morichales, cuando la industria petrolera llegó con sus prospecciones sísmicas: “Ocurrieron muchos daños ambientales y mucho deterioro también de fauna. Y esa fue la mayor alarma: ¿si ese era el comienzo, qué seguía?”. Decidieron asociarse, y tramitaron ante la Unidad de Parques Nacionales la figura de Reservas Naturales de la Sociedad Civil.
Desde entonces trabajan con organizaciones nacionales e internacionales en restauración del ecosistema y de especies nativas como patos carreteros o tortugas sabaneras. Y están convencidos de “no aflojar”. Si durante tantos años habían trabajado y llevado una vida plena allí, podían “seguir viviendo, conservando y amando” su territorio sin necesidad de la entrada económica que ofrecían las petroleras.
Lo que les permite blindarse de este modo ante las tentaciones externas es su actividad económica tradicional. Los Llanos Orientales han sido tierra de vaquería y ganadería, asociadas al avance de la frontera agrícola. Sin embargo, la convicción de la Asociación es que esta actividad es compatible con la conservación ecológica y que justamente han demostrado que ambas se pueden armonizar.
Explica que “las sabanas inundables de la Orinoquía tienen poco bosque” y que en ellas abundan las “pasturas naturales y los forrajes nativos”, lo que les permite criar el ganado libre y “sin ningún tipo de agroquímicos”. Además, sin afectar los llamados bosques de galería, que se concentran a orillas de ríos y caños: “Para nosotros son intocables”.
Entre los proyectos que adelantan se cuentan pilotos de restauración de moriche, la palma icónica de los llanos que, desplegada en extensas familias sobre las aguas de esteros y lagunas, conforman ese ecosistema único que son los morichales.
Este modelo los ha convertido en referente nacional, no sólo en conservación sino también en turismo cultural y de naturaleza. Y su convicción es que este modelo híbrido permite que en los llamados “safaris de llano” se conjuguen el deslumbramiento ante la biodiversidad nativa y el interés por la mítica vida llanera.
Aunque este posicionamiento los ha blindado ante los proyectos petroleros, han seguido enfrentando amenazas como la cacería de chigüiros, tortugas y otras especies. O el flagelo de las quemas ocasionadas por campesinos que, en su afán productivo, arriesgan todo el ecosistema. Para enfrentarlos, la estrategia de Arismendi ha sido simple: institucionalidad. Gracias a las relaciones con gobiernos locales y regionales, fruto de los proyectos realizados, la interlocución directa les ha permitido recibir ayuda oportuna.
Es enfática al resaltar el papel de las mujeres en el proceso de conservación. Tan ocupadas como los hombres en tareas de campo, impulsan también proyectos como Sabores de la biodiversidad, un recetario con el que han recuperado, por ejemplo, las recetas de brusca, una leguminosa que sus padres y abuelos bebían como sustituto del café, y con la que ahora se preparan también dulces y arequipes.
“La cultura es lo que nos hace visibles” y “originales de este llano”, dice. Y precisamente en eso, y en un territorio bien conservado, cifran las esperanzas de relevo generacional: esa es “la mayor herencia para los jóvenes, que continúen con este legado”.
El suyo ha sido un trabajo “de mucho amor y mucho corazón entre todos los vecinos”. Y como los buenos cabresteros del llano, es feliz impulsando. Acepta finalmente demostrar algún canto de vaquería, y entonces entona, los ojos brillantes: “¡Agila, agila, ganao’… por la huella ‘el cabrestero!”.
*Apoyan Ecopetrol, Movistar y Fundación Corona.
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