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Salud mental
Tribuna
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Una tarea colectiva

El decano de la Escuela de Derecho de la Universidad EAFIT reflexiona sobre la formación profesional y la cultura laboral en el ámbito de las leyes, a propósito de una investigación publicada en ‘La Silla Vacía’

Un abogado en un tribunal de Colombia.
Un abogado en un tribunal de Colombia.andresr (Getty Images)

Este fin de semana, La Silla Vacía publicó una investigación sobre posibles patrones de abusos laborales en algunas firmas de abogados colombianas. El artículo recoge testimonios de más de 30 abogados que denuncian distintos tipos de actos que incluyen discriminación en el acceso a los empleos, abuso de las cláusulas de manejo y confianza, maltrato y acoso laboral, y, en general, un sistema que puede llevar a la sobrecarga laboral y a afectar la salud mental de las y los abogados, especialmente los más jóvenes.

Algunas de estas denuncias son muy graves y suponen serias infracciones al ordenamiento jurídico, especialmente laboral, que deberían ser investigadas por las autoridades correspondientes. Los abogados tenemos deberes con nuestros clientes, pues cada caso es muy importante, pero también tenemos deberes con el Estado de Derecho, y somos los primeros que, conociendo la ley como la conocemos, debemos cumplirla y no hacerle quiebres.

Pero no es en esas infracciones puntuales a la ley en las que quiero concentrarme en esta columna. En mis círculos cercanos, compañeros abogados y graduados de la Universidad en la que trabajo, el artículo ha suscitado un intenso debate sobre un tema que no es una sorpresa para quienes estamos en el mundo del derecho, dentro y fuera de Colombia: la alta exigencia del trabajo de los abogados en las firmas. De un lado, están quienes consideran que esto es algo por todos sabido, que cada persona decide si quiere exponerse a altas cargas y exigencias laborales a cambio de un futuro próspero, y que las nuevas generaciones quizás no están preparadas para asumir ese nivel de presión. Por el otro, están quienes no desconocen que la exigencia y el rigor son importantes en cualquier trabajo, pero que esto no debe tener lugar a costa de altos niveles de estrés y de afectaciones a la salud física y mental en circunstancias como las que narra el artículo. En esta tensión se ignora quizás que la solución a este problema depende no solo de los jóvenes abogados y de las firmas, sino que también hay una responsabilidad de universidades y clientes.

Las universidades tenemos claro el reto de la educación en competencias socioemocionales de los estudiantes y creo que en ese campo hemos tenido avances, tal vez tímidos todavía, especialmente en los procesos de transformación de nuestros planes de estudio a modelos centrados en el estudiante, que implican que en sus clases trabajen en equipo, se equivoquen, reciban retroalimentación, lidien con la frustración y resuelvan problemas.

Sin embargo, creo que esa tarea no es solo de las universidades. Lo es también de aquellos empleadores que contratan a profesionales en etapas tempranas de su carrera. Los programas de mentoría y el acompañamiento cercano de abogados con mayor experiencia y trayectoria son claves en esa introducción de los jóvenes a la vida laboral y ese es un trabajo que debe hacerse con paciencia y empatía para acompañar el crecimiento de los equipos. Es un trabajo que implica conocer mucho mejor a estas nuevas generaciones que no están dispuestas a tolerar el maltrato, los gritos o la humillación. Pero, de ninguna manera, esto implica abandonar la exigencia y el rigor que son esenciales en cualquier trabajo y proceso de formación en firmas grandes o pequeñas y que son responsabilidad de los abogados en el ejercicio de la profesión. Creo que el rol de los líderes de las firmas es decisivo porque son sus comportamientos, en un sistema jerárquico como el que tenemos, el que los demás imitarán. Aquí las formas no son algo menor y hay que cuidarlas siempre.

Pienso también que las firmas colombianas de abogados, especialmente las más grandes, deben revisar sus políticas —a veces no escritas— de contratación, tener mayor apertura y darse la oportunidad de contratar abogados por fuera de sus círculos y perfiles habituales, lo que incluye personas que están dispuestas a poner límites y tener un balance entre su vida personal y su vida profesional. La diversidad en la conformación de los equipos solo enriquece el trabajo de las firmas y suma perspectivas para una mejor toma de decisiones y para ofrecer mejores servicios.

Por último, y esto es algo que cualquier abogado con experiencia sabe, también a los clientes hay que ponerles límites y ser estrictos con su cumplimiento. Hay que manejar sus expectativas de forma adecuada. Los clientes son también parte de esta ecuación, de ahí que ser claros con ellos, y atender en tiempos y plazos razonables sus demandas, contribuye a crear una cultura de trabajo más saludable.

Solo si vemos esta como una tarea colectiva, en la que universidades, firmas, abogados y clientes cumplan con su parte, podremos tener mejores resultados, y lograr avances y cambios sustanciales en un sistema con problemas evidentes. Queda pendiente en todo caso una cuestión no menor y es la de cómo hacer compatible un ambiente laboral de mutuo cuidado y respeto con las exigencias de un mercado de servicios legales altamente competido.


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