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Copa América
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un nuevo relato de Colombia

Habría que entender que el Mundial 94 es una herida histórica, no una condena eterna

Jugadores de Colombia se divierten durante una sesión de entrenamiento en Houston, el 23 de junio de 2024.
Jugadores de Colombia se divierten durante una sesión de entrenamiento en Houston, el 23 de junio de 2024.Hector Vivas (Getty Images)

La Selección volvió a bailar en los goles, en los anuncios publicitarios, en una canción de reguetón. Baila y sonríe a otro ritmo mientras el mundo del fútbol la da como opcionada para ganar la Copa América. Una mezcla (baile y confianza) que incomoda a quienes creen que ser candidatos hace daño, que el disfrute desconcentra, pero el juego es el que está hablando. Colombia convence y crece desde su fútbol.

El equipo de Néstor Lorenzo suma 20 partidos sin perder, pero más que el invicto, lo que atrae es la manera en la que juega. Versátil en el sistema táctico y los nombres (hay muchas y buenas alternativas), pero con la idea clara de imponerse a través de que sus mejores jugadores se encuentren en el campo. A la cancha se sale a competir, no a sufrir.

¿Es infalible? No. Nada es en el deporte, pero sí lo es el camino. Los campeones tienen y tendrán siempre la historia como bandera. Colombia empezó a construir su relato de Selección en los 80 a través de la figura de Francisco Maturana. “Cuando la colombianidad estaba hecha pedazos, él fue capaz de crear una manera, un estilo (…) fue capaz de inventar una nación efímera que nos permitió soñar”, afirma Omar Rincón en el ensayo El fútbol, espectáculo de la identidad.

Ser hincha es pertenecer. Para muchas personas en el país, la Selección es el único referente que los identifica como colombianos y la camiseta se convirtió ya hace tiempo en el símbolo nacional por excelencia. Jugadores como Luis Díaz, James Rodríguez, Juan Fernando Quintero o Yerry Mina son el espejo en el que se miran cientos de jóvenes que se sueñan en otro lugar.

Habría que entender que el fracaso del Mundial 94 es una herida histórica, pero no una condena eterna. Las causas no pueden convertirse en un peso colectivo imposible de superar. La buena gestión de los triunfos y las derrotas debe ser legado para los que vienen. Con José Pékerman, la Selección cambió de mentalidad, se convirtió en un equipo de élite y entendió que respetar al rival significa preparar cada detalle.

Esta Selección ha recuperado el vínculo con los hinchas en un momento en el que también hay nuevas voces en el periodismo, nuevas maneras de contar lo que somos, otras miradas de nuestra cultura. Incluso los anuncios publicitarios explotan esa historia que ha costado construir. Colombia no es un país ganador, pero de a poco aprende a reconocer el valor de lo vivido y de sus victorias.

El fútbol es mística, sentimiento, trabajo… todo lo que no se ve, pero que da resultados. Más allá de la pizarra, Lorenzo reformuló el sistema de liderazgos. En la era Lucho Díaz como máxima estrella, el entrenador promovió roles desde los cuales los referentes del pasado también son fundamentales. La influencia de James trascendió a otro lugar, tal vez más compuesto o reposado, pero no menos importante. Figura y capitán sonríen.

La ventaja histórica en Copa América la tienen Argentina (15), Uruguay (15) y Brasil (9) con el 83% de los títulos. También se juega contra eso. “La cuna del campeón te garantiza una proyección de campeón. A veces escucho: ‘Perdimos, pero tenemos que aprender del error’. Sí, me parece bien, pero cuando perdés, aprendés a lo que no hay que hacer para perder. Pero eso no te enseña a ganar”, explicó Lorenzo en una entrevista con EL PAÍS semanas atrás. Se aprende a ganar cuando se gana.

Si competir es el camino, ¿por qué no disfrutarlo?

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