Cuando Colombia ganó la Copa América 2001: una victoria en medio de la inseguridad
Argentina, rival de los cafeteros en la final del domingo, decidió no asistir en esa ocasión al torneo por la delicada situación de orden público en Colombia, y las amenazas en contra de su plantel
Colombia, una nación que tiene al fútbol como su deporte más popular, tan solo tiene un título en sus vitrinas. Se trata de la Copa América 2001, considerada por muchos como la edición más atípica de las 48 que hasta hoy se han celebrado. La particularidad de aquel campeonato, que tuvo al país cafetero como anfitrión, giró exclusivamente alrededor de la delicada situación de orden público de la época, que permeó de dudas y temores a organizadores, equipos y aficionados. Si bien se saldó con un triunfo colombiano, su desarrollo fue agridulce. A la par con el llanto y la emoción tras el pitazo final del partido decisivo frente a México, en la memoria colectiva también permanece el recuerdo de la Conmebol estudiando hasta último momento si el torneo debía llevarse a cabo debido a las amenazas y secuestros que por entonces copaban los titulares de prensa. En la cancha se vivió una fiesta, pero era —y todavía lo es hoy— imposible ignorar el contexto.
La sede de la Copa América de 2001, así como de las seis versiones anteriores, se conocía desde 1987, después de que se determinara una rotación entre los países suramericanos para encargarse de la organización del certamen. Los meses previos, sin embargo, pusieron a tambalear su realización. Primero, en enero de ese año, un carro bomba en el centro comercial El Tesoro de Medellín causó una muerte y 56 heridos. Luego, en mayo, otro vehículo estalló con 50 kilos de explosivos en Cali y dejó más de 35 heridos, entre los que estaban varios futbolistas del club Once Caldas, quienes visitaban la ciudad porque iban a jugar un partido de la liga colombiana. Dos semanas más tarde, nuevamente en Medellín, un Renault cargado con dinamita dejó ocho personas fallecidas y un centenar de lesionados. La incertidumbre no había llegado a su pico.
A falta de 16 días para la inauguración, el 25 de junio, Hernán Mejía, el entonces vicepresidente de la Federación Colombiana de Fútbol, fue secuestrado por guerrilleros de las FARC en las inmediaciones de Pereira, la principal ciudad del eje cafetero. Que un alto dirigente de la entidad organizadora de la Copa América estuviera privado de su libertad por rebeldes alzados en armas creó un ambiente de malestar en los demás países, que no veían garantías de seguridad para enviar a sus jugadores. Muchos insistían en que lo mejor era cancelar la competición, como Nicolás Delfino, presidente de la Federación Peruana. “La opinión de la Confederación Sudamericana (Conmebol) es suspender el campeonato en Colombia en tanto que no se libere al dirigente que en este momento está secuestrado”, señaló ante los medios de comunicación. La posibilidad de trasladar el evento a México o Brasil empezó a tomar fuerzas.
Bajo ese panorama fue convocada una reunión de emergencia en Buenos Aires para definir la suerte del campeonato. Mejía, quien fue puesto en libertad tres días más tarde, viajó al sur del continente para reafirmar el compromiso de Colombia con la celebración de la Copa América. Los miembros de la Conmebol concluyeron que lo mejor era posponerlo hasta el año siguiente, sin definir una fecha exacta. Faltaba que Andrés Pastrana, el presidente colombiano, jugara su as bajo la manga. El mandatario presionó, junto con los patrocinadores y propietarios de los derechos televisivos, para que la Copa América se jugara durante los días inicialmente pactados, entre el 11 y 29 de julio de 2001. Su gestión tuvo éxito, pero con un costo: Canadá y Argentina dieron un paso al costado y prefirieron no participar.
Los norteamericanos adujeron que ya habían desconvocado a sus jugadores tras ser informados de que el certamen sería suspendido para 2002. Los motivos de Argentina fueron más delicados. No fue solo el desasosiego por el orden público lo que provocó su ausencia, también hubo una amenaza directa al plantel. Carlos Carrasco, embajador de ese país en Bogotá, hizo pública una carta que contenía advertencias sobre posibles ataques a los futbolistas argentinos si decidían asistir al torneo. A pesar de que las autoridades colombianas aseguraron que detrás de la misiva no estaba ninguno de los principales grupos guerrilleros ni paramilitares, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) consideró que no existían condiciones óptimas para viajar a Colombia. Gabriel Batistuta, Hernán Crespo, Javier Saviola, Juan Sebastián Verón y Claudio López, entre otros, fueron algunos de los nombres que hicieron falta en esa edición.
La salida de ambos países de la parrilla, a tan solo pocos días del partido inaugural, obligó a encontrar reemplazos rápidamente. En tiempo récord, Costa Rica y Honduras llenaron ese vacío. Lisandro Flores, director de la Federación de Fútbol de Honduras, se mostró convencido pese a la invitación de último minuto y aseguró que su deseo era que “el pueblo hondureño contribuya a la paz y la alegría del pueblo colombiano”. Su selección terminó siendo la sorpresa del campeonato, llegando hasta las semifinales.
El primer título de Colombia
La superioridad cafetera se demostró de principio a fin. Solo una tercera parte de los 18 futbolistas convocados por el entrenador Francisco Maturana militaban en el extranjero. El único que formaba parte de un club europeo era el capitán Iván Ramiro Córdoba, quien ya integraba la nómina del Inter de Milán. No obstante, el equipo fue sólido desde su debut ante Venezuela, en el estadio Metropolitano de Barranquilla, cuando ganó por 2 a 0. Las victorias posteriores frente a Ecuador (1 a 0) y Chile (2 a 0) aseguraron un cupo en cuartos de final, en donde superaron por goleada a Perú (3 a 0). La semifinal presentó como rival a Honduras, que sorpresivamente había eliminado a Brasil. La travesía de los centroamericanos llegó a su fin esa noche tras ser derrotados por 2 a 0.
México fue el adversario de la final, que se disputó en el estadio El Campín de Bogotá. Con las gradas atiborradas de hinchas que nunca habían visto a su país alzar un trofeo, los colombianos se vieron las caras con un elenco azteca en el destacaban el portero Óscar Pérez y el delantero Jared Borgetti, así como Javier Aguirre, en su condición de director técnico. La avalancha de los locales pronto se vino abajo gracias al orden de los mexicanos, que plantaron dos ordenadas líneas de cuatro jugadores en la defensa y el mediocampo. Para enfriar aún más el entusiasmo previo, el goleador del certamen, Víctor Hugo Aristizábal, tuvo que salir lesionado y en su lugar entró Jairo Castillo.
Una falta abrió el marcador. En el costado derecho, recostado sobre la tribuna occidental, el lateral Iván López cobró una pelota quieta hacia el área de los mexicanos. Iván Ramiro Córdoba se alzó entre las camisetas verdes y con su cabeza desvió el balón lo suficiente para que Pérez quedara sin reacción, agachado sobre la línea del arco. Corriendo hacia el tiro de esquina y dejándose caer sobre el césped, mientras sus compañeros se lanzaban encima, el capitán colombiano celebró a rabiar la anotación. No hubo más situaciones de riesgo en los 20 minutos restantes.
El pitazo final abrió las puertas a la algarabía. Hasta el más desinteresado recuerda esa fecha, 29 de julio, como una excusa para celebrar en medio de la difícil realidad nacional. Las lágrimas en las tribunas, la liberación de tanta impotencia guardada y las calles repletas de seguidores son una evocación permanente. El gol de Córdoba marcó al país, como 11 años atrás lo hizo el de Freddy Rincón ante Alemania en la Copa del Mundo, y recordó que el fútbol es de las pocas cosas que une a más de 50 millones de colombianos.
La oportunidad de revivir lo sucedido en 2001 está cerca. En el Hard Rock Stadium de Miami, Colombia podrá destronar a Argentina como campeona de América. Sería una gesta todavía más épica que la de hace dos décadas: al frente está Lionel Messi, para muchos el mejor jugador de todos los tiempos.
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