El amor por la ciencia le cambió la cara a una vereda de Colombia
El interés de dos hermanos por la paleontología detonó un milagro económico y social en una vereda del departamento del Huila que ahora atrae a cientos de turistas y la mirada de científicos de varios países
La vida ha cambiado en La Victoria, una vereda al norte del desierto de La Tatacoa, entre las cordilleras central y oriental de Colombia. Antes, si alguno de sus habitantes necesitaba realizar una transacción bancaria, debía atravesar este Valle de las Tristezas, como lo bautizaron en el siglo XVI los primeros españoles, hasta el municipio de Villavieja, a unos 30 minutos hacia el sur. Para comprar víveres lo aconsejable era viajar hasta Neiva, la capital del departamento del Huila, a unos 45 minutos, atravesando en ferry el río Magdalena. Si no tomaban el ferry, el recorrido se prolongaba por dos horas. Farmacias solo había una, y mal surtida.
Los turistas cruzaban La Victoria sin detenerse, rumbo a Villavieja, donde les ofrecían caminatas, cabalgatas y apreciar las noches estrelladas. Del turismo sólo quedaba una ola de polvo sobre las ventanas de las casitas porque la vía no estaba pavimentada. La economía dependía de vacas pastando en el desierto y cultivos de arroz, sandías, limones en las fincas cercanas a un distrito de riego, y algo de piscicultura.
En los últimos cuatro años La Victoria se transformó: la vía principal está pavimentada. Apareció el Hotel Solaris; el Hotel El Rubí se amplió; mejoró el Hotel Villa María; nacieron varios supermercados y restaurantes; se crearon dos farmacias; y, por primera vez, hay una sucursal de Bancolombia que administra una de ellas. Pero lo que más llena de orgullo a sus poco más de 2.000 habitantes es el Museo de Historia Natural de La Tatacoa que han construido ladrillo a ladrillo, fósil a fósil, los hermanos Andrés y Rubén Vanegas.
Esta semana llegaron hasta allí cerca de 50 expertos en diferentes ramas de la paleontología. Viajaron desde Inglaterra, Estados Unidos, Suiza, Panamá, Brasil, Perú, Francia y diferentes universidades colombianas en busca de señales fósiles para seguir entendiendo cómo era la vida hace unos 13 millones de años en el norte de Suramérica. Pero también para celebrar esta transformación social alrededor del naciente museo y los 100 años de exploraciones paleontológicas en la zona.
Dijo alguna vez el antropólogo norteamericano Sidney Mintz que la primera taza azucarada de té caliente bebida por un trabajador inglés fue un acontecimiento histórico porque prefiguró la transformación de la sociedad entera, al rehacer su base económica y social. Nadie sabe quién tomó esa taza de té, pero en La Victoria la mayoría estarían de acuerdo en que su transformación comenzó con un diente y unas tenacitas de cangrejo fosilizados que encontró Andrés Vanegas, quien hoy está al frente del museo.
Cuando tenía 11 años, la maestra de la escuela en aquel entonces, Cristina Bermúdez, llevó a sus alumnos hasta la vereda El Cusco. Mientras Andrés caminaba mirando atento el piso descubrió ese par de piedras que no parecían del todo rocas. Sabía, porque su abuelo Wenceslao Vanegas se lo había contado muchas veces, que en este desierto los animales y los árboles se transformaban en piedras.
Ahí nació una curiosidad por los fósiles que solo siguió expandiéndose. Comenzó a recorrer el desierto acompañado de una brigada de niños y niñas a la que se sumó su hermano menor, Rubén. En una de las primeras expediciones encontraron osteodermos de armadillo y muchas más tenazas de cangrejo. “Vamos a tener un museo en La Victoria”, prometió Andrés. Al juramento se sumó Rubén.
Las primeras piezas paleontológicas las acumularon en la casa de bahareque donde vivió su bisabuelo. Mientras seguían tratando de aprender y buscar información sobre los fósiles, Andrés no perdía oportunidad de escribirle a paleontólogos y geólogos de diferentes universidades e instituciones. Generalmente la respuesta, si existía, era condescendiente. Hasta que por fin le respondió, en 2016, el experto en palinología colombiano e investigador del Instituto Smithsonian en Panamá, Carlos Jaramillo.
Carlos, con una brillante carrera científica a sus espaldas, comenzó a gestionar recursos para ayudar a Andrés y a Rubén. Comenzaba así una virtuosa cadena de eventos que cambiaría muchas vidas. La primera tarea que les señaló Jaramillo, recuerda Rubén, fue organizar los centenares de fósiles que habían acumulado por casi 16 años para convertirla en una colección científica útil para la ciencia. De otra manera no serían más que “piedras guardadas que no servían para nada”.
Expertos en fósiles de polen, de mamíferos, de reptiles, y también geólogos, llegaron para colaborar, mientras se construía una habitación de 4 por 8 metros con baño para trabajar en los fósiles. Estuvo lista en 2019. Varios científicos les donaron martillos neumáticos, un estereoscopio, kits para preparar materiales, líquidos consolidantes para las muestras y pegantes.
Meses más tarde entró en escena el medellinense Parque Explora. Varios de sus expertos en museología colaboraron a lo largo de un año y medio para crear una exposición que estaría unos meses en Medellín antes de instalarse definitivamente en la Tatacoa: Territorio fósil, historias vivas.
“No entendíamos qué es un museo, cómo se hace un museo, pero Parque Explora nos enseñó una forma de hacerlo diferente, más interactivo”, cuenta Rubén. Los vecinos ahora están orgullosos del museo. Dicen que es el mejor de toda la región. Y le agradecen a Rubén y a Andrés porque lograron que La Victoria aparezca en los mapas. La llegada de más turistas y las visitas de estudiantes y científicos, sumado a la creciente colección de fósiles, los obligó a pensar en una ampliación del museo hasta llegar a los 8 por 10 metros.
En 2020 Andrés fue elegido por Caracol Televisión como uno de los Titanes Caracol, un líder ejemplar en el campo de la ciencia y la educación. Al llamar la atención de los medios de comunicación, los visitantes comenzaron a llegar por centenas a La Victoria, preguntando por el museo y por los jóvenes paleontólogos.
Los días de Andrés y Rubén hoy son frenéticos. Responden correos a algunos de los 40 a 50 geólogos y paleontólogos de diversas universidades nacionales y extranjeras con los que están colaborando. Les piden una foto de algún espécimen, medidas de otro, información de las localidades o la preparación de algún fósil. También están involucrados en procesos pedagógicos. Los invitan a conversatorios y charlas en universidades y colegios. Los buscan los vecinos para discutir nuevos proyectos. Hacen parte de la Red de Museos del Huila. Ya son coautores de siete publicaciones de paleontología y dos de geología en revistas internacionales.
“Empezamos a generar esa apropiación social del conocimiento para hacer que la comunidad entienda el valor real de los fósiles, que no es el económico sino el cultural, científico y patrimonial”, cuenta Rubén. “Me asombra ver que por medio de un proyecto científico y turístico logramos que se crearan otros procesos. Muchas personas me paran y dicen: nadie había hecho algo así por el pueblo”.
José Alberto Rojas, dueño del Mirador Valle de la Tatacoa, esta semana ha estado de un lado para otro, transportando a los científicos de la expedición. “Acá no había nada, no había hoteles”, dice. En su casa conserva algunas maderas fosilizadas o xilópalos: “Antes decíamos que eran una madera que se volvió piedra, pero no sabíamos nada sobre los cambios químicos y físicos que ocurren en ese proceso”. Ahora que ha recorrido la Tatacoa con pasajeros como las paleobotánicas colombianas Mónica Carvalho y Camila Martínez, habla con más propiedad de las pistas que esconden estos fósiles sobre el remoto pasado de la vegetación de su región.
Transformando vidas a través de la paleontología
La historia de Diego Urueña es otra de las repercusiones maravillosas del diente y la tenaza de cangrejo que desenterró Andrés. “Durante 100 años han venido investigadores de distintos países a estudiar la Tatacoa, y Diego es el primer joven de esta comunidad en estudiar paleontología. Imagínate, nos tardamos todo ese tiempo en lograr que uno de nosotros llegara a la universidad a estudiar una carrera afín”, dice Rubén. “Me impresiona pensar que esto que comenzó como un juego para nosotros se haya convertido en esta transformación para tantas personas”.
Todos los años los hermanos Vanegas reúnen a un grupo de jóvenes de la vereda y los invitan a hacer parte de su grupo Vigías de la Tatacoa. Los involucran en actividades del museo, les enseñan sobre paleontología y a proteger su territorio. Diego fue uno de esos vigías. En una de esas actividades, una profesora de Bogotá le preguntó si le interesaría estudiar algo relacionado con la paleontología. No lo pensó dos veces y respondió que sí. Semanas más tarde lo llamaron para contarle que le habían conseguido una beca y apoyo económico para estudiar geología en la Universidad Eafit en Medellín. Ya está a punto de terminar el primer semestre.
Es como un virus lo que ha pasado con el amor por la paleontología en La Victoria. La historia de Juliana Arbeláez es otra prueba de ello. Juliana se unió esta semana a la expedición para conmemorar los 100 años de investigación en la Tatacoa. Tiene 19 años. No sabe por qué, pero desde que tenía cinco años se enamoró de los dinosaurios y los fósiles. Se obsesionó con aprender todo sobre ellos. Soñaba con ser paleontóloga pero pronto abandonó el sueño porque no veía oportunidades en Colombia. Pensaba que era un destino prohibido hasta que en 2017 su familia organizó un viaje a la Tatacoa desde Medellín. Después de recorrer el museo y de escuchar a Andrés contar su historia, revivió su anhelo: “Despertó esa chispa en mí. Esa era la lucesita que yo necesitaba para cumplir mi sueño de chiquita”. Se matriculó en ingeniería biológica pero hace unos meses se sentó a conversar con la paleobotánica Camila Martinez y está en el proceso de cambiarse a geología en Eafit.
Si alguien tiene dudas sobre los efectos que puede tener en el desarrollo social y económico de una región la inversión en ciencia, tal vez pueda darse un paseo por La Victoria, y saludar también a Jocelyn Vanegas González. Hace cuatro años, durante la primera expedición que organizó Carlos Jaramillo con sus colegas, Rubén y su compañera Marlene estaban esperando a su primera hija. En esta segunda expedición, ya se podía ver a Jocelyn con una lupa geológica colgada al cuello, haciendo sus primeros análisis paleontológicos.
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