Científicos colombianos descubren el fósil de una especie desconocida de tortuga que vivió hace 13 millones de años
Un joven investigador del desierto de la Tatacoa y un paleontólogo de la Universidad del Rosario trabajan juntos en el hallazgo más antiguo de una tortuga de río del que se tiene registro en el país. Su descubrimiento es clave para conservar una especie que está en peligro de extinción
El joven científico colombiano Rubén Darío Vanegas salió un día de julio del 2020 de su casa en Villavieja, un pequeño municipio al lado del desierto de la Tatacoa en el departamento del Huila, con la idea de poner cámaras trampa en el bosque seco tropical que aún se conserva en la región. Él, su hermano Andrés y otros dos amigos que trabajan en el Museo de Historia Natural de La Tatacoa querían saber qué especies de animales habitaban esa zona del desierto, alejada del turismo. Por el camino llegaron hasta un yacimiento arqueológico en el que años atrás habían encontrado fósiles de peces y cocodrilos. Decidieron dividirse para explorarlo de nuevo. Cada uno cogió un rumbo distinto. Rubén, de 26 años, vio a lo lejos un enorme diente de caimán y decidió caminar en esa dirección. “Al lado había muchos pequeños fragmentos de tortuga, amarillos y cafés”, recuerda en diálogo con EL PAÍS, “la tortuga estaba casi completa. Empecé a recoger y a guardar los pedacitos en tres bolsas especiales, tomé las coordenadas y algunas fotografías, anoté todos los datos del terreno en mi libreta y me los llevé al laboratorio”.
El laboratorio al que Rubén llevó los fragmentos de tortuga está al lado de su casa. Se llama Valerie Anders, en honor a la esposa de un astronauta de la misión Apolo 8 de la NASA que donó el dinero para construirlo. Es el segundo mejor laboratorio de paleontología de Colombia, por encima de muchas universidades y centros de investigación. Rubén regresó feliz de su excursión y comenzó a trabajar. “Al hacer anatomía comparada con las tortugas actuales del río Magdalena noté que se parecían muchísimo, pero no eran igual. Empecé a revisar parte por parte”. Rubén, que se define a sí mismo como un vigía del patrimonio paleontológico del desierto y que busca fósiles desde que tenía 10 años, descubrió que los pedazos se podían armar como un rompecabezas, porque cada parte encajaba perfecto con la siguiente. “El museo no tenía el fósil de ninguna tortuga parecida, entonces me puse como meta ensamblarla para exhibirla. Me gasté todo diciembre de 2020 en ese proceso”, recuerda. La pequeña tortuga estaba completa, el caparazón incluso conservaba la mordida de un cocodrilo.
El museo tenía una nueva integrante, pero ni Rubén ni su hermano Andrés, sabían con exactitud qué habían encontrado. Llamaron al profesor Edwin Cadena, doctor en paleontología y director del programa en Ciencias del Sistema Tierra de la Universidad del Rosario, en Bogotá. “Desde hace décadas me he dedicado al estudio de tortugas fósiles del norte de Sudamérica”, explica a EL PAÍS por teléfono. Cuando Rubén le contó del hallazgo, ambos se emocionaron. Cadena viajó hasta el desierto para conocer el fósil. Al verlo se extrañó y decidió llevarse todo el material a la universidad para analizarlo con detalle. “Al cabo de unos días nos mandó un correo diciendo que habíamos descubierto una nueva especie para la ciencia”, recuerda Rubén con alegría.
En ese momento comenzaron un proceso de investigación científica en el que Cadena y Rubén trabajaron de forma conjunta durante más de dos años y que concluyó la semana pasada con la publicación de un artículo en la revista especializada Geodiversitas, que confirma la relevancia y la originalidad del hallazgo. La nueva especie se llama Podocnemis tatacoensis, en honor a la familia de tortugas a la que pertenece y al desierto donde fue encontrada. De acuerdo con la publicación, la especie habitó la zona norte de Suramérica hace 13 millones de años, durante la época geológica llamada Mioceno Medio. Es el registro más antiguo en el país del género de la tortuga Podocnemis o tortuga de río, como se conoce comúnmente.
El paisaje de hace 13 millones de años era muy distinto al de ahora. La cordillera de los Andes no se había terminado de formar y los grandes ríos no existían. Había, por el contrario, una serie de superficies planas conectadas entre sí, con muchos pantanos, lagos y pequeños ríos. El ahora desierto de La Tatacoa, donde vivían la tortuga que encontró Rubén y el cocodrilo que la atacó, era un sistema fluvial y no una zona seca, explica Cadena. El nuevo fósil, coinciden los científicos, ayuda a entender la paleofauna que habitaba la selva húmeda tropical de la zona. “Estamos tratando de contar esa historia poco a poco para entender cómo llegamos a lo que tenemos en la actualidad. Cada fósil nos sirve para relacionar las partes de ese ecosistema”.
La labor de los fósiles en la conservación de las especies actuales
Para el profesor Cadena, lo impresionante de este fósil es que preservó una serie de “forámenes”, orificios ubicados exactamente en el punto de unión entre el caparazón y la parte baja de la tortuga. “Esos huequitos son como las huellas dactilares de las tortugas. Nos permitieron establecer la familia a la que pertenece y confirmar que es una especie nueva”, explica. Hoy en día hay seis especies de tortugas de la misma familia en los ríos como el Amazonas, el Orinoco y el Magdalena, que están en peligro de extinción. “Los fósiles antiguos similares a especies actuales nos ayudan a reconstruir su historia evolutiva y, al tiempo, nos permiten enviar un mensaje de conservación”, explica Cadena.
Estas tortugas están en riesgo por la caza excesiva, por el tráfico de sus huevos y por la destrucción y contaminación de su hábitat. “Este fósil hace una pequeña contribución a la conservación porque nos permite llegar a muchas comunidades y contarles que las tortugas que ahora están al borde de la desaparición han habitado la zona durante 13 millones de años”, dice con esperanza Rubén. Y añade: “No puede ser que en unas pocas décadas los humanos acabemos con una especie”.
El profesor Cadena está de acuerdo. “Es difícil crear conciencia de preservación en las comunidades y pobladores cercanos a los ambientes donde estas tortugas viven si desconocemos su historia. Saber que estas tortugas han habitado nuestro país por millones de años y que en tan solo unas décadas podríamos acabar con todo este largo viaje evolutivo que han tenido es, sin duda, una razón para repensar antes de cazarlas o destruir sus ecosistemas”.
Rubén cuenta que el fósil de la tortuga está exhibido en el Museo de Historia Natural de La Tatacoa para que cualquier persona pueda conocerlo. “Acá tenemos el único delfín fósil que se ha encontrado en Colombia. Hay muelas de mastodontes y uñas de perezoso gigante de siete metros de longitud”. Tienen, también, huesos del ancestro de los cuy, los cráneos de las dos tortugas de agua dulce más grandes que han habitado el planeta, los restos de un gliptodonte, animal como los de la película La era del hielo, y el fósil de caimán más completo de Sudamérica.
La fauna que hace 13 millones de años habitaba la región contrasta con lo que muestran las cámaras trampa que pusieron Rubén y sus amigos el día del hallazgo. Las grabaciones revelan que en el bosque seco tropical del desierto hay tigrillos, mapaches, osos hormigueros, venados, cerditos salvajes y muchas otras especies que, como la tortuga, necesitan ser conservadas.
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