María Elena Morán: “Necesitaba exorcizar el luto por la revolución, el desencanto que venía sintiendo”
La escritora presenta en Bogotá ‘Volver a cuándo’, la novela sobre la migración venezolana ganadora del Premio Café Gijón
Toda la carga emocional de la migración está presente desde la primera línea de Volver a cuándo (Siruela), la celebrada novela de María Elena Morán que le da voz a la tragedia de la diáspora venezolana. El libro comienza con una hija que se niega a pasar al teléfono para hablar con su madre, Nina, la protagonista, que se encuentra en Pacaraima, un municipio brasileño sobre la frontera con Venezuela. En medio de la discusión familiar, esa madre recién emigrada comienza a oler a chamuscado y escucha el grito de sus fugaces compañeros de viaje: “¡coño, nos están quemando!”. El intento por incendiar un campamento lleno de niños y adolescentes en espera de refugio, que se funde con la ficción novelada, ocurrió en agosto de 2018.
“Hay una cosa que me gusta mucho hacer, porque me gusta el efecto que tiene en mí, que es tratar de que el lector consiga acompañar el estado mental del personaje. Si viene una violencia externa, que uno también se asuste, que experimente esa irrupción violenta. Tal vez era también para reproducir el efecto que tuvo en mí esa noticia, que me llegó como un video de WhatsApp”, cuenta Morán (Maracaibo, 37 años), escritora y guionista venezolana afincada en Brasil, en la terraza de un café en el oriente de Bogotá. “Lo que me impactó principalmente era que se podía escuchar cómo expulsaban a la gente, cómo estaban siendo tratados como basura, y aquella imagen de niños, de familias enteras corriendo con mochilitas, con cochecitos, con las maletas. Fue totalmente devastador. Me tocó muy íntimamente, y me sobrepasó”, relata Morán, una de las invitadas de la Feria del Libro de Bogotá, FILBo, que concluyó esta semana.
Para lidiar con la desilusión que le produjeron sus tres lutos, por la muerte de su padre, por la revolución y por su país, se propuso escribir “una novela de izquierda que le doliera a la izquierda”. El resultado fue Volver a cuándo, la obra ganadora del Premio Café Gijón 2022, que acaba de presentar en la capital del principal país de acogida de una diáspora de más de siete millones de personas. “Es una escritura coloquial, de gran musicalidad y con hallazgos expresivos muy sugerentes”, destacó el jurado del premio.
Pregunta. ¿Cómo es esa frontera menos conocida entre Venezuela y Brasil? ¿Cómo se asume el tema de la migración venezolana en el debate público brasileño?
Respuesta. La conocí a través de relatos, gente que había estado trabajando con la Cruz Roja y venezolanos que habían estado en el campamento durante meses. Aquella frontera es igualmente porosa, tal vez un poco más inhóspita que la frontera de Maicao, que es la que yo conozco. Es un lugar más desasistido. En Brasil la idea que se tiene, en una parte de la población, es que Roraima se volvió un lugar violento y se llenó de un montón de cosas que parece que hubieran surgido con el brote migratorio. Quiero pensar que ese incendio fue una cosa muy puntual. Siento que en Brasil, en general, ha habido una acogida un poco más comprensiva.
P. La historia de Volver a cuándo visita diversas geografías de la migración, las fronteras con Brasil, con Colombia, la frontera entre México y Estados Unidos. Hay una madre migrante que deja a su hija de 12 años al cuidado de una abuela viuda, y un padre ausente que reaparece. ¿Intentó construir una familia arquetípica de la Venezuela de hoy, de la diáspora?
R. Quería hacer una propuesta caleidoscópica, en la que a través de un conflicto principal pudiéramos entender varias formas de relacionarse con ese conflicto, que pasa por la migración, por lo familiar y por la cuestión específica de la novela. Pero en el contexto migratorio. Esa forma de relacionarse de cada uno tiene mucho que ver con lo generacional, que me interesaba explotar. Por ejemplo, el personaje de Graciela, la abuela, una persona mayor, no quiere dejar su casa, lo único que conoce como propio. Ella está en ruinas y reconoce la ruina que está alrededor. Está en un modo depresión total.
P. También está la maternidad de Nina, la protagonista.
R. Es una madre que huye de la madre arquetípica, no es abnegada y deja a su hija porque es lo más provechoso en el momento. Me llamaba la atención la cantidad de madres que están en esa situación de maternidad transnacional. Ese vínculo parece que en algunos momentos se resume a mandar dinero. Una cosa que tal vez yo misma sentía que estaba haciendo. No tengo hijos, no dejé a nadie en Venezuela, pero durante un tiempo estaba mi mamá; sentía que mi responsabilidad ciudadana y familiar era mandar divisas. Está la niña, el padre, el abuelo muerto, que es el exilio mayor. Cada uno me servía para contar alguna cosa. Quería hacer una carrera de relevos. Esa cuestión caleidoscópica me interesaba mucho. No podía ser de otra forma, tenía que ser algo polifónico.
P. Los tres lutos de la protagonista, por su padre, su revolución y su país, fueron también sus tres lutos.
R. Fue el comienzo de la novela, el motor. Me daba mucho miedo entrar en ese territorio con una fuerte presencia biográfica, pero al mismo tiempo no lograba salir de eso. Necesitaba exorcizarlo. Fue ganando capas y capas de ficción, pero estaba el luto por la revolución, el desencanto que yo venía sintiendo. Trabajar la novela no me ayudó a darme ninguna respuesta, pero sí a formular las preguntas. Los últimos días de mi padre fueron catastróficos por la situación que ya había en el país. Las dificultades para todo, el tema médico, el hospital, exámenes muy básicos que no podíamos hacer. Yo no podía salir ilesa de una cosa así.
P. Volver a cuándo ha sido recibida como la gran novela del poschavismo, ¿cómo calificaría entonces el momento que atraviesa Venezuela?
R. Tengo muchas dudas sobre la expresión poschavismo. Es una palabra que escuché en España, que no sé si en América Latina se usa, al menos en Brasil no. Decir poschavismo implica que lo que se está viviendo con Maduro es una cosa separada de lo que fue la era Chávez. Y por más que con Maduro todo se haya intensificado, así no tenga ni un ápice de la capacidad de liderazgo, de articulación y de estrategia que tenía Chávez, lo que hubo fue una radicalización de cosas que venían. Es una continuación, no hay una ruptura. Por eso me cuesta pensar un posalgo. Hay toda una herencia que le explota a Maduro, y no tiene capacidad de lidiar con eso. No tengo muchas esperanzas con todo el tema de los diálogos. Tengo el fantasma de Cuba, de las décadas de sanciones y la permanencia del mismo gobierno.
P. ¿Qué es la “patria portátil” de la que habla el final de la novela?
R. Es aquello que no se pierde, sino que uno lleva consigo, como si llevaras tu casita a cuestas siendo un caracol. Es un espacio mental y emocional en que uno continúa habitando. Para mí, esa patria portátil pasa completamente por mis afectos, por esas relaciones que continúan, que se han tenido que diversificar, amoldarse a las nuevas posibilidades de comunicación y de estar juntos, pero que continúan.
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