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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Usiacurí: un cálido refugio para la poesía.

Usiacurí le da una lección a la humanidad: así como la poesía se niega a padecer la aniquilación o la extinción, sus recursos hídricos han sido capaces de resistir la contaminación, la mala gestión ambiental y la desidia

El poeta Julio Flórez.
El poeta Julio Flórez.RR SS

El 7 de febrero de 1923, Usiacurí le dio el último adiós al más grande poeta que adoptó como su residencia un lugar de la costa caribe colombiana. Hace un siglo, el romántico que popularizó la poesía en Colombia dejó en la retina de su patria la población en la que optó por ser feliz, más allá de una cruenta enfermedad, trascendiendo con sus versos a un nuevo estadio de la existencia en el que la memoria fue capaz de superar la ingrata hostilidad propia del olvido.

Julio Flórez Roca llenó de poemas una localidad que tenía en cada metro de su territorio versos escritos con la pluma magistral de la naturaleza. Esa misma que le ha permitido conocerle como el Pesebre del Atlántico. Y aunque no es una aspiración universal, pues no se refiere al océano, sino a uno de los departamentos más hermosos de Colombia, tiene todo para ser una ciudad que atraiga la atención del planeta. En el subsuelo habita un micromar de aguas termales que se resiste a desaparecer, a pesar del abandono, el olvido y el desinterés de los Gobiernos locales, regionales, nacionales e internacionales.

Usiacurí le da una lección a la humanidad: así como la poesía se niega a padecer la aniquilación o la extinción, sus recursos hídricos han sido capaces de resistir la contaminación, la mala gestión ambiental y la desidia, aunque se siga privando a esta generación de afluentes únicos por el contexto en el que riegan sus ricos minerales, a pesar de que aparentan estar secos. Por fortuna, la voluntad de los usiacureños que añoran volver a beber y bañarse en la riqueza de sus pozos y sus manantiales está más viva que nunca, así como aún brotan sus líquidos medicinales. Sus reclamos son llamados que hacen eco en quienes demuestran que aman de verdad el ecosistema.

Entre lo más noble de su gente, está el deseo de compartir su riqueza ambiental con todos los que quieran visitarla, para sonreír, celebrar y mostrarles el fruto del ingenio propio de una comunidad que ha aprovechado la palma de iraca para ofrecernos su versión original de la belleza.

Aunque en Usiacurí se va el agua frecuentemente en la actualidad, por el deterioro en la prestación del servicio público, nunca se ha ido el potencial, el talante, la nobleza, la amabilidad y la cortesía de su gente, al tiempo que no cesa la esperanza en un pueblo que se siente cada vez más orgulloso de su origen, sus tradiciones y la fuerza de una cultura que engrandece el gentilicio de los atlanticenses.

La gloria de Usiacurí debe volver a florecer como en los días del amor apasionado de un poeta que se enamoró de esas aguas cálidas y poderosas, así como de la mujer que le acompañó hasta el final de sus días, legándole su descendencia. Esperemos que la atención que requiere esa tierra mística, ancestral y exuberante no adquiera una dimensión superior a la existencia, como sublimemente supo describir en unos de sus versos el excelso bardo de Chiquinquirá:

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“Y la gloria, esa ninfa de la suerte, solo en las sepulturas danza. Todo nos llega tarde… ¡Hasta la muerte!

La casa del poeta llegó a ser el hito más importante de un municipio hábil para tejer su historia desde las manos convertidas en fábricas del arte. Cada casa de Usiacurí en la costa Atlántica colombiana es un taller de esperanzas, montado sobre artesanías capaces de plasmar palmas naturales a través de sentimientos.

Las aguas termales solían ser un masaje natural para la piel, tocando desde sus altas temperaturas la energía corporal, con propiedades y curas naturales atribuidas a creencias populares impulsadas por la fe idónea para hacer realidad la salud en medio de la enfermedad, o por la conciencia de que la magia del ecosistema supera el malestar, tornando cotidianos y estimulantes los mitos de la superstición. Sumergirse en un baño relajante hacía que el placer fuera lo más parecido a la relajación a base de calor.

Bajo esa condición, Usiacurí emerge en el Atlántico con el potencial de ser una ciudad cualificada para superar las dificultades de una villa en la que no se secan las ideas y brotan como fuentes inagotables los sueños de sus habitantes. La ganadería, el comercio y la agricultura, deben estar articulados con el inmenso potencial turístico que tiene todo para convertirse en referente de desarrollo sostenible y bienestar para la ciudadanía.

Así como sus manantiales podrán volver a inspirar grandes poemas, es hora de poner los ojos sobre las aguas termales de Usiacurí. Para que no se queden solo en promesas permanentes de campañas electorales, mostrando la apatía de proyectos tan inconclusos y efímeros, como una mentira disfrazada de verdad, bajo el abuso estético y cosmético de discursos vacíos restándole credibilidad al poder de las palabras.

No existe mejor forma de honrar el centenario de la muerte de un hombre, quien después de conocer el mundo creó su propio mundo en un lugar inolvidable, con un refugio cálido para la poesía, llamado Usiacurí. Ese que en uno de sus poemas pidió ser amado, así como su musa amaba a Dios:

“Mientras se va tu espíritu del mundo, de la infinita claridad en pos, exclamo a solas con dolor profundo: ¡ah, si me amara a mí... como ama a Dios!”

Esta tierra romántica, de paisajes propios para encomendarse al amor divino, tanto como al filial, es un espacio ideal para mostrar la capacidad de recuperar el esplendor de un lugar, desde la lógica de la inclusión, sin excluir ninguna idea inspiradora del renacer de un manantial poético. Llegó la hora de Usiacurí. Este es el momento. Por su gente, por las termales y por Julio Flórez:

“¿Eres un imposible? ¿Una quimera? ¿Un sueño hecho carne, hermosa y viva? ¿Una explosión de luz? Responde esquiva maga en quien encarnó la primavera.”

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