La perfección es aburrida
El juego sin errores ni riesgo de Carlsen y Niepómniashi en Dubái tras cinco empates incita a cambiar el formato del Mundial de Ajedrez
No más del 0,01% de los aficionados al ajedrez tienen el nivel técnico suficiente para entender el juego sutil y cercano a la perfección de Magnus Carlsen e Ian Niepómniashi en gran parte de los primeros cinco asaltos del Mundial de Dubái (el noruego conduce hoy las piezas blancas en la 6ª de las 14 previstas, con el marcador 2,5-2,5 tras cinco empates). La enorme influencia del entrenamiento con computadoras potentísimas reabre el debate: ¿debe prevalecer la exactitud científica sobre el deporte y el arte?
“Siempre he defendido que esto es ajedrez de nivel, no un circo para entretener”. Quien así se expresa, en Twitter, es Alvar Alonso, de 29 años, gran maestro y economista, uno de los mayores talentos españoles de las últimas décadas, 9º del escalafón nacional (y 397º del mundo) con 2.570 puntos a pesar de que decidió no ser jugador profesional. Tiene razón sin la menor duda en que el nivel técnico de las partidas de Dubái es altísimo; tanto, que es muy difícil entenderlo y disfrutarlo, excepto para quienes tengan más de 2.200 puntos en la lista mundial (unos 20.000 jugadores).
Aunque una encuesta en 2018 de la prestigiosa empresa YouGov indicó que en el mundo hay más de 600 millones de personas que juegan regularmente al ajedrez, ese número no está contrastado. Pero, sobre todo tras el gran auge por la pandemia y la serie Gambito de Dama (Netflix), es más que razonable estimar que no pueden ser menos de 200 millones: las plataformas en internet Chess.com, Chess24 y Lichess aseguran que tienen decenas de millones de usuarios; la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) agrupa a 195 países; y el material básico para jugar es muy barato. 20.000 es el 0,01% de 200 millones.
El problema actual -solo en el ajedrez de élite; los torneos de aficionados son otro mundo- ya no es el de la falta de combatividad y los empates rápidos sin lucha, sino el miedo al riesgo y el acercamiento a la perfección. Los astros del tablero se entrenan con varias computadoras que calculan millones de movimientos por segundo y juegan mejor que Carlsen; y además tienen un equipo de ayudantes que, a su vez, también hacen trabajar 24 horas al día a sus amigos inhumanos. En consecuencia, los primeros 15 o 20 movimientos se hacen casi siempre de memoria, y entonces queda un montón de tiempo disponible (no se pueden consumir más de dos horas en los primeros cuarenta movimientos) para alcanzar ese nivel tan alto que subraya Alvar Alonso.
Las acepciones más positivas de la palabra “circo” están ligadas a la belleza y el espectáculo. En ajedrez, ambos son, casi siempre, hijos del error: uno se equivoca; su rival encuentra una bella combinación para aprovechar ese fallo; los aficionados vibran de emoción; y la pasión por el ajedrez sigue creciendo. Si, por el contrario, ambos exhiben un maravilloso juego técnico, sin apenas errores perceptibles para un humano, lo más probable es que la partida termine en tablas. Eso ha ocurrido en 27 de las 29 últimas hasta hoy en los duelos por el Campeonato del Mundo (Carlsen-Kariakin, Nueva York 2016; Carlsen-Caruana, Londres 2018; y las cinco primeras de Dubái). Si no hay ganador casi nunca, la emoción es una especie en extinción; y, para el 99,99% de los aficionados, gran parte de esos empates son tan excitantes como ver crecer la hierba.
“Si las defensas en fútbol estuvieran cerca de la perfección, casi todos los partidos terminarían en 0-0, y se harían cambios inmediatos en el reglamento para propiciar los errores defensivos. Sostengo desde hace 30 años que las partidas de un Mundial no pueden durar entre cinco y siete horas. Pero ahora ya estamos matando el ajedrez si no reaccionamos de inmediato”. Lo dice el gran maestro argentino Miguel Ángel Quinteros, de 74 años. Su opinión es relevante porque fue amigo y representante del legendario estadounidense Bobby Fischer (1943-2008). Este, además de ser campeón del mundo, propuso la masificación de la modalidad ajedrez960: la posición inicial de las piezas se sortea inmediatamente antes de cada partida; de ese modo, memorizar las toneladas de análisis publicados de las aperturas y defensas (primeros movimientos) sería casi inútil porque la probabilidad de que la partida empiece con la posición clásica es 1/960.
El inconveniente de esa idea es que buena parte de las 960 posiciones carecen de armonía (por ejemplo, si un alfil parte de un rincón del tablero, solo cuenta con una diagonal para salir, en lugar de las dos de la posición clásica). Uno de sus mayores detractores es el octacampeón de España Miguel Illescas, quien propuso en 2018 una solución muy llamativa, que favorece al jugador más rápido: toda partida en tablas es inmediatamente seguida por otra con los colores cambiados y el tiempo restante en los relojes, hasta que haya un ganador. El lado negativo es que, probablemente, muchas jornadas pasarían de las cinco horas.
El muy prestigioso entrenador y gran maestro Arthur Kogan, de 47 años, israelí residente en España, sostiene desde hace años que los empates como el del miércoles en Dubái aburren incluso a muchos jugadores de alto nivel. Y propone que toda partida en tablas obligue a otra en la modalidad relámpago (cinco minutos por bando) cuyo resultado sirva al final del duelo como sistema de desempate. En el torneo de élite de Stavanger (Noruega) son más radicales: con el espíritu de la idea de Illescas (toda jornada debe producir un ganador), resuelven cada empate con una muerte súbita (o “Armageddon”): diez minutos para el jugador de las blancas, obligado a ganar, y siete para su rival.
La polémica es tan grande que ya llega hasta Carlsen, quien el domingo pidió un ritmo de juego más rápido tras firmar el tercer empate con Niepómniashi. Y también a las altas esferas de la FIDE. El francés Bachar Kouatly, presidente adjunto, gran maestro y organizador del Mundial de Lyón 1990 (Kaspárov-Kárpov) es muy rotundo: “Estamos manteniendo un formato Neanderthal en el siglo XXI, cuando el mundo está cambiando a toda velocidad. Debemos implantar un ritmo de juego suficientemente rápido para que los errores graves estén garantizados. Entonces habrá victorias, derrotas, emoción, incertidumbre… Y el deporte se impondrá a la ciencia”.
Kouatly augura que “este será el último Mundial con las reglas tradicionales”. Aunque matiza: “Claro que si de pronto cambia radicalmente la tendencia del duelo y empiezan a producirse victorias, será más difícil convencer de la necesidad del cambio. Pero tengo serias dudas de que Carlsen y Niepómniashi estén por la labor”. Y cuestiona el valor de la tradición: “Los partidos de críquet duraban cinco días; ahora, tres horas. Y, a pesar de las protestas de los puristas, el nuevo formato se ha impuesto en el Reino Unido, India, Pakistán, Australia y los países de la Commonwealth, donde ese deporte es muy popular. En ajedrez hemos avanzado mucho en las modalidades rápidas, que se han hecho muy populares durante la pandemia. Pero en la clásica nos hemos quedado en las cavernas”.
Mientras tanto, los puristas braman en internet. Y sostienen con denuedo que la ciencia debe imponerse al deporte y el arte. La bolsa de premios del duelo de Dubái es de dos millones de euros. Una buena manera de preservar la pureza científica del ajedrez sería disputar el Mundial en un monasterio de clausura, sin público ni patrocinadores. Y sin premios, salvo que algún mecenas estuviera dispuesto a financiar que dos seres humanos sigan buscando la perfección, a pesar de que las actuales computadoras ya están cerca (todo indica que se conseguirá con las cuánticas). Ese planteamiento es difícil de encajar en un deporte cuyo principio fundamental es la lógica.
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