Trump enarbola su nacionalismo más furioso y promete una de las mayores militarizaciones de la historia
“No soy el presidente del orbe, sino de Estados Unidos”, afirma el mandatario
El soldado. El obrero. La patria. Donald Trump enarboló hoy su bandera más nacionalista. En su alocución a las bases republicanas, el presidente consumó el repliegue de Estados Unidos a sus propios intereses. Fue la apoteosis del Trump más proteccionista. Un líder furioso que ha puesto en lo más alto de su programa la expulsión de inmigrantes, el control de las fronteras y ahora también uno de los “mayores esfuerzos militares de su historia”. “Nadie nos volverá a desafiar. Nadie. No soy el presidente del orbe, sino de Estados Unidos”, clamó.
Donald Trump buscó el calor de los republicanos. Tras un mes altamente erosivo, el presidente eligió la Conferencia de la Acción Política Conservadora para darse un baño de vítores. La reunión le aguardaba ansiosa. Después de ocho años de sequía, llegaba el gran hombre. El comandante en jefe que ha prometido establecer un nuevo orden. “Ya tenéis un presidente”, les dijo nada más subir al escenario.
Trump no decepcionó a su audiencia. Pero tampoco se salió del guión. Inmigración, seguridad, Obamacare, desregulación financiera, satanización de los medios… Los tópicos que suele llevar en la cartuchera emergieron al completo. Pero esta vez los unió a todos bajo la bandera del patriotismo. “El futuro es nuestro. Estados Unidos será mayor, más grande y fuerte que nunca”, prometió a sus seguidores.
Bajo este fervor nacionalista, Trump apeló a una fórmula que raras veces falla en los mítines: el Ejército. Símbolo de la unidad nacional, el presidente prometió un aumento masivo del presupuesto para lograr una defensa “mayor, mejor y más poderosa que nunca antes” “Y esperemos que nunca tengamos que usarla, pero nadie nos va a desafiar. Nadie. Será uno de los mayores esfuerzos de la historia”, afirmó.
Recuperado el orgullo militar, aunque sin ofrecer mayores datos, puso el tiro en una de las dianas favoritas: la inmigración. Y ahí no tuvo piedad. Sin importarle la negociación que tiene abierta con Enrique Peña Nieto, pulverizó todas las formas diplomáticas y volvió a blandir la construcción del muro con México como un factor de prosperidad y hasta prometió acelerar su construcción. “Somos un país que pierde trabajo en su territorio y lo entrega fuera. Somos un país que defiende las fronteras de otros países pero no las suyas. Tenemos a los malos dentro y los vamos a echar”.
Pero la ofensiva no se limita a la inmigración. Para “mantener América segura” hay que tener los ojos bien abiertos. El planeta, según Trump, es un lugar inhóspito. El peligro islamista acecha ahí fuera. Por su culpa, Suecia Alemania, Francia –“París ya no es París”– viven días difíciles. “Mirad lo que ocurre en el mundo. Nos puede pasar a nosotros. Tenemos que ser inteligentes para evitarlo. Vamos a mantener fuera de nuestro país a los terroristas islámicos”, afirmó.
En esta representación del mundo, la globalización no sólo ha dañado la economía doméstica sino que ha llevado a EEUU a desperdiciar su energía lejos de donde es más necesaria. Trump lo explicó con un ejemplo espinoso: Oriente Próximo. “Allí nos gastamos seis billones de dólares. Y estamos peor que antes. Con ese dinero podríamos reconstruir tres veces nuestro país”, dijo.
Consciente del origen de sus votos, prometió la reconducción de esos “despilfarros” hacia la América profunda. Esas zonas industriales en decadencia, de mayoría blanca, donde Trump arrasa. “Les dije a Ford, Chrysler, Fiat, a la gran industria, que volviesen a invertir aquí y ahora lo están haciendo”.
Las apelaciones a la clase trabajadora fueron constantes. Conservador y multimillonario, Trump se ha especializado en construir discursos que recogen el malestar de esta franja poblacional. Su éxito ha sido inmenso y, consciente del potencial descubierto, invitó a sus colegas de formación a sumarse a esta ola: “El Partido Republicano también es el partido del trabajador americano”.
No fue una petición gratuita. Subido al estrado, Trump se sintió con fuerza suficiente para presentarse como el líder de un partido que durante años le tomó por un estrambote. Que más de una vez le negó aparecer en sus actos por considerarle un outsider o algo peor: un extraño que sólo buscaba su beneficio personal. Hoy, en la Conferencia de la Acción Política Conservadora pudo ver cómo le jaleaban a rabiar. No era solo el presidente. Era su presidente. Y a ellos dirigió su visión de futuro.
Militarización, rechazo a los inmigrantes, vuelta a la mirada interior. Aunque a trazos muy gruesos, el viaje prometido por Trump a sus seguidores republicanos dibuja un país cerrado a sí mismo. Una nación que, como ya ocurriera en otras épocas, ha empezado desconfiar del mundo.
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