De Sarkozy a Sarko no
El mimetismo del expresidente con Le Pen y su campaña exagerada trunca la carrera del líder mesiánico más frustrado de Europa en el siglo XXI
Nicolas Sarkozy pasa a la reserva, constreñido al papel de marido de Carla Bruni. Un desengaño impropio de su autoestima y de su providencialismo, pero inequívoco en la criba darwinista que han supuesto las primarias conservadoras.
Sarkozy ha expiado la propia polarización que engendra su personaje. Se le ama o se le odia, un criterio peligroso y restrictivo cuando los simpatizantes de los Republicanos disponían de alternativas superdotadas. Dos ex primeros ministros, Alain Juppé y François Fillon, concurrieron el domingo con todos sus galones, aunque Sarkozy cometió el error de centrarse en la aversión al primero, como si Fillon, su antiguo lugarteniente, su valido, desempeñara un papel anecdótico, gregario.
El desenlace degrada la carrera de Nicolas Sarkozy a una experiencia traumática, humillante. No ya por la expectativa mesiánica con la que llegó al Elíseo, sino porque su camino de resurrección política incurrió en el mimetismo con Marine Le Pen, de tanto que exageraba la identidad, la patria, el recelo a los musulmanes, la seguridad y el euroescepticismo. ¿Por qué iban a preferir los franceses una copia al original?
La cuestión se añade a la amnesia que Sarkozy pretendía inocular entre sus compatriotas, abstrayéndose de sus responsabilidades en la jefatura del Estado. Sarkozy fue presidente de Francia y fue evacuado al término de su primer mandato. Una desautorización plebiscitaria en litigio con un rival pusilánime: Hollande.
La derrota no llegó al extremo de retirarlo, pero acaban de hacerlo las primarias dominicales. Sarkozy paga su vehemencia y su histrionismo, aunque su fracaso no puede desvincularse de la oscuridad de sus asuntos judiciales. Conflicto de intereses, financiación irregular, relaciones inconfesables con satrapías depuestas.
Los dossieres convertían a Sarkozy en un candidato tóxico, pero no daba la impresión el candidato de haberse percatado de su propia impopularidad. Quiso suscribir la política de la emoción y del instinto, ignorando que la estrategia de la extroversión y del populismo chic terminaría aislándolo en una parodia de sí mismo.
Sarkozy iba a refundar el capitalismo, iba a a construir en Francia "la república irreprochable", iba a convertirse en maquinista de Europa a la vera de Angela Merkel, e iba a devolver a sus compatriotas la superstición mitterandista de la "grandeur".
No le será sencillo a su ego manejarse con la decepción ni con el papel de modelo consorte, pero la derrota conlleva un valor terapéutico respecto a la amenaza de Marine Le Pen. Una finalísima entre la lideresa populista y Sarkozy hubiera resultado más ajustada de cuanto pueda ocurrir con Juppé o Fillon, precisamente porque la aversión de los simpatizantes de izquierda a "Sarko" hubiera complicado el trance de votarlo a la fuerza.
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