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Putin sacrifica el bienestar ruso para recobrar el papel de potencia mundial

Los ciudadanos están orgullosos del Gobierno de Putin pese a la recesión y las sanciones

Pilar Bonet
Cadetes en la plaza Roja de Moscú el 22 de diciembre.
Cadetes en la plaza Roja de Moscú el 22 de diciembre.A. Zemlianichenko (AP)

A lo largo de 2015 los rusos se han apretado el cinturón y se han acostumbrado a las realidades que el presidente Vladímir Putin provocó el año anterior, cuando desestabilizó el orden internacional surgido tras la desintegración de la URSS. El año que acaba se ha caracterizado por la adaptación a las consecuencias de las transgresiones de 2014 (anexión de Crimea y presencia militar en Ucrania). Rusia es hoy un país más ensimismado, cuyas expectativas para el futuro próximo son problemáticas, pero no catastróficas, y dependientes en gran parte del precio del petróleo, su principal mercancía.

Algunos analistas rusos calibran el estado de ánimo de la sociedad como el “conflicto entre el frigorífico y el televisor”. Con esta metáfora se refieren a la resultante entre el grado de abastecimiento del cuerpo (frigorífico más o menos lleno) y el nivel de satisfacción (vía propaganda televisiva) por recuperar el prestigio y reconocimiento perdido en los años noventa. Encuestas y analistas coinciden en que el “televisor vence al frigorífico”; es decir, la necesidad de sentirse respetado y temido en el mundo y de recuperar el papel de superpotencia es más fuerte que el anhelo de bienestar material.

En los frigoríficos de las familias medias rusas no hay quesos franceses ni jamón (que sólo se encuentra en supermercados de lujo o como imitación en locales más baratos), pero los rusos no pasan hambre, aunque el número de pobres haya aumentado a 2,3 millones de personas este año (el 14,1% de la población) frente a 2014 (el 12,6%). Se consideran pobres las personas con ingresos inferiores al mínimo vital, que en el tercer trimestre de este año era de 9673 rublos.

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“Creo que todavía somos capaces de vivir con menos y viajar menos al extranjero”, afirmaba Olga, secretaria de una compañía internacional y una privilegiada por conservar trabajo y sueldo. El sueldo real en Rusia se ha recortado en un 10,9% en un año (datos de octubre), según el ministerio de Finanzas, que utiliza este argumento para intentar captar inversiones. El paro oficial es del 5,5% y está en alza, y un enjambre de pedagogos y médicos se han incorporado a las filas de parados tras la concentración de clínicas y centros de enseñanza para optimizar gastos.

Esta crisis, la segunda en la década, se diferencia de la primera, en 2009, afirma el economista Vladislav Inozémtsev, en el portal RBK. La disminución del PIB fue del 7,9% en 2009 y está entre el 3,8% y el 4% en la actualidad, pero la crisis de hoy no responde a factores globales externos sino que ha sido generada por la incapacidad del sistema de tener en cuenta los intereses del empresariado, y por su falta de reacción ante los cambios de la coyuntura económica.

“Rusia llega a fines del 2015 con la imagen de un país imprevisible en el que no está se garantizan los derechos de los inversores, no se aplica el derecho internacional y los intereses económicos se sacrifican a la política”, afirma Inozémtsev. Según este analista, esta etapa puede prolongarse hasta 2023 como una agonía lenta, con una reducción anual del 2% o el 3% del PIB “pero sin caer en picado”. El régimen, no obstante, puede mantenerse estable incluso si la población disminuye su consumo en un 50%, dice.

En noviembre el 55% de los rusos opinaba que el país va por buen camino (61% en octubre), frente al 27% que pensaba lo contrario, según un sondeo del Centro Levada. Ese mismo mes, el 85% de la población aprobaba la gestión del presidente Putin, frente al 14% que las juzgaba negativamente.

El factor militar

El factor militar marca la política rusa y es una constante del discurso de los dirigentes, que de forma regular elogian los nuevos modelos de misiles o indican que, llegado el caso, podrían utilizar el arma nuclear. En el presupuesto estatal de 2016 los gastos de defensa y seguridad suponen el 32,11%, mientras los de educación y sanidad han disminuido y son el 3,59% y el 3,05% respectivamente. El presupuesto se cuadró calculando el precio del crudo a 50 dólares por barril, pero en la actualidad está ya por debajo de los 40, circunstancia, que de mantenerse, obligará a nuevos recortes. Rusia está involucrada hoy en dos guerras, una abierta en Siria y otra, sigilosa y discreta, en la región ucrania de Donetsk. Supuestos ataques de precisión, uniformes impolutos y equipo moderno ilustran la operación en Siria en la televisión. Por el contrario, no se habla públicamente de los enviados del Kremlin que cruzan la frontera ucrania ilegalmente para ayudar a los insurgentes de Donbás a organizar su propia administración y sistema de defensa.

Además de dos guerras, el Kremlin mantiene Crimea, la península anexionada por Moscú que se resiente de la falta de suministro eléctrico (tras el corte de abastecimiento de Ucrania) y del bloqueo de mercancías. A lo largo de 2015 diversos activistas de Crimea leales a Moscú han visitado Moscú para quejarse a Moscú de sus dirigentes locales, presuponiendo que Vladímir Putin no estaba informado.

Pero los costes y problemas que acarrea el control de Crimea no se transforman en motivo de oposición política al Kremlin. Tampoco parece que vayan a politizarse las reivindicaciones de los camioneros que se niegan a pagar un nuevo impuesto o las quejas de los maestros que cobran con retraso, o de los moscovitas quejosos con el Ayuntamiento, que ha establecido aparcamientos de pago en toda la ciudad. En la Rusia actual, el apoyo al federalismo o el llamamiento a una marcha a favor del sistema federal en el sur de Rusia puede costar una pena de cárcel, como lo ha constatado Daria Poliudova, condenada a dos años de prisión en Krasnodar por separatismo, pero las acusaciones de corrupción contra familiares de importantes dirigentes parecen dejar indiferente al Kremlin.

El lenguaje político se ha degradado. Continuando con la retórica agresiva con Ucrania, ahora Putin ha llamado “pandilla” a los dirigentes turcos y los ha acusado de “lamer en cierta parte” a EE UU. Pero los rusos están orgullosos de su país, de sus Fuerzas Armadas, de su historia, del deporte y de su cultura, y solo el 18% cree que hay motivo para avergonzarse (en 2012, eran el 52%), según encuestas del centro Levada.

Solos frente al mundo y sus plagas

Desde que Turquía derribó un avión militar ruso, Moscú ha prohibido la importación de mercancías turcas, lo que en la práctica castiga a la propia población rusa. A la hora de imponer sanciones, el Kremlin no pensó en las fábricas rusas de coches y lavadoras, que utilizan componentes turcos, ni tampoco en los aliados de la Unión Económica Euroasiática, como Kazajistán, que, estudia el tendido de nuevas rutas de transporte desde Turquía sin pasar por Rusia.

Como reacción a las sanciones occidentales, Rusia dio un viraje hacia Oriente y China, pero los bajos precios del crudo cuestionan la rentabilidad de los grandes proyectos de infraestructura de transporte de hidrocarburos, y Pekín no quiere aliarse con Moscú en detrimento de sus relaciones con EE UU y Occidente. China, además, desconfía de Rusia, y así se interpreta en Moscú el acuerdo de un nuevo corredor de transporte desde aquel país a Europa pasando por Georgia y puenteando a Rusia. Por otra parte, los países latinoamericanos que el Kremlin cultivaba, como Venezuela o Argentina, han cambiado de signo político.

La política rusa en Ucrania o Turquía tiene absurdas y vergonzosas consecuencias en el ámbito cultural. Los centros de estudio de idioma turco cierran sus puertas, y la biblioteca ucrania de Moscú, otrora una respetada institución, ha sido expurgada de libros supuestamente nocivos. La bibliotecaria se encuentra arrestada en su casa y los domicilios de otros funcionarios del centro han sido registrados. Tras prohibir los vuelos chárter a Egipto y a Turquía, los responsables del turismo ruso tratan de convencer a los rusos de que tomen sus vacaciones en Rusia alegando que otros destinos internacionales sufren plagas y enfermedades.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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