El hombre vendado
Hacía un siglo que no se veían paisajes de hombres colgados como el de Iztapalapa, una escena común de la revolución mexicana
Al parecer, el olvido se instala con un vértigo inversamente proporcional a la velocidad de la información. La imagen del pequeño Aylan dormido ya para siempre en su cama de arena y espumas ha pasado a la cómoda amnesia de la culpa digerida y el gobierno de México se ampara en ese mismo vértigo para nombrar Cónsul General en Barcelona a un exgobernador del estado de Veracruz cuyo curriculum y legado político no es sino la vergonzosa lista de fechorías, culpas y sangrías que también han pasado ya al ancho pretérito de la impunidad. En ambos casos, los oídos sordos y la vista gorda justifican el paso de páginas y la vida sigue como si nada. A nadie importa confirmar ahora si ese señor político pactó o no con el crimen organizado, si de veras ganó por puro azar el premio gordo de la Lotería Nacional cuando ocupaba el cargo de gobernador y a nadie importa si el naufragio de un niño sirio en aguas del Mediterráneo debe ayudar a la comprensión del infierno terrenal de donde huían sus padres y miles de sus compatriotas, esa tierra ya de nadie que pocos se han preocupado por ubicar en los mapas de sus teléfonos inteligentes.
Lastimosamente, algo similar ocurre con la imagen de un hombre vendado, colgando de un puente en Iztapalapa que durante unas horas le dará la vuelta al mundo para después empolvarse en el álbum amarillento de todas las fotografías en sepia donde quedan retratados para nada los colgados de México. Hacía casi un siglo que no se veían paisajes de hombres colgados, deslenguados y descalzos, en filas de árboles callados; aliño común de los senderos entrecruzados de la Revolución Mexicana, ya no se veían colgados en los periódicos hasta que las iras y sañas del actual narcotráfico y eso que llaman el crimen organizado resucitaron a ese tipo de fantasmas. Ahora, a nadie sorprende que de vez en cuando aparezcan oscilando en los puentes, con o sin letreros que honran y confirman el imperio de la ignorancia en sus faltas de ortografía. En el siniestro ecumenismo de las diferentes bandas, no es castigo exclusivo de un solo cártel este afán por ahorcar a sicarios rivales o a sus propios miembros traidores o a soplones ocasionales o simples víctimas inocentes, enredadas de quién sabe cuántas maneras en la telaraña que se amarra con dogal.
Durante estas horas –previas a que se instale su respectivo olvido—da mucho de que hablar la aparición insólita de ese hombre vendado que cuelga de un puente en Iztapalapa y el lector promedio de los diarios que más o menos se interesa por todo lo que se hable de México de pronto cae en la cuenta de que existe un país dentro de la Ciudad de México cuyo nombre lleno de sílabas encierra no más que enigmas en cuanto uno le rasca un poco al mapa: efectivamente, es un país dentro de una ciudad cuya inmensa microeconomía se basa principalmente en el tráfico y concentración de un ancho y amplio mercado de narcotráfico (tipificado en gráficas y fórmulas como narcomenudeo), sobre un enredado laberinto de calles y colonias enteras donde se reproduce fielmente el modelo mexicano de la convivencia entre lo paupérrimo y la opulencia, los muertos de hambre y los coches de lujo, los pepenadores de basura y los que lavan dinero de las drogas con la economía informal de los electrodomésticos, calzado deportivo, juguetes de la China y todo lo que se compra y vende en las aceras, lejos de todo impuesto.
El hombre vendado revela que Iztapalapa tiene Via Crucis ocultos durante todo el año y no solamente sobre la multitudinaria recreación anual de la Pasión de Cristo, donde la televisión embrutecedora de millones de espectadores nos marea cada Semana Santa con el perfil de los actores que han de representar al Nazareno, su madre y sus apóstoles. Hubo ya un año en que –quizá por el abuso de ciertos brindis con el vino de consagrar—el Pedro en turno se hizo de palabras con el elegido como Judas y terminaron a golpes varios apóstoles en la Delegación donde consta que se lanzaban acusaciones de traición y deslealtad. Algo de lo mismo que se escucharía en el mazmorra donde asesinaron y vendaron a un hombre que sigue anónimo, colgado de un puente en Iztapalapa sin que se sepa o interese si la razón de su pasión sea la rendición de cuentas, el ajuste de las mismas o el aviso oportuno de que ese país llamado Iztapalapa es en realidad una comarca ya tomada o disputada por la enredadera incontenida del crimen organizado.
Oscila como péndulo vendado la clara señal de que por algo se refugiaron en Iztapalapa los alcaldes de Iguala en cuanto creció en su ebullición el horror desatado por la desaparición y muerte de los 43 estudiantes de Ayotzinapa; por algo abundan más que rumores de que allí mismo abundan las bodegas para el abasto y tránsito fluido de todo tipo de estupefacientes y de que allí mismo se encuentran las direcciones postales de quién sabe cuántos cuentahabientes de jugosas inversiones bancarias (también en dólares) que no se corresponden con el paisaje urbano de polvo, lodo, perros callejeros y jardines abandonados… así que en puente llamado de la Concordia ha aparecido un hombre de entre 25 y 30 años de edad, amarradas las manos a la espalda, sin zapatos, todo el cuerpo en vendas, hasta ahora anónimo y con pocas horas por delante para difuminarse en el olvido.
@FJorgeFHdz
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