Japón vuelve a la energía nuclear tras el desastre de Fukushima
El país nipón reabre este martes uno de los 48 reactores paralizados desde 2011
Japón se prepara para un proceso sin precedentes: la vuelta al uso de la energía nuclear tras el parón absoluto consecuencia de la tragedia de Fukushima hace cuatro años. Aunque otros países han vivido ya la experiencia de reiniciar un reactor apagado, en ninguna parte el proceso ha alcanzado las dimensiones de Japón. Mañana, el país tiene previsto encender el primer reactor de la central de Sendai, en Kyushu, al sur del país. El primer ministro, Shinzo Abe, planea que le sigan muchos más. Su objetivo es que en 2030 la nuclear represente entre el 22% y el 24% de la cesta energética nipona. Sin embargo, la mayoría de los ciudadanos está en contra. Y ninguno más que los que dejaron sus hogares precipitadamente aquel fatídico 11 de marzo.
“Es como quemarse y, pese a eso, volver a poner la mano en el fuego. Ya saben que es peligroso. Este primer ministro no piensa en las próximas generaciones, solo quiere el beneficio a corto plazo”, opina Kazawa Makoto, de 69 años. Antes del terremoto y tsunami que precipitaron el accidente de la central nuclear de Fukushima Daiichi, tenía una planta para secar pescado que empleaba a 18 personas. Gracias a un préstamo oficial ha vuelto a empezar de manera mucho más modesta en Yotsukura, a unos 40 kilómetros de la central y unos 200 al norte de Tokio, pero no consigue cubrir gastos. “Apenas vienen dos o tres personas diarias a la tienda. Y vender fuera es imposible, nadie quiere ni oír hablar de productos que vengan de Fukushima”.
Makii Sugahara, de 76 años, está entre los 120.000 desplazados que aún viven en alojamientos provisionales. Realojada tras el accidente en Hisanohama, a 35 kilómetros de la central, está de acuerdo con Makoto. “Por mucho que se diga que económicamente es necesario, prefiero que no se vuelva a la energía nuclear. Si se repite un incidente, el precio es muy alto”, indica en la tienda de su amiga Erui Sato, en una calle comercial de módulos prefabricados, la primera de la zona y que se ha convertido en el centro de reuniones de los evacuados. “Era necesario crear un área de intercambio social. Antes no había otra cosa que hacer y la gente se quedaba en casa a llorar”, explica.
El precio al que alude Sugahara es visible apenas a una treintena de kilómetros. En la zona de exclusión en torno a la central accidentada, de 20 kilómetros a la redonda, Tomioka fue entonces uno de los lugares más afectados y hoy es una de las localidades más retrasadas en la reconstrucción. Aún pueden verse en algunas de sus calles —coches volcados, casas destrozadas— las cicatrices del tsunami, que llegó aquí con olas de 6 metros.
En todo el pueblo, donde antes habitaban 16.000 personas, solo los grillos interrumpen un silencio de tumba. Y la maleza es la solitaria habitante de unas casas donde unas bicicletas infantiles en un jardín, unos cacharros de cocina en una ventana son los únicos indicios de que hubo una vida corriente. Miles de enormes bolsas negras se acumulan en los espacios públicos. Guardan el humus, ramaje y otros residuos radiactivos que empleados del Gobierno local, en uniforme antiradiación, van apilando cuidadosamente en descampados, a la espera de que se terminen de construir los basureros radiactivos que planea el Gobierno para la zona.
La Autoridad Reguladora de lo Nuclear (NRA) japonesa asegura que se tomarán todas las precauciones con la vuelta al uso de la energía atómica. “Un desastre como el que ocurrió en Fukushima no se repetirá”, ha asegurado su director, Shunichi Tanaka, al diario Nikkei Shimbun. El organismo, establecido en 2012, ha impuesto nuevos estándares de seguridad mucho más rígidos, que incluyen el establecimiento de una serie de fuentes de energía alternativas y provisiones contra los casos más extremos de terremoto o tsunami.
Si todo transcurre según lo previsto, el primer reactor de Sendai, de 890 megavatios, reanudará las operaciones comerciales en septiembre. El proceso se repetirá en octubre con el segundo. De los 48 reactores nucleares que había en Japón, y que cerraron gradualmente tras el peor incidente nuclear desde el de Chernóbil en 1986, 25 en 15 plantas han solicitado reabrir. Otros cinco se han declarado obsoletas. Tan solo cinco han recibido el visto bueno de la NRA por el momento, aunque los tribunales han paralizado la puesta en marcha de uno de ellos.
El Gobierno japonés alega que la energía nuclear es imprescindible para la economía del país. Importa el 90% del petróleo que consume y, aunque paliado por los bajos precios del crudo, desde el desastre nuclear el gasto en energía ha creado un fuerte déficit en la balanza comercial, que en julio se situaba en los 1,73 billones de yenes. Su plan a largo plazo prevé que para 2030 esta energía cubra casi una cuarta parte de las necesidades del país. En 2011 representaba el 39%.
“Somos un país con pocos recursos energéticos. Necesitamos alcanzar un equilibrio entre el coste, la seguridad y el respeto al medio ambiente”, apunta Masakazu Toyoda, presidente del Instituto de Economía de la Energía y partidario del reencendido. El sector nuclear, asegura, ahorró cerca de 33 billones de yenes a Japón en importación de energía, un ahorro que se está dilapidando al ritmo de 3,6 billones de yenes anuales en compras de petróleo en el exterior por año de parón. Su uso también contribuirá a que Japón pueda cumplir sus objetivos de reducción de emisiones, alega.
Las voces en contra alegan que los ciudadanos y las empresas ya se han acostumbrado a usar menos electricidad. “Se ha demostrado que ahorrar energía no equivale a perder calidad de vida”, sostiene Tetsunari Iida, del Instituto para Políticas Sostenibles de Energía.
Aunque la gran preocupación de los ciudadanos es la seguridad. En el caso de Sendai, alegan falta de claridad en los planes de evacuación o sobre la actividad volcánica en la zona. Es una incógnita también cómo responderán los reactores tras una inactividad prolongada. Según la Asociación Nuclear Mundial, de 14 reactores que volvieron a funcionar tras cuatro años de paro en algún lugar del mundo, todos padecieron fallos técnicos o apagados de emergencia.
Compromiso para reducir un 26% las emisiones
Antes del desastre de Fukushima y el cierre de los reactores, la energía nuclear aportaba una cuarta parte de la electricidad de Japón. Al perderla, el país se ha visto obligado a incrementar la importación de gas natural y carbón —en 2013 solo China compró más—, lo que ha hecho que sus emisiones de gases de efecto invernadero se hayan disparado.
En el ranking mundial de emisiones de dióxido de carbono, Japón figura en el puesto número seis, por detrás de China, EE UU, la UE, India y Rusia. Japón se ha comprometido a reducir sus emisiones en un 26% en 2030 —con respecto a 2013—, según el plan que presentó a Naciones Unidas el 17 de julio ante el acuerdo internacional que se prepara en París a final de año.
Los últimos datos del Ministerio de Medio Ambiente japonés muestran que el aumento de la generación de energía eléctrica con carbón ha provocado que las emisiones de gases de efecto invernadero subieran un 1,4% en 2014 con respecto al año anterior (de marzo a marzo). Japón emitió 1.224 millones de toneladas métricas de CO2, un 16% más que en 1990, año base del Protocolo de Kioto.
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