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Columna
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El rellano

El Gobierno está entre dos aguas, entre la presión de la derecha y la presión del independentismo

Josep Ramoneda
Pedro Sánchez, durante la sesión de control al Gobierno en el Congreso.
Pedro Sánchez, durante la sesión de control al Gobierno en el Congreso. SUSANA VERA (REUTERS)

Pedro Sánchez está tocado por el resultado de Andalucía que fragiliza su ya precaria mayoría de gobierno. Y, en la debilidad, siempre aparece la tentación de la sobreactuación patriótica. Hay dos estrategias posibles ante el atolladero en que ha entrado el conflicto catalán: la que busca escenificar la derrota del independentismo, es decir, la autoritaria, por más que se legitime institucionalmente; y la que trata de construir una salida política, es decir, la democrática. Pedro Sánchez parece optar por esta vía. Y sería una grave responsabilidad que la abandonara por la presión de una derecha desbocada.

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La polarización domina la escena política. Y el centro se confirma como lo que siempre ha sido: un no-lugar. Los tres partidos de la derecha se disputan la hegemonía cada vez más escorados, desde que les ha salido este prolapso —en feliz expresión de Santiago Alba Rico— que se llama Vox, y que no tiene otro nombre que franquismo. Mientras que, al otro lado, Podemos, en vías de redescubrir la socialdemocracia, intenta tirar al PSOE hacia la izquierda, aunque éste se resiste porque es el único partido que todavía cree que el centro existe.

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Pero es precisamente el mito del centro el que ha alejado a la ciudadanía de la política, porque era una forma de negarla. El centro como punto cero de las ideologías para legitimar la hegemonía de los expertos, es decir: “no hay alternativa”. Y sin alternativa la política democrática no existe, es el limbo. Una nube lejana a la que no llega la voz de los ciudadanos. El centro es un eufemismo, la política democrática es pacto, que es muy distinto.

Estamos en vigilias de un juicio que puede durar muchos meses, y que servirá para exponer al mundo las consecuencias de la judicialización de un problema que nunca tuvo que salir de la política. Solo Podemos y los Comunes ha escapado a la confrontación patriótica, mientras que el PSOE se resiste a una alianza estable con la izquierda soñando todavía con repescar a Ciudadanos para poder jugar a dos bandas.

El Gobierno está entre dos aguas, entre la presión de la derecha y la presión del independentismo, y se le ve vacilante en la búsqueda de una vía para la distensión que sus antecesores declararon prohibida. Dar con el rellano en el que puedan encontrarse un número significativo de fuerzas políticas, soberanistas incluidos, parece ahora mismo misión imposible. No hay otra salida razonable. Una parte creciente del soberanismo lo sabe aunque, no ose dar el paso. Y el PSOE sigue dando una de cal y otra de arena, instalado en un pedestal precario que le resta autoridad y autonomía. Y, sin embargo, toda alternativa es peor. Nada bueno se puede construir sobre la derrota de dos millones de ciudadanos que la derecha busca.

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