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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las mujeres tenemos valor y precio

Aún no nos habíamos aclarado con la prostitución cuando llega el burdel que cosifica a las mujeres con muñecas hinchables

Berna González Harbour
Varias prostitutas en un burdel de San Petersburgo.
Varias prostitutas en un burdel de San Petersburgo.OLGA MALTSEVA (AFP)

Ya sabemos que es de necios confundir valor y precio, pero lo cierto es que llueven las razones para confundirnos cuando hablamos de mujeres. La sociedad democrática aún no se había aclarado en el debate sobre la prostitución cuando se estrena en Barcelona un burdel de muñecas hinchables que pone al servicio de los hombres elaboradísimos polímeros en forma de mujeres sexis —pero polímeros, al fin y al cabo— por 120 euros la hora y nos quedamos de una pieza. Valiente juerga unipersonal.

En cualquier foro actual, y actual significa también feminista, el debate sobre la prostitución enfrenta a los partidarios de la prohibición total con los partidarios de su regulación; a los que defienden una multa a los clientes en lugares públicos o la impunidad social y legal que ha imperado siempre en nuestro mundo. Estábamos en esas, decimos, cuando el burdel de Barcelona, que copia una tendencia extendida en Japón y otros países, nos deja atrás y cosifica tanto a la mujer que la sustituye directamente por un maniquí hiperrealista y dócil que no se quejará jamás. El gremio de prostitutas ha reaccionado inmediatamente cuestionando a los objetos sin alma, afecto, mirada, ni piel, ni por supuesto “reclamaciones de derechos laborales ni constitucionales”. Qué triste es tener que defender la fuerza de trabajo, la fuerza de este trabajo, de una cosificación mayor aún. Pero qué comprensible se vuelve.

Y es que alguien tiene un problema, Houston. La prostitución ha vuelto a extenderse como forma de diversión entre grupos de jóvenes, perezosos seguramente a la hora de trabajarse una compañía de igual a igual sin la chequera en la mano. Ya no hay excusas morales en un mundo donde todo es accesible. Contratar a una prostituta es poner precio a la compañía de una mujer (o de un hombre) y contratar a una muñeca hinchable es poner precio a una imagen cosificada de la mujer. En todos los casos: precio. En muchos: explotación sexual de la mujer. ¿Y el valor?

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También tenemos un problema con el valor. Un diputado polaco al que los contribuyentes europeos pagamos su sueldo por defender los intereses de los ciudadanos considera que “las mujeres deben ganar menos”. Janusz Korwin-Mikke, sancionado previamente por un saludo nazi, había atacado ya a negros, a refugiados, y ahora les ha tocado a las mujeres. Está contra su derecho a voto y le parece razonable que las mujeres ganen menos que los hombres por su “debilidad”. Los asesinos machistas tampoco reconocen el valor de las mujeres.

El tiempo no va a arreglar todo esto por sí solo. Solo una educación comprometida con la igualdad y una sociedad vigilante minarán el machismo. Y a eso sí conviene ponerle precio. Se llama presupuestos crecientes contra la violencia de género, y no menguantes, y se llama política y enseñanza a favor de la igualdad desde el colegio. Entonces sí habremos creado valor. El valor y el precio correctos.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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