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“El sistema educativo es primitivo, aún no sabemos cómo funciona el cerebro en el aprendizaje”

El premio Nobel Torsten Wiesel habla sobre la importancia de aplicar lo que se sabe sobre el cerebro a la educación y de la viabilidad de los grandes proyectos de neurociencia

El Nobel de Medicina Torsten Wiesel durante la inauguración de un ciclo de conferencias que llevan su nombre en A Coruña
El Nobel de Medicina Torsten Wiesel durante la inauguración de un ciclo de conferencias que llevan su nombre en A CoruñaCabalar (EFE)

Hace más de medio siglo, Torsten Wiesel (Upsala, Suecia, 1924), junto a su compañero David Hubel, completó una serie de experimentos que nos enseñaron cómo vemos. Hubel había desarrollado un método para registrar la actividad de neuronas individuales con un electrodo metálico que le permitió medir lo que sucedía en el cerebro. Con esa herramienta pudieron estudiar cómo responden millones de células a estímulos concretos que llegan a través del ojo para construir las imágenes en la corteza visual. Además, tapando un ojo a gatos de laboratorio, pudieron comprender cómo madura el sistema visual durante del desarrollo. Las neuronas que no recibieron impulsos porque el ojo que debía alimentarlas estaba cerrado no se desarrollaron y, si ese ojo no se abría antes de un determinado momento, el gato nunca recuperaba la capacidad inicial.

La semana pasada, Wiesel, que va a cumplir 93 años, visitaba La Coruña para presentar las CorBI Torsten Wiesel Lectures, un ciclo de conferencias organizado por la Fundación CorBI a la que el científico ha cedido su nombre. Con la perspectiva de los años, el neurocientífico repasaba algunas de las consecuencias de su trabajo, por el que recibió el Nobel de Medicina en 1981, y daba su opinión sobre algunos de los grandes retos y proyectos de la ciencia del cerebro.

Nacemos con la habilidad para hacer muchas cosas que luego, por las restricciones del entorno, desaparecen

“Tenemos un sistema educativo muy primitivo”, señala. En parte, porque aún "falta por saber cómo funciona nuestro cerebro durante el aprendizaje" y en parte, porque lo que se sabe no se aplica. “Sabemos, por ejemplo, que un bebé con seis meses tiene capacidad para reconocer un amplio rango de fonemas, pero después, cuando creces y aprendes tu lengua, pierdes esa capacidad”, explica. “Esto significa que nacemos con la habilidad para hacer muchas cosas que luego, por las restricciones del entorno, desaparece”, añade. En esta línea, recordó los experimentos de la investigadora Patricia Kuhl, que mostró como los niños japoneses y estadounidenses, entre el sexto y el octavo mes de vida, reconocen con la misma frecuencia los sonidos de ambas lenguas. Sin embargo, cuando se acercan al año de vida, empiezan a detectar mejor los fonemas de su propia lengua y su cerebro empieza a quedar atado a ese idioma. “También hizo otro experimento con dos grupos de niños japoneses. A unos se les exponía a la lengua, pero no se les hacía utilizarla y a otros se les hacía escuchar la lengua, pero también debían practicarla. Así vieron que solo los que usaban el idioma podían recuperar o mantener las habilidades para hablarla y reconocerla. ¿Por qué es así? Estos son el tipo de cuestiones fundamentales que tenemos que responder”, plantea.

En esta interacción entre los humanos y su entorno y su influencia en el desarrollo de las neuronas, a Wiesel también le preocupa cómo va a afectarnos la tecnología. “Hay muchas cosas que no sabemos cómo afectan al aprendizaje. Los smartphones, por ejemplo. Antes los niños solían jugar en el campo y ahora ya no. La gente va a tomar una taza de café y está todo el tiempo mirando el móvil. Esas cosas van a provoca cambios profundos en la forma en que las personas interactúan o incluso en la creatividad. Introducimos nuevas tecnologías y formas de comunicación y creemos que todo va a ser igual. Y no va a ser así”.

Sobre los objetivos de uno de los grandes proyectos de investigación del cerebro, el Human Brain Project, con más de 1.000 millones de euros de inversión, Wiesel es moderadamente escéptico. Para él, el objetivo final de este proyecto, que pretende recrear el funcionamiento de nuestro cerebro, es demasiado ambicioso. “El programa, es brillante, como su creador, Henry Markram, pero quizá sea demasiado complicado”, señala. “Recrear el cerebro es muy difícil. Hay 10.000 señales entre cada neurona y para recrear eso necesitas mucha potencia. Ya hacerlo con una sola neurona sería muy complicado [en el cerebro humano hay entorno a 100.000 millones]. Algunas veces, preguntas por qué no intentan hacer un modelo informático del funcionamiento de una célula, con todas sus funciones, sus señales, sus factores de transcripción, el ADN, el ARN… Y te dicen que es demasiado complicado. Y es cierto, es muy complicado, pero pensar que puedes hacerlo para 30.000 millones de células como el Human Brain Project y hacer una simulación, para mí no tiene sentido lógico”.

La tecnología que nos mejora la vida, que cura enfermedades, no existiría sin la ciencia

Wiesel no considera que la inversión vaya a ser un dinero desperdiciado. “Está bien tener individuos visionarios como Markram, gente que ve el futuro”, dice. Pero, añade: “La pregunta que te tienes que hacer es: ¿Es el momento adecuado? Cuando yo estaba en Harvard, en los años 60 y los 70, había mucha actividad en inteligencia artificial, con mucha gente brillante, pero no estaba madura para tener resultados significativos. Ahora, gracias a desarrollos en supercomputación o el big data, o el reconocimiento de caras y voces, la gente ha empezado a pensar que igual es posible cumplir los sueños de aquella época. Pero aún hay muchos misterios por descubrir: cómo vemos, cómo procesamos el sonido o el sabor. Y los detalles y la comprensión detallada de cómo se procesa la información”. En cualquier caso, Wiesel considera que “hay buena gente involucrada en el proyecto y tienen recursos. Puede ser algo parecido a lo que sucedió con la guerra contra el cáncer de Nixon en los setenta. Fue un gran proyecto que no resolvió el problema del cáncer, pero aquel esfuerzo estimuló la biología molecular o la bioquímica”.

Por último, opina también sobre la necesidad de que en Europa se logre atraer más dinero privado hacia la ciencia. “En Europa, los científicos quizá hemos sido demasiado pasivos. Yo fui presidente de una universidad en EE UU [la Universidad Rockefeller] y una parte importante de mi trabajo era conseguir dinero. Creo que si no sabes hacer eso, vender tu proyecto, tu institución, dar confianza, es algo que debes aprender. Y tenemos que crear mejores herramientas para llegar al público, porque mucha gente no entiende que la tecnología que nos mejora la vida, que cura enfermedades, no existiría sin la ciencia”.

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