La migración no necesita verborrea sino política
Deportar inmigrantes indocumentados en masa, como propone Trump, no soluciona ningún problema, sino que los traslada y empeora
La violencia, como la materia, no se crea ni se destruye, sino que se transforma. Las deportaciones masivas de salvadoreños desde EE UU en los noventa tras el acuerdo de paz firmado en su país trasladó allí a pandilleros violentos que a partir de entonces empezaron a dominar la vida en los suburbios de El Salvador hasta vertebrar una nueva forma de dominación que hoy sigue generando miles de muertos, torturados y un sistema económico de sumisión que nutre a las peligrosas maras que lo protagonizan. Lo cuenta Juan José Martínez D’Aubuisson, un antropólogo salvadoreño que pasó un año en una de las colinas que controla la Mara Salvatrucha 13 en Ver, oír y callar(Pepitas de Calabaza), como lo está contando una literatura imprescindible para estudiar el impacto de la pobreza y la desigualdad cuando se traslada de un lugar a otro sin pensárnoslo dos veces. Leamos a D’Aubuisson, a Emiliano Monge, a Flaviano Bianchini.
Y este no es un argumento que vaya a tranquilizar a Donald Trump ni a los 60 millones de norteamericanos que le han votado. Sabemos que no. Pero sí un argumento para que sepamos que las deportaciones de indocumentados no solo no resuelven problemas, sino que los trasladan, los transforman, los crean también. ¿Alguien va a sentarse a analizarlo en toda su dimensión en la futura Administración de Trump? ¿Articularemos a nivel global respuestas que ayuden a abordar con racionalidad y humanidad el debate?La verborrea xenófoba e imprecisa de Trump está regalando a los oídos de sus fieles la promesa de deportar a tres millones de inmigrantes que cometan delitos mientras “asegura la frontera y se normaliza todo”. Con el resto ya se verá. Si “normalizar” consiste en crear una fuerza específica para capturar a criminales extranjeros mientras se refuerzan los muros, como aseguró, aún no se sabe.
Barack Obama fue el presidente con mayor número de deportaciones en sus dos mandatos (2,5 millones), pero también diseñó una reforma migratoria que pretendía dar permiso de trabajo temporal o de residencia a cinco millones de indocumentados, casi la mitad de los que son. Su reforma está aún paralizada en el Tribunal Supremo, pero acción y política iban de la mano con su propia coherencia cabal. Hoy, al drama que supone separar familias y regar de inseguridad a 11 millones de personas que aportan medio billón de dólares al PIB anual de EE UU, amén de las remesas que envían a sus países, se une el que está provocando agitar la xenofobia con descalificaciones generalizadas. Los incidentes raciales están empezando a sucederse en diversos lugares de EE UU al calor del fuego encendido por Trump. Si el presidente electo ha llamado “violadores” a los mexicanos ¿por qué los ciudadanos comunes tendrían que reprimir las expresiones hirientes de sus propios prejuicios?
La migración será sin duda el gran reto del planeta en el siglo XXI y no necesita el gatillo fácil de la verborrea, sino política. Una que estudie los vasos comunicantes de todas las decisiones y que aprenda a medir su onda expansiva. Porque el seísmo es para todos.
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