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Punto de Observación
Columna
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Retrato de un político

Rajoy es un conservador con aversión al cambio y por eso sus decisiones en este periodo nunca han parecido formar parte de un plan complejo

Soledad Gallego-Díaz
Mariano Rajoy en conferencia de prensa tras reunirse con el Rey.
Mariano Rajoy en conferencia de prensa tras reunirse con el Rey.ULY MARTÍN

Confundir la noción de ambigüedad con la del absurdo suele originar problemas, porque lo absurdo desafía toda ética. Mariano Rajoy, un político experto en recrearse en la indeterminación, responde ahora a un escenario político extraordinariamente difícil, no ya con ambigüedad, sino rozando el absurdo. El dirigente popular pretende jugar con la idea de que puede no presentarse a la sesión de investidura, pese a lo que afirma el artículo 99 de la Constitución. Es cierto que ni ese artículo, ni nada, puede impedir que en el último minuto un político encargado de acudir a la investidura alegue razones personales (o políticas) para no hacerlo, pero, en ese caso, se habrá cruzado el límite de la ambigüedad y estaremos en un terreno distinto.

Nada de lo que está ocurriendo se explica sin conocer la personalidad de Mariano Rajoy, un político de 61 años, con una larguísima carrera, que ha llegado a ser presidente del Gobierno apostando siempre por la poca exposición pública y la ambigüedad. Rajoy ha sido presidente en condiciones excepcionales, con una mayoría absoluta y un periodo de cuatro años casi sin procesos electorales, pero en una época de crisis que exigía la toma de decisiones a una velocidad endiablada, algo que va contra su carácter. Rajoy es un conservador con aversión al cambio y por eso sus decisiones en este periodo nunca han parecido formar parte de un plan complejo, sino que respondían a la urgencia de unas presiones concretas. La opacidad del presidente en funciones y la dificultad para saber qué piensa y qué modelo de sociedad y de Estado desea (más allá de que garantice la estabilidad presupuestaria e inspire confianza en los mercados) ha alimentado una continua confusión y está impidiendo hoy día cualquier tipo de negociación.

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Rajoy nunca ha amparado sus decisiones en un modelo ideológico determinado (aunque se puedan identificar con un discurso casi neoliberal), sino que ha dicho continuamente que “no le gustaban” las medidas que aprobaba. Al mismo tiempo, ha dejado a sus ministros un margen de actuación muy amplio, de manera que cada uno ha exhibido sus propios principios. Esta circunstancia se reveló enormemente perjudicial a la hora de afrontar, por ejemplo, el problema catalán.

Agobiado por la economía, Rajoy no prestó atención a la evolución política en Cataluña, ni al camino que empezaba a recorrer Convergència, primero en su demanda de soberanía fiscal, y después, de independencia. Varios ministros embarraron aún más el terreno, ante la total inoperancia del presidente, que se limitó a declarar que no tenían intención de cambiar el actual marco constitucional.

La misma y total inoperancia apareció cuando saltaron los cerrojos que habían ocultado la corrupción en su partido y cuando el PP fue objeto de dos graves acusaciones: destrucción de pruebas y mantenimiento de una caja B para su financiación legal.

Es esa ausencia radical de modelo y de plan para un cambio lo que ha hecho tan difícil negociar cuando el PP se ha encontrado con 137 escaños y la necesidad de llegar a acuerdos con otros grupos. ¿Es posible pensar que Rajoy será capaz de cambiar de modos políticos? Ni quienes han trabajado próximos a él creen posible esa transformación. Son esos modos políticos los que le han impedido afianzarse, pese a encontrarse durante cuatro años con mayoría absoluta y casi sin oposición, dado que el PSOE, con Pérez Rubalcaba, no fue capaz de reponerse, ni de lejos, de su catastrófica salida del poder. No es fácil encontrar ahora una solución, pero suele ser aconsejable saber cómo se ha llegado a ella y recordar que la ambigüedad no puede convertirse en lo opuesto a la razón.

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