Todo está siendo muy raro
Si Rajoy no hiciera nada y pretendiese que Pedro Sánchez tome la decisión de que el PSOE se abstenga haría caer al secretario general en una trampa
El informe Chilcolt pone el acento en un hecho particular: el gobierno laborista de Tony Blair decidió ir a la guerra en Irak sin haber agotado antes todas las medidas de presión pacífica para lograr el desarme de Sadam Husein. Pese a que se disponía de información más que suficiente sobre el efecto devastador que tendría, la guerra no fue la última opción posible.
El argumento es muy interesante: hasta qué punto algunos políticos se apresuran a tomar decisiones graves, sin examinar antes todas las posibilidades, menos costosas. El caso más extremo es una guerra, por supuesto, pero el razonamiento se puede aplicar a muchas otras circunstancias, menos traumáticas. Por ejemplo, a la solución de la crisis política española. ¿Hasta qué punto se están apresurando algunos a señalar una única salida, sin explorar las opciones posibles y, sobre todo, sin poner presión sobre el protagonista de la situación?
Tal y como se desarrolla la escena política española, todo está siendo muy raro. Quienes deberían dar señales de estar dispuestos a cambiar, el PP y Mariano Rajoy, se mantienen paralizados, y quienes deberían presionarle, todos los demás partidos, sin adelantar acontecimientos, no paran de idear salidas y cambios, pero en su propia casa, no en la del PP.
Sería una invención española que una negociación política para formar gobierno no tuviera nada que ver con la actitud del principal socio.
¿No es eso raro? Cualquier diría que un candidato a presidente del Gobierno al que le faltan casi 40 diputados para alcanzar la mayoría, tendría que lanzar rápidamente claras señales de que está dispuesto a cambiar. Pero no es el caso. Rajoy no ha cesado fulminantemente, por ejemplo, a Jorge Fernández Díaz como ministro del Interior, sino que le ha enviado su cariñoso apoyo. Hubiera sido una excelente ocasión de demostrar que el candidato comprende que no puede seguir actuando como hasta ahora. Lo inusitado es que nadie ha puesto esa extravagante actitud sobre la mesa. Unos y otros se concentran en discutir y pregonar qué deberían hacer ellos mismos, sin plantearse antes, ni por asomo, que el candidato del PP no puede dar un paso sin expresar esa voluntad de cambio, de contenidos y de formas. ¿O acaso alguien pretende que todo siga tal cual, con ministros como el señor Fernández Díaz y con actitudes políticas como las que ha venido manteniendo el PP y Mariano Rajoy?
Es una pena que en España no exista, como en Gran Bretaña, la costumbre de encargar a personalidades independientes informes sobre hechos recientes de especial transcendencia. Es posible que uno sobre el tratamiento que ha tenido la crisis económica y social en la última legislatura llegara a un veredicto tan severo como el informe Chilcot respecto a su primer ministro: optó por las fórmulas más devastadoras, sin examinar siquiera propuestas con resultados sociales menos atroces. O que otro sobre las recientes elecciones y sus periodos postelectorales se asombrara por la insólita agenda de los políticos españoles y su extraña disposición, no a evitar lo que consideran un mal, sino a encontrar pretextos para sostenerlo.
Como indica lord Chilcot, las cosas serias deben seguir los procesos legales apropiados. La negociación de mayorías parlamentarias no se ajusta a normas legales, claro está, pero una cosa es que no se regule por la Carta de Naciones Unidas y otra que no se regule por ningún principio político ya contrastado. No hay por qué inventarlo todo. Sería una invención española que una negociación política para formar gobierno no tuviera nada que ver con la actitud del principal socio. Y el colmo español, que Rajoy no hiciera nada y se pretendiera que Pedro Sánchez fuera quien tomara, en el último segundo, la decisión de que el PSOE se abstuviera. Eso sí que sería una trampa para el secretario general, que arriesgaría perder de golpe el apoyo de los militantes.
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