El diablo de la botella
Un famoso cuento de Robert L. Stevenson encierra una extraña paradoja, casi tan inquietante como ese diablillo encerrado en una botella que da título al relato
Parece ser que la paradoja del ahorcamiento inesperado, propuesta la semana pasada, empezó a circular oralmente en los años cuarenta del siglo XX, y se hizo famosa cuando, en 1951, el destacado filósofo y matemático Michael Scriven le dedicó un artículo en Mind, la prestigiosa revista británica de filosofía. “Ha salido a la luz una nueva y poderosa paradoja”, empieza diciendo el artículo, y con razón, pues de la potencia de la paradoja dan fe los numerosos artículos y debates que suscitó en su día, y cuyos ecos aún no se han extinguido del todo.
¿Puede o no puede ser ahorcado el reo? El razonamiento de su abogado parece correcto; pero si, pongamos por caso, el miércoles por la mañana llega el verdugo y le dice que va a ser ahorcado, la noticia pillará al reo por sorpresa, con lo que se cumplirán los requisitos de la sentencia… ¿O no? Como dijo Scriven en su artículo de 1951, es este regustillo a lógica refutada por la realidad lo que hace que la paradoja resulte atractiva. En su libro El ahorcamiento inesperado y otros entretenimientos matemáticos (Alianza Editorial, 1991), Martin Gardner dedica todo un capítulo a esta polémica paradoja y otras similares, y a él remito a quienes deseen profundizar en el tema.
Un cuento doblemente inquietante
El marinero Keawe, nativo de Hawái, se embarca en un buque que va a San Francisco, donde se queda prendado de una maravillosa casa cuyo anciano dueño parece muy triste y solo. Keawe se asombra de que el propietario de aquella preciosa casa sea tan infeliz, pero pronto descubre el porqué: tras invitarlo a visitar su mansión, el anciano le muestra una botella en cuyo interior hay un diablillo diminuto. Este demonio puede conceder cualquier deseo, excepto alargar la vida; pero si el dueño de la botella muere sin antes haberla vendido irá al infierno. Además, hay que vender la botella a un precio inferior al que se pagó al comprarla, y hay que cobrar en metálico e informar cumplidamente al comprador de las condiciones del contrato diabólico…
No revelaré el desarrollo de El diablo de la botella, y menos aún su desenlace, para no privar a quienes todavía no lo hayan leído del placer de descubrir paso a paso su inquietante trama. Pero basta el breve resumen anterior (aunque es preferible leer el cuento entero, fácil de encontrar en la red) para ver que el argumento encierra una curiosa paradoja, similar a alguna de las que ya hemos visto en esta sección. ¿Cuál es?
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