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Entrevista

Mbuyi Kabunda: “África será en un siglo un continente emergente”

Este pensador y profesor universitario confía en el futuro de la región

José María Izquierdo

Tras ver cómo esquilmaban sus riquezas las potencias coloniales y corruptos dirigentes locales, cree que queda mucho por hacer, pero confía en el futuro de la región. El despegue sucederá, cree, gracias a su gente: “Contamos con un gran potencial: el 70% de la población tiene menos de 20 años”.

Gorka Lejarcegi

¿El alto crecimiento económico actual de África nos permite ser optimistas ante lo que será el continente dentro de un siglo? Eso dicen algunos neoliberales, sí. Partiendo de las tasas de crecimiento hablan del despertar de África, del arranque de África. No hay que perder de vista que, en 2014, el continente alcanzó una tasa de crecimiento del 6% y se prevé que este año y el próximo algunos países alcancen el 7%. Es el caso de Nigeria, la República Democrática del Congo, Ghana, etcétera. Es decir, prácticamente la misma tasa de crecimiento que los dragones asiáticos. Pero otros muchos economistas no comparten ese optimismo ante el futuro y creen que África sigue siendo la misma de siempre, la de la pobreza, de las enfermedades, las guerras, y que por tanto no hay esperanza. Es cierto que la zona petrolera ha conseguido esa tasa de crecimiento…, pero sin desarrollo. Un crecimiento que se explica por el auge del precio de las materias primas, pero que no se acompaña ni del desarrollo social o humano ni de la justicia social.

¿Y entonces? Pues hay que tener en cuenta ambas valoraciones para saber hacia qué futuro vamos. Porque ya se han dado saltos cualitativos que se deben tomar en cuenta. Precisamente, esta tasa de crecimiento nos permitiría, si estuviese bien gestionada, crear las bases del desarrollo, además de importantes avances democráticos. Ya no es el continente de hace 20 años de los regímenes dictatoriales del partido único. No, tenemos cada vez más unos dirigentes democráticos y respetuosos con los derechos humanos. Es esta imagen totalmente dicotómica, esta África de paradojas que decía el antiguo presidente de Senegal, el presidente poeta, Léopold Sédar Senghor.

Y para el próximo siglo… Yo creo que tiene que tomar las riendas de sus economías, de su destino. Eso es lo primero, porque el desarrollo es ante todo ruptura, más cuando en el continente africano el resultado de 60 años de cooperación al desarrollo ha sido un fracaso. Se ha mantenido la dependencia externa, la supeditación tecnológica, la falta de inversiones extranjeras –solo se han dirigido como he dicho al África petrolera, a la minera, y no se ha aprovechado para beneficiar a todo el continente–. Tiene que dar prioridad a los mercados internos, y también a lo que yo considero como los saberes y las prácticas endógenos. Favorecer los mercados e iniciativas locales, eso es lo que la puede permitir salvarse.

¿Y será así el África del siglo XXII? Eso espero, porque no hay otra alternativa. Las presiones populares van en el mismo sentido. No hay que perder de vista que la situación en la que se encuentra es consecuencia de las salidas ilícitas de capitales, favorecidas por una economía mundial en manos de las instituciones financieras internacionales y de las multinacionales que obtienen beneficios en el continente africano en detrimento de sus pueblos. Por tanto, los dirigentes de esos países no tienen otra salida que intentar reconciliarse con su gente, ocuparse de ellos. De esto depende su propia supervivencia.

El subdesarrollo no es una fatalidad, sino un problema de organización

Hablemos del África de 2116. Tendrá que haber muchos cambios. Claro. Hay cosas que me preocupan muchísimo. Por ejemplo, que el 75% de los pobres del mundo en 2030 van a estar en el continente africano. Es un dato que no predispone mucho al optimismo, pero si somos capaces de cambiar esas relaciones económicas, financieras y tecnológicas, como antes le decía, aún tenemos una posibilidad. Habrá que potenciar, además, la cooperación sur-sur. Ya se habla de la Chindiáfrica, China, India y África, que van a ser las potencias de aquí al año 2030. ¿Ve la contradicción? De aquí al año 2030 estos dos países y un continente van a constituir más de la mitad de la población del mundo. África ya tiene 1.200 millones de habitantes, China 1.300 millones e India 1.200, y es seguro que en el siglo XXII seremos muchos cientos de millones más. Y dentro de 100 años también tendremos más de la mitad del producto interior bruto mundial. Si extrapolamos los datos de ahora mismo, en 100 años nos convertiremos en un continente emergente.

¿Y China e India estarán tan interesadas en África? Sí, porque la tercera parte de los recursos naturales del mundo y la mitad de las tierras cultivables están en nuestro continente. Y tenemos, además, un importante mercado interno. Esto interesa a países como China o India, que necesitan materias primas para financiar su industrialización, y que se encuentran ante un mercado casi virgen para sus bienes manufacturados. Somos, además, el continente más joven. Ni más ni menos que el 70% de la población africana tiene menos de 20 años. La única condición para un futuro mejor es proporcionar a esta juventud la formación adecuada y crear perspectivas de empleo. De lo contrario, se convierte en una bomba de relojería: el fenómeno de los niños de la calle, el consumo y tráfico de droga, la violencia urbana y callejera, la emigración, los niños soldados. También hay otros datos terribles: más de la mitad de la población africana vive con menos de un dólar al día, 50 millones de niños no tienen acceso a la educación, no están alfabetizados. La media de duración de vida es de 55 años. Esos indicadores sociales son alarmantes y crean temores en cuanto al futuro si no se consigue dominar, rentabilizar y aprovechar este capital humano que es la juventud. Luego, si le parece, hablamos de educación.

¿Pero todo esto será reversible en un siglo? Yo suelo partir del principio según el cual el subdesarrollo no es una fatalidad. Todo es un problema de organización y de instituciones, es lo que hay que mejorar en lugar de caer, como se ha hecho hasta ahora, en el mimetismo. Porque África ha sido el continente de todas las dominaciones, de todas las dependencias. Dominación y dependencia económica, dominación y dependencia comercial, dominación y dependencia financiera y, aún peor, dominación y dependencia cultural. Es el continente que más ha dado la espalda a sus propias tradiciones para adoptar el modelo de desarrollo occidental. Pero ¿qué se entiende por desarrollo? Cuando se habla del fracaso del desarrollo en África, nunca se ha definido lo que se entiende por desarrollo y simplemente se hace una equivalencia con occidentalización. Y lo que ha fracasado en África es la occidentalización. El desarrollo pasa por la adopción de otro modelo distinto del occidental.

Gorka Lejarcegi

¿Y cómo se compagina ese conservacionismo de las tradiciones con las nuevas tecnologías, por ejemplo? No hay ninguna contradicción; hay complementariedad. Nuestra propia tradición se fundamenta en el homocentrismo, es decir, el ser humano como centro de acción, en el centro de la propia sociedad. ¿Qué persiguen las nuevas tecnologías, las nuevas industrias? Precisamente el desarrollo humano. No veo ninguna contradicción, con la única condición de apropiarnos de estas nuevas tecnologías, de estas nuevas técnicas en tecnologías de la información, que tenemos que conciliar con nuestros valores. Esa es la estrategia que se debe llevar a cabo en el continente africano: abandonar, de una vez por todas, el modelo importado. Hay que lograr que la agricultura, que ocupa a un 70% de la población africana, gracias a los procesos de industrialización y la construcción de infraestructuras que hay que desarrollar, sea capaz de dar de comer a sus campesinos y así acabar con la plaga del hambre. Estoy seguro de que en el siglo XXII lograremos dedicar nuestras tierras para el consumo de los africanos, y no para alquilarlas o enriquecer a otros.

Pero habrá que negociarlo con Occidente. Claro. Occidente lo sabe. Desde hace 30 años oigo el mismo discurso sobre la transferencia de tecnologías y Occidente nunca, ¡nunca!, ha querido de verdad transferir tecnologías al continente africano, porque la utiliza, a la vez, como un instrumento de dominación y de chantaje. En Asia fue importantísima la transferencia de tecnología de Japón a sus vecinos, incluida China. La colonización europea también favoreció la construcción de infraestructuras orientadas hacia el interior en el caso de India, mientras que en África se aplicó una colonización de pura explotación: todo lo que salía del suelo y subsuelo africano estaba destinado a la exportación, y aún hoy se sigue manteniendo ese esquema.

¿Y cómo podría lograrse esa transferencia? Yo creo que con Occidente ya se nos ha acabado la paciencia, porque siempre ha aplazado esta transferencia, por eso la necesidad de la potenciación sur-sur, porque hay una complementariedad entre los países del sur. Los países africanos productores de materias primas minerales, los países latinoamericanos productores de materias primas agrícolas y los dragones asiáticos productores de nuevas tecnologías. Esto se puede intercambiar, esto se puede establecer. Con este puente, con este nexo sur-sur, tendremos acceso a estas nuevas tecnologías o a la transferencia de las tecnologías de cara al siglo XXII.

La crisis del continente, antes que económica o política, es educativa

Pero aún faltan elementos básicos en África para desarrollar de verdad las nuevas tecnologías. Por ejemplo, la electrificación. La corriente eléctrica es fundamental. Lo considero como la primera inversión, la primera de todas las inversiones porque es alucinante ver que la capacidad eléctrica de España es el equivalente de la capacidad eléctrica de todo el continente africano. Fíjese, 30.220.000 km² frente a 500.000, y 1.200 millones de habitantes frente a 47, y la misma capacidad eléctrica. Sin electricidad no se puede hablar de industrialización, ni de tecnología ni de la importación de tecnología. Hay solo un 30% o un 40% de africanos con acceso a la electricidad en zonas urbanas, pero al 90% de las zonas rurales no llega la luz. ¿Cómo vamos a hablar de ordenadores o de Internet? Es inútil.

¿Y la solución para el futuro? Construir las infraestructuras necesarias y acordes con las necesidades de cada comunidad. La colonización europea no las hizo y los Gobiernos poscoloniales tampoco. ¿Cuántas presas se han construido en África? Akosombo en Ghana, Asuán en Egipto, Cahora-Bassa en Mozambique… Casi todas basadas en intereses políticos de las potencias coloniales. Mire, hicieron una locura en la República Democrática del Congo con la presa hidroeléctrica de Inga, la más grande del mundo. Gigantesca, era un proyecto occidental en combinación con el régimen de Mobutu. Apenas se utiliza el 20% de su capacidad. Lo que hay que hacer es favorecer la construcción de pequeñas presas hidroeléctricas, al tiempo que se construyen las infraestructuras precisas para la necesaria industrialización.

¿Y se está haciendo? Las está haciendo China: presas hidroeléctricas, ferrocarriles, carreteras… Se habla de neocolonialismo chino en el continente africano, pero lo cierto es que son ellos quienes están haciendo las obras –tan necesarias para el desarrollo– que nunca hicieron los países occidentales en cinco siglos de ocupación, ni los gobernantes posteriores. Diría que con China se trata de una relación casi de igual a igual. Ellos necesitan materias primas y nosotros infraestructuras. Es un intercambio, no una explotación.

Mbuyi Kabunda Badi

Cuenta con un sólido currículo académico: se licenció en Ciencias Políticas y de la Administración y en Relaciones Internacionales por la Universidad de Lubumbashi (R. D. Congo), se doctoró en la Universidad Complutense de Madrid, y es miembro del Instituto Internacional de Derechos Humanos de Estrasburgo y del Grupo de Estudios Africanos (GEA) de la Universidad Autónoma de Madrid. Actual presidente de la Asociación Española de Africanistas, entre su centenar de publicaciones destacan Derechos humanos en África: teorías y prácticas (2000) y Mitos y realidades de África Subsahariana (2009). Ha colaborado en varios libros, entre ellos, Más allá de la barbarie y la codicia. Historia y política en las guerras africanas (2012).

Pero los países europeos también construyeron carreteras o puertos. ¿Cuáles? Totalmente para las exportaciones, puertos y aeropuertos para las exportaciones. Hay algo que inmediatamente llama la atención cuando se mira el mapa de África: las capitales están casi todas a orillas del Atlántico o, si están en el interior, a orillas de los ríos o de lugares estratégicos para ver cómo se fortaleció ya, desde la colonización, la expropiación de África. Se vincularon minas y plantaciones con los puertos y aeropuertos para la exportación, pero nunca se favoreció la horizontalidad, nunca se crearon redes de comunicación entre los propios africanos. Un ejemplo muy claro: hasta hace muy poco tiempo, en la telefonía móvil, para las llamadas entre Kinsasa y Brazzaville, las dos capitales más cercanas del mundo, tan solo separadas por el río Congo, había que pasar por Bruselas, donde te ponían en contacto con París, y de ahí al edificio de Brazzaville, que lo estabas viendo desde el otro lado del río.

Sin embargo, el comercio exterior es fundamental. Claro, pero desde otras premisas. El comercio como factor de desarrollo en el caso africano ha fracasado. Porque el comercio internacional ha sido concebido según las reglas de los ricos y para los ricos en detrimento de los africanos y de los pueblos del sur. En sí el comercio, tal y como lo organiza la Organización Mundial del Comercio, impone las mismas reglas a socios totalmente desiguales. Cuando hablan de la famosa teoría de las ventajas comparativas –y ahora competitivas–, es cruel. Es cruel porque no estamos intercambiando lo mismo. Unos están vendiendo sus bienes de equipo y otros sus materias primas, unas materias primas que desde hace 100 años son cada vez más baratas y unos bienes de equipo cada vez más costosos. Un intercambio desigual lleva al desarrollo desigual.

Tampoco los dirigentes africanos han ayudado mucho… Desde luego. ¿Por qué ha fracasado la cooperación al desarrollo? Hay responsabilidades externas e internas. Porque los dirigentes africanos han dedicado los fondos recibidos a la corrupción. Raras veces a la lucha contra la pobreza. Mejor dicho, para mantener una administración pública pletórica y para mantener las redes neopatrimoniales y clientelares. Y los donantes del norte, los que vienen a desarrollarnos, han dado prioridad a sus intereses económicos, comerciales y geopolíticos.

¿Responsabilidades compartidas? Sería totalmente deshonesto responsabilizar exclusivamente a Occidente de los fracasos del continente africano. Un análisis objetivo y equilibrado debe poner de manifiesto los factores históricos, tipo esclavitud, tipo colonización, y actuales, la mala gestión de muchos dirigentes africanos. Esos factores externos e internos, estructurales y coyunturales, son los que permiten comprender la situación de África.

Y a partir de ese análisis, ¿cuáles son las medidas a tomar? Repito que cambiar todo el modelo de producción. África ha fracasado por seguir siendo un continente de materias primas. Ningún país en el mundo se ha desarrollado a partir de las materias primas o de la ayuda al desarrollo, que pueden ser solamente paliativos. Se ha cometido el grave error de dar prioridad en el desarrollo de África a estos dos aspectos, que han conducido a la maldición de las materias primas. Porque se ve claramente en los países más ricos en materias primas como Angola, Nigeria, Guinea Ecuatorial, la República Democrática del Congo. Estas materias primas, desde el petróleo o los diamantes hasta el coltán, en lugar de contribuir al bienestar de la población, a la mejora de las condiciones de vida de la población, se han convertido en la fuente de sus desgracias. Es decir, del mal gobierno, de exclusiones, desigualdades, de la corrupción, de guerras, de golpes de Estado. Por lo tanto, no se debe seguir con este mismo modelo, por eso hay que emprender una labor de ruptura. Para el siglo XXII se imponen rupturas a todos los niveles. Mientras no se produzcan estas rupturas, ¿de qué estamos hablando?

Si se hacen bien las cosas, África será en un siglo un continente emergente

Por ejemplo… Hay que romper la estructura que nos han impuesto de un Estado jacobino que ha estado en guerra permanente con su sociedad. De ahí la prioridad de descentralización, que consiste en fomentar las iniciativas locales y el respeto del pluralismo étnico y cultural. Y ello debe ir también de la mano del federalismo interno. ¿Por qué no crear Estados multiétnicos? Al tiempo, sin que por ello haya contradicción, habría que crear grandes espacios de soberanía política y económica. La única solución para que África sea un continente equiparable a los demás en el siglo XXII pasa por lograr en el ámbito local la descentralización, y en el internacional, el federalismo externo para convertir a África en una potencia mundial. Hablo en este capítulo particular como panafricanista, o mejor, como neopanafricanista, un panafricanista supranacional convencido.

¿Significa eso que habría que cambiar las fronteras? ¿Por qué no? Si son solo fronteras coloniales que añaden el insulto a la injusticia. ¿Por qué no se pueden revisar? A los 60 años de las independencias, África camina más hacia la desintegración que hacia la integración. Es totalmente inadmisible. Máxime, cuando ningún Estado africano posee la población ni los recursos suficientes para conseguir el imprescindible desarrollo nacional. Incluso países como Nigeria, que es el quinto productor mundial de petróleo. La República Democrática del Congo era un prodigio en recursos minerales y agrícolas. Y ni siquiera estos países pueden pretender un desarrollo autónomo. La lógica más elemental consiste en ver lo que ha ocurrido en Europa. Los países más ricos del mundo se han unido y África no puede permitirse el lujo de presentarse con sus 54 Estados balcanizados, producto de la colonización. En el siglo XXII hay que presentar un frente común: los Estados Unidos de África. Sé que puede ser utópico. Pero prefiero la utopía a un realismo de derrota.

Nos dejamos atrás la educación. La crisis africana antes que económica, antes que política, es la crisis de la educación. Le hablo como un profesional de la educación, he dado clase en primaria, en secundaria y en la universidad, y he vivido el drama de los educadores en el continente. La educación conoce en África cuatro principales desequilibrios. El primero se da entre las ciudades y las zonas rurales. Todas las escuelas, el 80% o el 90%, están concentradas en las ciudades en detrimento del mundo rural, donde vive la mayoría de la población. Segundo desequilibrio, se dio prioridad, sobre todo con el programa de Robert McNamara, en los setenta, a las universidades en detrimento de la enseñanza básica. Tercero: a la escuela van más chicos que chicas. Y un cuarto desequilibrio es que se enseñaron más las lenguas extranjeras que las lenguas locales. Nunca se ha definido el tipo de persona, el tipo de sociedad que se quiere crear. Por lo tanto, se están fabricando lo que he llamado los desempleados formados, los desempleados intelectuales. Se está produciendo para un mercado que no existe porque se ha mantenido fundamentalmente el tipo de educación colonial. Todo pasa por un modelo que debe dar prioridad a lo local. Se precisa una educación adaptada a las necesidades y aspiraciones locales.

Gorka Lejarcegi

¿Pero cree posible que África pueda tener en el siglo XXII altos niveles de investigación y desarrollo? Parece un sueño hablar de I+D cuando se ha descuidado tanto la educación. Porque existe, además, otro desequi­librio: se estudia poco ciencias o ingenierías. África necesita ingenieros, técnicos, pero se han construido muy pocas escuelas de ingeniería y ahora, para el siglo XXII, es otro desafío más. Un problema añadido es que en África, desgraciadamente y eso me preocupa para el futuro, estamos asistiendo no solamente a lo que se ha llamado la fuga de cerebros, sino también a la expulsión de cerebros. Porque es muy llamativo ver que hay más científicos africanos en Estados Unidos que en el propio continente. Hay más médicos angoleños en Portugal que en Angola. Más médicos de Malaui en Gran Bretaña que en Malaui. Se trata de convertir esta pérdida de cerebros en la rentabilidad de cerebros, favoreciendo las condiciones de trabajo para lograr que esos cuadros en los que se gastó muchísimo dinero para la formación reviertan esos beneficios en sus países de origen.

La emigración de jóvenes africanos es tremenda. Sí, claro, porque no les ofrecemos oportunidades. Los desequilibrios, estos desequilibrios entre los dos polos, ¿no?, desequilibrios económicos, desequilibrios demográficos y desequilibrios de situaciones democráticas que hacen que África se haya convertido prácticamente en un infierno, que expulsa a sus propios hijos hacia una Europa que se hace cada vez más atractiva. Pero también es cierto que África ha sido siempre un continente emigrante, un continente donde las inmigraciones africanas son más horizontales que verticales. Se producen dentro del propio continente, donde hay 40 millones de migrantes y refugiados, mientras que los países de la OCDE apenas si reciben cuatro millones. Países como Costa de Marfil o Sudáfrica son de los que más inmigrantes reciben en el mundo.

¿Confía en un mundo mejor para África en el siglo XXII? Sin guerras, sin hambre, sin esas emigraciones masivas… Confío muchísimo, soy un hombre con fe, un afrooptimista. Creo que lograremos volver a tener el destino en nuestras manos, sabremos encauzar a esa prodigiosa fuerza que es la juventud, y podremos utilizar las enormes riquezas de nuestro continente, ese 33% de los recursos naturales del mundo que se encuentra en nuestras tierras para el beneficio de África y los africanos. Así es como tenemos que acabar con las guerras, el hambre y las emigraciones masivas.… Estoy seguro de que esa África volcada en potenciar sus numerosos valores tiene mucho, mucho futuro.

elpaissemanal@elpais.es

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