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ZONA FANTASMA
Columna
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Soldados sin riesgo

Las intenciones del Daesh están anunciadas desde el principio y son meridianas: si por sus miembros fuera, llevarían a cabo el mayor genocidio de la historia

Javier Marías

Desde las matanzas de noviembre en París, en España ha habido una abundante ración de reacciones y declaraciones pintorescas por parte de políticos, tertulianos ramplones (si es que esto no es una redundancia) y particulares que envían sus mensajes a la prensa o a las redes sociales. Lo raro es que aquí alguien guarde silencio, por falta de opinión formada, por perplejidad, por prudencia, por dudas, por no tener nada que aportar. Lo habitual es que a todo el mundo se le llene la boca en seguida y, con gran contundencia, empiece así: “Lo que hay que hacer es …”, o bien: “Lo que en ningún caso hay que hacer es …” La ufanía con que los españoles dictaminan es aún más llamativa si uno escucha a los dirigentes extranjeros mejor informados o lee a los analistas (también casi siempre extranjeros) que parecen tener alguna idea fundamentada sobre el problema: no se ponen de acuerdo, no ven con claridad qué es conveniente y qué contraproducente, un día recomiendan una alianza y al siguiente se retractan, o proponen una estrategia que dos semanas después han ­de­sechado. Me imagino que los jefes del Daesh o Estado Islámico se deben de estar frotando las manos al contemplar el desconcierto.

Hay quienes exigen a los occidentales que no entren en guerra, lo cual resulta imposible cuando alguien nos la ha declarado

No seré yo, por tanto, quien lance otra opinión. No tengo ni idea de qué es lo más adecuado para combatir y derrotar a esa organización terrorista que, a diferencia de las anteriormente conocidas, ha ocupado territorios, gobierna en ellos con puño de hierro, somete a millares de personas que no han podido huir de sus garras y les cobra impuestos, posee instalaciones petroleras con las que comercia, un ejército en regla y un aparato propagandístico que ya quisieran para sí muchas multinacionales y que sería la envidia de Goebbels si éste levantara cabeza para admirarlo. Si los nazis lograron lo que lograron en los años treinta, cuando no había ni televisión, da escalofríos pensar lo que pueden conseguir hoy las campañas de captación y persuasión eficaces y bien organizadas. Y si éstas, hace ochenta años, convirtieron en asesinos o en cómplices de asesinato a la gran mayoría de los pueblos alemán y austriaco, y a buenas porciones del húngaro, el croata, el italiano, el español, el polaco y demás, no cabe descartar que el Daesh siga reclutando militantes y simpatizantes: hay que aceptar que las atrocidades atraen y tientan a numerosos individuos y que así ha sido siempre, al menos durante los periodos de fanatismo, enloquecimiento e irracionalidad colectivos, muy difíciles de frenar. Las intenciones del Daesh están anunciadas desde el principio y son meridianas: si por sus miembros fuera, llevarían a cabo el mayor genocidio de la historia, y acabarían no sólo con los “cruzados” (es decir, todos los occidentales), sino con los judíos, los yazidíes, los kurdos, los chiíes, los ateos, los laicos, los variados cristianos, los demócratas, los que fuman, oyen música, juegan al fútbol … En fin, sobre la tierra sólo quedarían ellos, con los pocos que sobrevivieran a su carnicería como esclavos, las mujeres no digamos. Punto. Así que ignoro qué hay que hacer, y aún más cómo. Pero de lo que no me cabe duda es de que han de ser combatidos y derrotados, antes o después.

Entre las declaraciones pintorescas de nuestros compatriotas algunas destacan por su cretinismo, antigua enfermedad que misteriosamente, y desde hace ya lustros, se ha hecho epidémica entre la falsa izquierda que nos rodea. Hay quienes exigen a los occidentales que no entren en guerra, lo cual resulta imposible de cumplir cuando alguien nos la ha declarado y empezado ya. Otros proponen “diálogo y empatía” con los terroristas, como si éstos estuvieran dispuestos no ya a hablar de nada, sino ni tan siquiera a escuchar, o pudieran aceptar pactos de ningún tipo. El genocida declarado, se debería saber a estas alturas, sólo admite aniquilar. Finalmente Pablo Iglesias, ante la posibilidad de que España enviara más tropas a Malí para ayudar allí a Francia, lo ha desaconsejado con la siguiente y preclara advertencia: “Ojo, que nuestros soldados podrían volver en cajas de madera”. ¿Ah sí? Es como si el susodicho recomendara no llevar a los bomberos a sofocar un incendio porque pueden volver quemados; ni a los policías a impedir un atraco o un secuestro porque pueden ser tiroteados; ni a los pilotos a volar en helicópteros y aviones porque se pueden estrellar. Nadie desea que les ocurra nada a soldados, bomberos, policías y pilotos (y además merecerían mejor remuneración), pero la ­única manera de asegurarse de ello es que no existan, que no los haya. Lo que carece de sentido es tener un Ejército para que nunca intervenga ni corra riesgos, como disponer de una policía y unos bomberos que permanezcan acuartelados en las emergencias. En España ha llegado a creerse que las tropas están para labores humanitarias y nada más. Si así fuera, nada impediría que el Daesh desembarcara en la península como si estuviéramos en el siglo VIII. Me pregunto qué haría entonces Iglesias si fuera Presidente. Es probable que ordenara a los soldados no hacer frente a los invasores, no fuera a ser que regresaran de sus misiones en ataúdes. Claro que, en este caso, lo más seguro es que la población entera quedara decapitada y sin sepultura en los amenos campos de España. Porque desde antiguo es sabido que los ­sarracenos (nada peyorativo en este término: consúltese el diccionario) se han cuidado poco o nada de los cadáveres de sus enemigos infieles.

elpaissemanal@elpais.es

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