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Y el activismo inundó París

El 2015 cierra a lo grande con el acuerdo mundial por el clima en la COP21. Esta cumbre ha demostrado que la sociedad civil va por delante de la política. París se llenó de ciudadanos que abogan por el cambio de modelo productivo y la sostenibilidad

Lola Hierro
Activistas climáticos se manifiestan frente a la torre Eiffel el 12 de diciembre.
Activistas climáticos se manifiestan frente a la torre Eiffel el 12 de diciembre.ETIENNE LAURENT (EFE/EPA)

No todos los días unos ángeles se pasean por la plaza del Louvre ni un enjambre de paraguas decide tapar el cielo parisiense a pesar de que no llueva. No todos los días la pirámide de cristal pierde su histórico protagonismo. Hace dos semanas, medio centenar de personas desplegaron sus parasoles, negros como el petróleo que contamina mares y costas; como el que alimenta los cientos de miles de millones de vehículos que nos desplazan. Hace dos semanas, los ángeles desplegaban sus níveas alas para reivindicar una solución para el clima y para el hombre. Sucedió en París, a punto de que 195 líderes mundiales llegasen a un acuerdo para revertir el calentamiento global. Aún nadie sabía qué saldría de aquellas negociaciones, pero en la calle, una idea estaba clara: el pueblo quiere ser escuchado.

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París, ciudad protestona, de pasado reivindicativo, acogió una vez más un movimiento social de quienes no quieren ser nadies, como decía Eduardo Galeano. “No queremos que se normalice que las industrias tóxicas financien nuestro arte y nuestra cultura”, explicaba Chihiro Geuzebroek, activista holandesa que participó en la convocatoria de la plataforma Art Not Oil, la de los ángeles y los paraguas negros, para denunciar que empresas como Total y Eni estén financiando actividades culturales en el museo. La protesta transcurre pacífica en el exterior, donde los paraguas forman la frase "Fosil Free Culture", pero se saldará con 10 activistas arrestados por derramar melaza (como si fuera petróleo) en el suelo de mármol de la galería.

Durante las dos semanas que duraron las negociaciones en Le Bourget, la capital de Francia fue tomada por una marea de iniciativas ciudadanas que abogan por la construcción de un mundo más sostenible donde las energías fósiles ya no tengan cabida, donde las empresas que realizan actividades tóxicas para el planeta sean identificadas, señaladas y censuradas por el consumidor.

Le Bourget fue el cerebro del acuerdo firmado. Pero el resto de París resultó ser el corazón y el espíritu. En centros culturales, en hoteles, en librerías, en plazas, zonas verdes y hasta en las marquesinas de los autobuses, donde 70 artistas miembros de Brandalism Project (en inglés brand es marca y vandalism es vandalismo) sustituyeron 600 carteles de publicidad por otros que denunciaban la responsabilidad de muchas multinacionales con el cambio climático. "Sentimos mucho que nos hayan pillado", rezaba un poster falso de Volkswagen. Más de uno creyó que era un anuncio real.

No les ha temblado el pulso a los cabecillas del activismo climático a la hora de denunciar lo que no se ha hecho en la Cumbre, o lo que se ha hecho insuficientemente. Naomi Klein, autora del libro Esto lo cambia todo; Kumi Naidoo, representante de Greenpeace International; Bill Mc Kibben, fundador de la plataforma 350 grados.org; o Emma Ruby Sachs, directora ejecutiva de Avaaz, han sido los más mediáticos, pero no los únicos. Desde el primer día usaron su visibilidad para denunciar, por ejemplo, las limitaciones impuestas a las actividades paralelas a la COP21 tras los atentados yihadistas del 13 de noviembre en el centro de la capital, actos como la cancelación de la gran marcha por el clima del 29 de ese mes. "Son restricciones sin precedentes contra la sociedad civil", denunciaba Klein.

Ruby Sachs no se mordió la lengua para pedir públicamente que la ciudadanía se uniera a una caza muy particular: la de siete representantes de los grupos de presión de las energías sucias más insidiosos, presentes en la COP21. Un estudio publicado por Avaaz facilitó sus nombres y los retrató como “criminales climáticos” por viajar hasta París con la intención de debilitar el pacto global. “Los ministros deben escuchar a sus ciudadanos, no a aquellos que contaminan, y deben rechazar reunirse con los criminales del clima, cuya finalidad es hacer fracasar el acuerdo que necesita el mundo entero”. Con esta acción, más de mil carteles de SE BUSCA con los retratos de estos representantes fueron colgados en el exterior de varios hoteles de cinco estrellas en la capital francesa.

Activistas protestan frente al museo del Louvre en París para pedir qeu el museo cancele sus acuerdos de colaboración con petroleras el pasado 9 de diciembre.
Activistas protestan frente al museo del Louvre en París para pedir qeu el museo cancele sus acuerdos de colaboración con petroleras el pasado 9 de diciembre.Benoit Tessier (REUTERS)

En la cúpula, figuras mediáticas. En la base, actividades de menor repercusión pero intenso calado en quienes las siguen. Así ocurría en PlaceToB, a dos pasos de la Gâre du Nord. Albergue juvenil, restaurante comprometido —en sus menús figura hasta la huella de carbono que produce cada plato— y punto de reunión de activistas, emprendedores y, en general, personas preocupadas por el destino de la Tierra. Ofrecía un completo calendario de actividades, teatro, debates y proyecciones durante las dos semanas de la COP. En el sótano se pide silencio mientras se grababa una charla entre dos jubilados que destacan el papel de la tercera edad en la lucha contra el cambio climático. A los pies de ambos y sentados en el entarimado, un centenar de personas escucha con reverencia y aplaude las afirmaciones más contundentes.

Una animada algarabía envuelve la planta baja. Allí el restaurante y el espacio de coworking son uno y no queda un centímetro de pared, columnas o mostradores que no estuviera ocupado con pasquines informativos, posters y variopintas intervenciones artísticas. Es de noche en París y en una de las mesas, Othmane Zikrem y su compañero Souhad Zeineddine disfrutan de una cerveza tras una larga jornada de trabajo. Su labor es importantísima: con su empresa, Ekimetriks, han medido el impacto en las redes sociales de la Cumbre del Clima y la conversación que ésta ha generado entre los usuarios. "Hemos analizado más de siete millones de tuits desde el mes de septiembre en los que se incluían hashtags como COP21, Cop2Paris, GoCop21, EarthToParis, ClimateAction, ClimateChange, Action 2015 o Paris 2015", explica el primero.

Han dividido todo en cuatro apartados: los relacionados con los escépticos, con el acuerdo en sí, con las preocupaciones como los refugiados climáticos y los desastres naturales, y los negocios, es decir, todo lo relacionado con energías renovables. Lo encontrado es una elevada preocupación ciudadana por esta Cumbre, y en especial por el acuerdo, pues casi la mitad de los tuits se referían a él (un 47,7%). Más de un tercio (36%) mencionaba tecnologías limpias que podrían contribuir a mitigar el calentamiento global y un 16,3% se preocupaba por los efectos de este fenómeno. Estos números llevan a Zikrem a reafirmar su optimismo: "La gente se ha volcado con la Cumbre, la preocupación es real".

A unas mesas de distancia, un grupo de españoles observa con curiosidad el local. Acaban de llegar a París después de un viaje de 14 horas en autobús. Proceden de Barcelona, Alicante, Cádiz, Madrid y Santiago de Compostela, y son voluntarios de Manos Unidas seleccionados por la ONG para asistir a los últimos días de la COP21. Su emoción no puede ser mayor y su determinación, tampoco: "Hay que presionar para que se produzca un acuerdo que haga que los gobernantes se mojen porque, si no, no vamos a lograr nada", afirma Fran Asensi, alicantino. "Es importante que las organizaciones entren en el terreno de la política para ejercer una presión real que nos pueda llevar a decir: 'a usted no le voto porque no está teniendo el cambio climático en cuenta", subraya Javier Fornell, de Cádiz.

Fran comparte el optimismo de muchos ciudadanos: "Aunque los políticos no lleguen a un acuerdo, el hecho de haber movilizado tanto ya es un paso; el haber logrado en Madrid una marcha con 20.000 personas, algo que nunca antes había ocurrido, dice mucho". Su compañera Natalia Lázaro, de Barcelona, ejemplifica la otra cara de la moneda. "Las decisiones que acaben tomando los líderes van a responder, como siempre, a los intereses económicos y políticos, no decidirán por lo que nosotros hagamos", se lamentaba. "Pero nosotros, con nuestros hábitos de consumo, tenemos que lograr que las empresas que se lucran con prácticas perjudiciales para el medio ambiente dejen de obtener tantos beneficios; para eso debemos reducir el consumo de determinados productos como el papel procedente de talas indiscriminadas", le responde Inés Calvo, de Santiago de Compostela.

Debates como el de los voluntarios españoles se reprodujeron por toda la ciudad, como en la Zona de Acción por el Clima, un espacio habilitado en el centro cultural Centquatre, a medio camino entre la Gâre du Nord y Le Bourget, donde durante la última semana de la COP21 tuvieron lugar más de un centenar de actividades por parte de organizaciones medio ambientales y de ayuda al desarrollo de muchos países. Entre ellas, Ecologistas en Acción, que eligió este escenario para presentar un informe que denuncia que España ha perdido el 20% de su agua dulce en los últimos 25 años. La rueda de prensa se celebra en un lateral de la nave central: con unas cuantas sillas y un micrófono, el evento está montado. En un quiosco a pocos metros, una chica rubia vende hamburguesas ecológicas. En otra de las salas, el duo germano argentino Yvonne Emig y Roberto Barcena, de Lüneburg, llevan a cabo su espectáculo de ProtesTango, con el que dan un nuevo sentido a esta danza argentina. Y en otra más, de manera simultánea, la Global Forest Coalition imparte una charla sobre la lucha contra la producción industrial de productos animales.

Quienes llegan a París con intención de empaparse de activismo y de emprendimiento climático no se perdieron la zona verde de Le Bourget, accesible a todos los públicos sin necesidad de acreditación. Durante toda la cumbre se sucedieron infinidad de presentaciones y charlas de la más diversa índole. Desde la organización que explicaba cómo se está reforestando la Guyana francesa hasta una agrupación de indígenas de la Amazonía que reclamaba allí fuera que su Gobierno les deje gestionar más hectáreas de selva para poder protegerla de la tala ilegal, de la industria petrolera y de la del aceite de palma. "Nosotros custodiamos ya ocho mil millones de hectáreas, y allí no pasa nadie, pero queremos que nuestro país nos entregue la carta de propiedad de otros 12 mil millones para poder proteger la selva en condiciones", reclamaba George Cuñachi, de la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana, que destacaba entre el gentío por el adorno de plumas que corona su frente. "El mismo Gobierno que está ahí dentro [en las negociaciones] defendiendo nuestros intereses es el mismo que permite que la Amazonía sea destrozada porque deja actuar a multinacionales de gas, de petróleo, madereras... Alegan que son inversiones necesarias para el país", denunciaba.

Y llegó el acuerdo

París ha recibido un baño de activismo durante las dos semanas que ha durado la Cumbre.

Y llega al último día con nervios, con esperanza, con miedo también.

Hasta el último momento no se decide qué acción realizar para poner el broche final a las reivindicaciones ciudadanas. La manifestación prevista antes de los atentados ha sido suspendida, igual que la inicial, y hay muchas dudas y muchos rumores, pero pocas certezas. Un día antes, se despeja la incógnita con un llamamiento masivo (y autorizado) a los ciudadanos para acudir al Arco del Triunfo y La Défense, en el distrito financiero, para alertar de un acuerdo que, antes de aprobarse, se intuye insuficiente. La nota de color, unas kilómetricas cintas rojas que representan las líneas de ese tono cromático que no deben traspasarse en las negociaciones.

Llega el 12 de diciembre, hay acuerdo y París se pronuncia en la calle. A la convocatoria de La Dèfense se une la de la Coalición por el Clima, una plataforma que aglutina a 130 organizaciones medio ambientales movilizadas para la COP21. Consigue reunir a 20.000 personas bajo la Torre Eiffel, en los Campos de Marte, para formar una cadena humana y declarar el estado de emergencia climática. Esta misma organización es la que, desde las nueve y media de la mañana de este 12-D, manda a varios equipos de personas a conquistar las calles de París y lanzar en redes sociales el mensaje "Climate Justice Peace" (Justicia climática para la paz) adjuntando su geolocalización. Se apuntan 3.000 ciudadanos que dejan su huella en 1.152 lugares de la ciudad.

Hay diversidad de opiniones ante un acuerdo que los líderes mundiales califican de histórico. Los periódicos y televisiones muestran imágenes de jefes de Estado y de Gobierno alzando las manos en señal de triunfo, muy sonrientes. Sin cantar victoria, Avaaz celebra que se ha logrado arrancar una aportación de al menos 100.000 millones de dólares de financiación para que los fondos sigan fluyendo hacia los países más pobres después de 2020 y la promesa de reunirse cada cinco años para revisar los objetivos y hacerlos más ambiciosos. Lo mismo Kumi Naidoo, que no está orgulloso pero destaca que el texto coloca a las energías fósiles "en el lado malo de la Historia".

Los insatisfechos, en realidad, son muchos. Desde Oxfam Intermon, por ejemplo, se califica como "hito" que 195 países hayan logrado ponerse se acuerdo pero recuerdan que el pacto resultante "no asegura lo necesario para evitar que el calentamiento global llegue a tres grados, ni ofrece la ayuda financiera para que las comunidades más vulnerables se puedan adaptar a unos patrones climáticos cada vez más erráticos y extremos". Coincide Ecologistas en Acción, que además denuncia que el texto no contempla las emisiones generadas por el transporte aéreo y marítimo, abre la puerta a trucos contables en el cálculo de las emisiones y deja sin amparo luchas como la desinversión en combustibles fósiles y el freno del fracking. Amigos de la Tierra, por su parte, critica que los intereses en las energías sucias de países como Arabia Saudí, Polonia o Argentina desvirtúan el objetivo general del acuerdo y Manos Unidas advierte que se deja de lado a los más vulnerables.

Muchas pancartas reunidas en el centro de París lanzaban un mensaje para la continuidad: "Esto no es el final, es el comienzo". La sociedad vigila, la sociedad opina, la sociedad quiere formar parte de la toma de decisiones y quiere aportar ideas: “La apuesta clara por energías renovables comunitarias, un cambio de sistema basado en un consumo justo, responsable y local, o la agroecología son algunas de las soluciones que continúan expandiéndose por el mundo entero de la mano de iniciativas ciudadanas", destacaba Alejandro González, responsable de Amigos de la Tierra. “Serán las personas quienes escribirán la historia, no los políticos”, es el lema de su organización, un eslogan que describe el sentimiento de cientos de miles de ciudadanos pendientes del futuro del planeta. De su planeta.

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Sobre la firma

Lola Hierro
Periodista de la sección de Internacional, está especializada en migraciones, derechos humanos y desarrollo. Trabaja en EL PAÍS desde 2013 y ha desempeñado la mayor parte de su trabajo en África subsahariana. Sus reportajes han recibido diversos galardones y es autora del libro ‘El tiempo detenido y otras historias de África’.

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