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Piedras que llovían del cielo

Hace un siglo, las caídas de meteoritos generaban espanto y turbación en las gentes así como expresivas crónicas en la prensa escrita local y nacional

Portada del diario La Época del 10 de febrero de 1896.
Portada del diario La Época del 10 de febrero de 1896.Archivo de la Biblioteca Nacional.

No es costumbre de todos los días ver caer una piedra del cielo, y menos acompañada de los fenómenos acústicos y luminosos correspondientes a estos sucesos. La caída de meteoritos es un proceso ocasional, imprevisible tanto en la fecha como en el lugar. Sin embargo, a pesar de que se trata de un suceso que con frecuencia se convierte en motivo de exposición – en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid (MNCN) se encuentra la más amplia colección de meteoritos caídos en España desde el siglo XVIII–, y de que también se realizan importantes estudios acerca de su impacto social e histórico, no se suele dedicar mucho espacio a contar las reacciones sociales producidas por estas caídas, gran parte de ellas ocurridas en épocas en las que la población de a pie prácticamente no tenía ningún conocimiento científico sobre la cuestión, y que por tanto suscitaron las situaciones más pintorescas.

Los meteoritos son testimonios del pasado remoto del Sistema Solar. Llegan a la Tierra después de recorrer durante millones de años incontables kilómetros en sus órbitas cósmicas. La mayoría tienen su origen en choques entre asteroides, aunque otros son restos de partículas dejados por los cometas a su paso o incluso proceden de la Luna o Marte. Al entrar en la atmósfera, debido al rozamiento y a la velocidad, se queman, y son visibles a unos cien kilómetros de altura (son las estrellas fugaces). Los más pequeños se volatilizan (se llaman meteoros), los de mayor tamaño atraviesan la atmósfera y caen a la superficie de nuestro planeta: son los meteoritos.

Desde el siglo X se registraron documentalmente en España más de cuarenta caídas de meteoritos. Las referencias a los fenómenos que se produjeron en las caídas fueron recogidas de forma desigual en cada caso. Son llamativos algunos de finales del siglo XIX y principios del XX, por los curiosos relatos de los que queda constancia en la prensa local y nacional de la época. Uno de los impactos que tuvo más eco social fue el sucedido en Madrid en 1896.

En un Boletín de la Institución Libre de Enseñanza de 1987, el investigador del MNCN Carlos Martín Escorza narraba cómo el suceso se produjo sobre las 9.30 horas del día 10 de febrero de 1896, “hallándose el cielo completamente despejado, y encalmado el aire”, según describía el periódico La Gaceta De Madrid del día siguiente. La temperatura en Madrid era cercana a los cuatro grados y medio, y la población advirtió lo que sucedió porque se produjo un vivo relámpago de luz blanca, azulada o rojiza, que iluminó intensamente toda la ciudad. Se oyeron detonaciones, se vio una estela y cayeron varios fragmentos de un meteorito –de tipo condrítico– en diversos lugares (en el MNCN se conservan varios fragmentos). Su distribución geográfica fue amplia, cayeron frente al Hipódromo (actuales Nuevos Ministerios), en la calle Serrano, en la Puerta de la Moncloa, en el Paseo de la Castellana, en el jardín del Colegio de las Ursulinas, cerca de la Fuente del Berro y en el Puente de Vallecas.

Son llamativas algunas caídas de meteoritos de finales del siglo XIX y principios del XX, por los curiosos relatos de los que queda constancia en la prensa local y nacional de la época

El impacto produjo una gran confusión en los vecinos de la zona y transeúntes, como refleja una crónica escrita por Matamoros el día siguiente al suceso en el diario La Época: “No teman mis lectores, si los tengo, que los hable más o menos científicamente del bólido, de las capas atmosféricas, de la substancia sideral y de todas esas cosas que, a la hora presente tienen sumidos en un mar de confusiones a los cocheros de punto, a las cigarreras, a las comadres de los barrios bajos y a todas esas gentes, en fin, que se pasaron el día de ayer mirando el cielo (...) y abandonando (...) las cosas de la tierra..."

También en el periódico La Vanguardia, el día 11 de febrero se narraban algunas anécdotas derivadas del acontecimiento, acaecidas en distintos edificios de Madrid, como la fábrica de tabacos, donde “[...] las operarias abandonaron el taller y salieron deprisa y tan atolondradamente, que al bajar la escalera, se hundió ésta [...]”; las distintas escuelas de la ciudad, Universidad, institutos, escuelas superiores y escuelas de primera enseñanza, en las que “[...] los alumnos comenzaron a dar gritos, de tal modo que cada uno de aquellos establecimientos estaba convertido en una Babel”; la iglesia parroquial de Vallecas, donde las monjas “mandaron llamar a los curas, suplicando que cerraran las puertas, porque había estallado la revolución…”. Tal y como este periódico resaltaba en su crónica, “como el fenómeno era en general desconocido del vulgo, la fantasía popular le daba explicación rara y se hacían los más extraños comentarios”, entre ellos echar la culpa al Gobierno y a la mala sombra del General Martínez Campos.

En la iglesia parroquial de Vallecas, las monjas “mandaron llamar a los curas, suplicando que cerraran las puertas, porque había estallado la revolución"

Otro caso destacado fue el ocurrido años más tarde, el 19 de junio de 1924, en Olivenza (Badajoz), descrito por el geólogo español Lucas Fernández Navarro en 1925 y plasmado por el propio Martín Escorza en su texto de 1987. A las nueve horas se observó, desde Talavera de la Reina hasta Écija, una estela blanca dejada por un meteoro. La posterior caída se produjo a unos seis metros de cuatro hermanos que recogían guisantes en un olivar, quienes no se percataron del fenómeno hasta que oyeron tres fuertes detonaciones, momento en el que alzaron las cabezas y vieron venir hacia ellos una masa enorme que ardía como una estrella, envuelta en humo blanco. Venía directo hacia ellos, pero ya estando muy cercana hizo un extraño giro, al que atribuyeron haber salvado la vida. El meteorito impactó y se partió en varios fragmentos, produciendo un agujero de medio metro de diámetro y casi igual de profundo. El total de la masa caída pudo ser de 150 kg. El diario pacense El Correo de la Mañana del 20 de junio, día posterior a la caída, mencionaba cómo “el paso del pequeño bólido fue la nota más interesante y el comentario que más apasionó al vecindario.”

La caída del meteorito de Olivenza se produjo a unos seis metros de cuatro hermanos que recogían guisantes en un olivar

Hoy en día sigue sin ser costumbre ver caer una piedra desde el cielo. Por eso, este tipo de incidentes siguen generando desasosiego y desconcierto en quien los vive, como evidencian multitud de testimonios de caídas de meteoritos recientes. Ocurre que, ya sea porque la cultura general de la población hoy en este ámbito es superior, o por lo llamativo que nos resulta el lenguaje y expresiones utilizadas en la prensa de entonces, estas crónicas de antaño sorprenden y, sin duda, conservan un regusto especial.

Gara Mora Carrillo es Licenciada en Astrofísica y Máster en Comunicación de la Ciencia. Actualmente, realiza trabajos de comunicación y divulgación científica para distintas instituciones, como el Observatorio Europeo Austral (ESO). Colabora con la Unidad de Comunicación y Cultura Científica (UC3) del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) en la gestión de sus redes sociales.

Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC)

Crónicas de AstroMANÍA es un espacio coordinado por el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), donde se publican relatos con el Universo como inspiración, desde anécdotas históricas relacionadas con la astronomía hasta descubrimientos científicos actuales. Un viaje literario por el espacio y el tiempo.

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