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La odisea de ser un elefante

Medio millón de ejemplares africanos y más de 50.000 asiáticos son una joya que los gobiernos están por fin dispuestos a salvar

Guillermo Altares
Elefantes africanos en la región namibia de Damaraland.
Elefantes africanos en la región namibia de Damaraland. Frans Lanting

Una manada de elefantes en libertad ofrece una de las imágenes más emocionantes de la naturaleza, una mezcla de fuerza, grandeza, inteligencia y solidaridad. Son unos animales increíbles no sólo porque se alzan como los seres vivos más grandes sobre la Tierra, ni por su famosa y descomunal memoria: los elefantes han desarrollado conciencia de la muerte —velan a sus muertos a veces durante días—, tienen la empatía suficiente para ayudar a los débiles y enfermos, utilizan herramientas para resolver problemas y hasta son capaces de detectar campos de minas. No resulta extraño que una de las historias más arraigadas de nuestra cultura sea la de Aníbal cruzando los Alpes con sus elefantes en su marcha hacia Roma durante la segunda Guerra Púnica. Desde entonces, estos animales se han quedado flotando en nuestra imaginación a través de libros, películas y leyendas, como los cementerios secretos de elefantes de los filmes de Tarzán, siempre codiciados por los malvados hombres blancos en busca del preciado marfil de sus colmillos.

La misma avaricia que simbolizaban los furtivos que querían saquear aquellos imaginarios cementerios ha sumido a los elefantes en una crisis sin precedentes. Nunca han despertado tanto interés ni ha sido tan evidente la importancia de compartir el planeta con ellos –han sido prohibidos por circos de Estados Unidos como Ringling Brothers and Barnum & Bailey; protagonizan novelas recientes como el último libro de la turca Elif Shafak The Architect’s Apprentice, Tim Burton va a rodar una nueva versión de Dumbo–; pero a la vez nunca nos hemos encontrado tan cerca de su desaparición en libertad. Muchos científicos piensan que se trata de una posibilidad real. Nadie cree que vaya a ser una cuestión de años; pero sí de décadas. Un estudio de la Academia de Ciencias de Estados Unidos, que se basa en datos del Convenio Internacional para la Protección de las Especies (CITES), asegura que en los últimos tres años han muerto 100.000 ejemplares a manos de furtivos y que la población total ha descendido un 64% en una década.

Estos animales son seres gregarios que se mueven en manadas de hasta 70 ejemplares

Toparse con elefantes en las sabanas africanas es una experiencia difícil de olvidar. En el parque nacional del Serengueti, las inmensas llanuras de Tanzania, alguna manada puede cruzarse con los vehículos de los visitantes. Suelen ser una decena. Los ejemplares más grandes van al principio y al final; en medio viajan las crías, protegidas por los adultos. Son gigantescos, imponentes –pesan hasta seis toneladas y pueden vivir 70 años–, pero su imagen es muy diferente de la que ofrecen en un zoo. Su comportamiento gregario muestra la grandeza de estos mamíferos: los elefantes de sabana viven en clanes que pueden alcanzar hasta los 70 animales, aunque normalmente se trata de manadas de unas 10 hembras de varias generaciones, con las crías. Los machos son más solitarios.

Noah Sitati, que trabaja en la conservación de elefantes en Tanzania para la African Wildlife Foundation, asegura que, después de observar a estos animales durante años, lo que más le impresiona es que “siempre recuerdan un lugar por el que han pasado. Poseen una memoria extraordinaria y también un modo de comunicación en una frecuencia que los humanos no pueden escuchar. Entierran y velan a sus muertos, igual que los humanos”, prosigue Sitati. Fiona Maisels, que ha investigado a los elefantes durante 20 años en las selvas de África Central y es asesora de la Wildlife Conservation Society, asegura por su parte: “Cada individuo es diferente, con su propia personalidad. Viven casi tanto tiempo como nosotros así que, cuando contemplamos a un elefante, nos encontramos ante un animal que atesora una larga historia de experiencias con las que construye su comportamiento. Una parte de este conocimiento está basado en las enseñanzas transmitidas por sus madres. Su delicadeza es también impresionante: pueden levantar pesos enormes con su trompa pero también agarran una fruta sin dañarla”.

La conciencia de la muerte se materializa en estos animales en una extraordinaria forma de solidaridad: las manadas cuidan de los enfermos y, cuando se encuentran un elefante muerto o fallece una cría, se paran todos, a veces durante días. Sólo le abandonan cuando empieza a pudrirse, pero entonces le echan tierra y hojarasca. “Son increíblemente inteligentes y los estudios han demostrado su capacidad para aprender, para la mímica, para comunicarse y para cooperar entre ellos”, asegura desde Nairobi Philip Muruthi, vicepresidente de conservación de la African Wildlife Foundation y uno de los mayores expertos mundiales en la defensa de los elefantes, que ha llevado este combate hasta el Foro Mundial de Davos. La revista The Economist contaba en julio que el Ejército de EE UU mantiene abierta una investigación relacionada con los elefantes: los científicos han constatado que no sólo son capaces de detectar y evitar los campos de minas en Angola, sino que advierten a otros elefantes cuando hay minas sembradas cerca.

“Lo que hay que hacer es dejarlos en paz”, señala el filósofo Jesús Mosterín, autor de libros como El reino de los animales y El triunfo de la compasión. “Uno de los problemas para su supervivencia está relacionado con supersticiones asiáticas, lo mismo que ocurre con los cuernos de rinoceronte. Se ha convertido en una gran industria. Pero no son los únicos problemas a los que se enfrentan: también padecen la reducción de su hábitat o los cazadores legales”. Una serie que se emite en EE UU, titulada Zoo, arranca con un cazador de rinocerontes en Botsuana –el otro gigante africano que puede desaparecer– y luego relata una rebelión general de los animales contra los humanos. La serie abunda en la sensación de que estamos llevando nuestro dominio sobre la naturaleza demasiado lejos, hasta rozar la autodestrucción.

Una manada de elefantes.
Una manada de elefantes.Frans Lanting

El número de elefantes ya había descendido en la década de los ochenta como consecuencia de la caza ilegal pero, gracias a la prohibición internacional de la venta de marfil en los noventa, las poblaciones se recuperaron. Sin embargo, el enorme crecimiento de la riqueza en China, principal importador de marfil ilegal, ha provocado una crisis sin precedentes.

Las mafias dedicadas a la caza furtiva y al tráfico de marfil han alcanzado una sofisticación hasta ahora desconocida. En Tanzania, la población ha pasado de 110.000 ejemplares en 2009 a 43.000 el año pasado. En total se calcula que entre las dos subespecies africanas –la de bosque, Loxodonta africana cyclotis, y la de sabana, Loxodonta africana africana– quedan entre 500.000 y 600.000 ejemplares, según datos del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), que mantiene que el siglo pasado entre tres y cinco millones recorrían todo el continente. Del elefante asiático, más pequeño y que puede domesticarse, quedan entre 50.000 y 60.000 ejemplares, cuando a principios del siglo XX existían más de 100.000. Ocupan sólo el 15% del territorio en el que habitaban entonces.

Fiona Maisels explica que “entre 2002 y 2011 han sido abatidos el 62% de los elefantes de bosque, lo que representa un 9% menos cada año”. Según la Wildlife Conservation Society, cada día unos 96 elefantes son asesinados en África: uno cada 15 minutos. Un mapa que compara el espacio que ocupaban los elefantes en este continente en la antigüedad, en 1975 y en la actualidad no deja lugar a dudas sobre su decadencia a causa de la intervención humana. Maisels prosigue: “Los elefantes eran comunes en Europa, Oriente Próximo, Asia Occidental, China y hasta América, aunque pertenecían a una especie diferente y los conocemos como mamuts y mastodontes. Habitaron allí durante 10.000 años, pero fueron exterminados por cazadores, como han demostrado estudios recientes. Más cerca de nuestra época los elefantes se han extinguido en varios países: Burundi, Gambia, Mauritania, Java, gran parte de China… En la mayoría de los países sólo se encuentran ya en parques nacionales muy protegidos”.

Una parte de su conocimiento está basado en las enseñanzas transmitidas por sus madres

La declaración de Londres contra el tráfico de marfil ya ha sido suscrita por más de 40 países y, lo que es más importante, China se comprometió en mayo a combatir de forma mucho más activa esta actividad. Interpol ha colocado en su lista de diez criminales más buscados al keniano Feisal Mohamed Ali, uno de los mayores furtivos del continente, del que se cree que opera desde Tanzania. Pero, más allá de todas las medidas políticas y policiales, ha cambiado la percepción de la sociedad, se ha instalado la sensación de que el mundo se enfrenta a un problema real y que los elefantes están en vías de extinción.

“No creo que ocurra, por lo menos durante nuestras vidas”, responde Fiona Maisels al ser preguntada sobre la posibilidad de que en el futuro sólo podamos ver elefantes en zoos o en espacios naturales muy reducidos –como ocurre, por ejemplo, con los bisontes en Europa–. “Sin embargo, lo que sí pienso que puede ocurrir es que acaben extinguiéndose de manera funcional. Me explico: que se maten tantos que ya no puedan hacer su trabajo como jardineros forestales. Los bosques y las sabanas sufrirán mucho”. El naturalista Carl Safina, experto sobre todo en océanos pero que también ha escrito sobre la relación entre los seres humanos y los animales en libertad, se muestra en cambio mucho más pesimista: “Han desaparecido del 90% del territorio que llegaron a ocupar en África. Y en Asia es peor”. “No podemos y no debemos imaginar un mundo sin elefantes salvajes”, asegura Philip Muruthi. “No son sólo iconos de los paisajes africanos, sino que desempeñan un papel esencial en nuestros ecosistemas. Muchas otras especies de plantas y animales desaparecerían con los elefantes. Y son clave en la economía y la cultura de las sociedades africanas. Atraen a un turismo que deja millones de dólares. Los elefantes pertenecen a África como una herencia extraordinaria e irremplazable”.

Su personalidad es tan fuerte que muchos ejemplares han tenido un nombre y una historia. Adrian Goldsworthy recuerda que entre los 37 elefantes con los que Aníbal salió de Cartago en el 218 antes de nuestra era, el que sobrevivió más tiempo fue Syrus, El Sirio, “al que Catón describió como el más grande y valiente de los animales”. “Seguramente se trataba de un elefante indio, ya que Siria estaba en aquella época controlada por los seléucidas, que tenían acceso a esos animales”, explica el historiador. Más recientemente, en 2014, la muerte de Satao, un elefante del parque nacional Tsavo (Kenia) que había sufrido varios ataques con flechas envenenadas –la nueva arma que utilizan los furtivos, porque los disparos les delatan–, provocó un duelo nacional.

Satao era un animal muy conocido por sus impresionantes colmillos. Tenía unos 45 años cuando falleció y estaba en la mitad de su vida. Actualmente, el zoo del Bronx ­–uno de los mejores del mundo– se enfrenta a una campaña de protesta por la suerte de Happy, una elefanta de 44 años y cuatro toneladas, que vive en soledad. El zoo depende de la Wildlife Conservation Society, que invierte millones en programas de conservación de todo tipo de especies, y decidió hace una década no mantener más elefantes en cautividad. Pero estos animales viven tanto que se han ido quedado solos. La historia de Happy puede convertirse en el relato de toda una especie.

elpaissemanal@elpais.es

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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