Crystal Palace, el edificio favorito del arquitecto Norman Foster
El prestigioso proyectista británico elige como predilecta una obra ya desaparecida de Joseph Paxton
"Me contaron una vez una historia sobre un reto. A un grupo de constructores les pidieron levantar una estructura de un millón de metros cuadrados en menos de un año. Sucedió a finales del siglo XX y aquellos hombres concluyeron que era imposible”. Norman Foster explica que fue entonces cuando les desvelaron que ese mismo reto lo había aceptado Joseph Paxton en 1850. “Un año después, concluía el Crystal Palace”.
Aquel palacio de cristal, levantado en Londres para la Gran Exposición Mundial de 1851, se convirtió en el mayor edificio del mundo. “Paxton solucionó el reto ideando un sistema constructivo que dibujó sobre un papel secante de color rosa”, detalla. El propio Norman Foster guarda una imagen de ese croquis. “Para poder construir su idea, Paxton desarrolló nuevas tecnologías. Las ideó mientras trabajaba de jardinero, construyendo invernaderos”.
Por eso, lord Foster elige un edificio favorito que, a pesar de no existir ya, ha determinado la historia de la arquitectura. Él, obviamente, nunca lo visitó. Permaneció abierto en Hyde Park durante un año y luego fue trasladado al sur de Londres hasta que se quemó en 1936, cuando Foster tenía un año. Con todo, lo califica de “fuente infinita de inspiración”. ¿La razón? “Su arquitectura celebraba la confianza en el futuro. Su espíritu idealista empujó los límites del diseño y la ingeniería”.
El autor de las estaciones y accesos del metro de Bilbao explica que los primeros planos para levantar el icono británico planteaban trabajar con 17 millones de ladrillos, una hazaña imposible con el presupuesto y el tiempo que tenían. “Fue entonces cuando Paxton propuso una alternativa revolucionaria, transparente y ligera, fácil de montar y económica”. Así, para Foster el Crystal Palace se inscribe en una tradición de pioneros, como Buckminster Fuller, que defendieron la importancia de hacer más con menos. Él mismo, como principal representante del high tech británico, tendría un puesto en esa estirpe.
Norman Foster
(Manchester, 1935) es el gran arquitecto global. Con más de 1.000 empleados, es autor de innovadores aeropuertos en Hong Kong, Pekín o Londres (Stanstead). Ha firmado rascacielos en Manhattan y Madrid, el Reichstag en Berlín, y el diseño de Masdar, ciudad sostenible en Abu Dabi.
El artífice del mayor aeropuerto del mundo, el de Pekín, recuerda que en su tiempo también el Crystal Palace fue mayor que cualquier otra construcción. Y necesitó una “ingeniería imaginativa” que minimizara el número de elementos y aligerara la construcción. Para ello se produjeron paños de vidrio de un tamaño nunca antes fabricado. “En tan solo ocho meses, 2.000 obreros los encastraron en un sistema racional y modular”. Al final la estructura se convirtió, por encima de todo, en el símbolo de una nueva manera de construir. Tanto es así que levantarlo fue un espectáculo: “La gente iba al parque a verlo crecer”. “Fue una hazaña efímera pero extraordinaria, hermosa, ligera y luminosa. Un ejemplo del que aprender”, opina el arquitecto.
El creador del viaducto francés de Millau –una proeza del siglo XXI en la que 3.000 obreros levantaron un puente de 2.460 kilómetros de longitud y 343 metros de altura sobre el río Tarn en cerca de tres años– considera que el Crystal Palace encarna, además, el mejor mecenazgo. “Lo hicieron posible la Real Sociedad de las Artes, el príncipe Alberto y la reina Victoria. Esa sociedad nació de otra que tenía por objeto fomentar el arte entre los fabricantes y los comerciantes”. Así, el Crystal Palace fue hijo de la unión entre una monarquía que creía en el progreso y una burguesía educada con ganas de transformar el mundo.
elpaissemanal@elpais.es
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