“Que ellos no se embaracen nos deja en desventaja"
Qué ocurre en una pareja cuando el hombre quiere un hijo y a la mujer le da pereza
Paula y Pablo (nombres ficticios) tienen ambos 37 años y llevan doce juntos. Una relación estable, en palabras de la propia Paula. "Aunque hemos tenido nuestros altibajos, la verdad es que somos una pareja bastante bien avenida”, comenta. Con un solo pero: ella no quiere tener hijos, al menos de momento, y a él sí le gustaría. Un conflicto que empieza a ser recurrente en muchas parejas. En este sentido, la psicóloga Violeta Alcocer apunta: “Antes ni se pensaba en todas las opciones que ahora vemos con más naturalidad. Influyen muchas variables, entre ellas la posibilidad de planificar el embarazo, pero la normalización de esta situación [féminas que no quieren ser madres] claro que tiene que ver con la lucha de las mujeres por ser escuchadas y respetadas”. Según el INE, las españolas son madres a una edad media de 31,6 años, y ha crecido el índice de mujeres que lo hacen más allá de los 40.
Pero, ¿cuáles son las razones para este retraso de la maternidad? Por un lado, obviamente, está la situación económica. “Ahora mismo", explica Paula, "nosotros no tenemos una estabilidad que nos permita siquiera plantearlo y supongo que a fecha de hoy, hay muchas parejas en nuestra situación. Da miedo pensar en embarcarse en un plan como este y que, de la noche a la mañana, te quedes sin empleo y sin sueldo. Ya lo he vivido y el hecho de no tener hijos nos ha dado la libertad de poder movernos de ciudad y de país. Supongo que esta es la razón que los demás entienden y que me da imagen de persona responsable. Pero eso no es todo, ni mucho menos. Este es tan solo el motivo que ha convencido a mi pareja para esperar a tomar la decisión”.
Muchas mujeres quieren acceder a la maternidad desde la seguridad de una vida más o menos estable Violeta Alcocer, psicóloga
Alcocer incide en este aspecto: “Muchas mujeres quieren acceder a la maternidad desde la seguridad de una vida más o menos estable: profesionalmente, desean tener un recorrido; económicamente, quieren disponer de recursos y afectivamente, prefieren sentirse sólidas y experimentadas. Hay una idea de fondo de querer vivir la maternidad en la mayor plenitud posible: no como un sacrificio o una carga más, sino como un regalo, una recompensa. Hace 40 años veíamos a nuestros padres prosperar y madurar casi desde cero. Ahora muchas parejas intentan ofrecer a sus hijos una vida en la que ya han logrado ciertas cosas: una estabilidad, una madurez…”. La doctora Isabel López Durán, ginecóloga, coincide: “Cada vez se retrasa más el momento de ser madres. No hay una única causa para ello. Pero el complicado acceso al mundo laboral y, especialmente a los puestos más altos, dificulta tomar la decisión”. Y apunta otro de los focos del problema: la dichosa conciliación: “Lo que es indudable es que, en la mayoría de los casos, la tan traída y llevada conciliación entre vida laboral y familiar está aún muy lejos de ser perfecta”.
Paula lo tiene claro: “Desde el momento en que el embarazo solo lo puede asumir la mujer, ya estamos en desventaja, ¿no? Pero es que basta con mirar alrededor. ¿Cuántas mujeres conoces que hayan dejado su carrera profesional por cuidar de sus hijos? ¿Cuántas piden reducción de jornada o trabajar desde casa? Y, ¿cuántos hombres?”. La psicóloga también observa esta situación tanto dentro como fuera de la consulta: “El problema estriba en que pese a que las creencias y las ideas han cambiado, las actitudes y las conductas no tanto. Por eso, ahora hay muchos hombres que se consideran modernos e igualitarios, pero que, en su gestión de la vida en pareja, no lo están siendo tanto, aunque crean lo contrario. Esto entraña un grave peligro porque se equiparan ciertas actitudes aún machistas a la normalidad, como que sea ella quien renuncie al trabajo o asuma más tareas domésticas, por lo que, sobre todo la gente más joven, piensa que eso es la igualdad”.
Hasta aquí, las razones justificables. Pero, ¿qué hay de todas las personales e inexplicables?, ¿de todos esos motivos que son cuestión de piel o de, simplemente, la falta de ganas? “En realidad, la razón que más me pesa es que la maternidad no es atractiva para mí", reconoce Paula. "No es cuestión de que no me gusten los niños. Ni mucho menos. Soy maestra. Trabajo con niños porque yo lo he elegido así. Me encanta mi trabajo, me lo paso fenomenal con mis alumnos. Sí me gustan, pero no quiero ser su madre, eso es todo. Pensar en lo que supone ser madre me da pereza, sinceramente. He vivido el proceso desde cerca –por amigos y familiares– y me parece todo un sufrimiento que me puedo ahorrar. Desde tener que recurrir a programas de fertilización si tienes problemas a la hora de quedarte embarazada a todos los trastornos hormonales y cambios físicos y vitales durante el embarazo; luego, el parto y su recuperación”.
Frente a este argumentario, Pablo esgrime el suyo: “¿Razones para tener hijos? Pues que es emocionante, todos los padres están -sin excepción- encantados. He compartido mucho con mis padres y me encantaría poder hacer lo mismo con mi hijo. Compartir el monte, el surf, los viajes, enseñarle el mundo... Que te quiera tu hijo tiene que ser precioso, y aún más compartir todo esto con mi esposa, con la que ya colaboro en todo, y con el resto de mi familia. También está la parte biológica, creo que querer tener hijos es algo pasional fuera de argumentos razonados. Es mejor no pensarlo, porque si barajas todos los inconvenientes, acabas no teniéndolos. Por este motivo convencer a Paula es complicado, porque su reacción emocional al asunto es de disgusto, ella solo imagina los vómitos del embarazo, el parto, los llantos del bebé y las conversaciones aburridas de otros padres sobre sus vástagos”.
La especie humana no está programada para reproducirse tan tarde. Hasta hace muy pocas décadas las mujeres empezaban a tener hijos mucho más temprano. De hecho, eso es lo que sigue pasando en la mayor parte del mundo, fuera de Occidente
Isabel López Durán, ginecóloga
¿Y dónde queda en todo este asunto el tan temido reloj biológico? Dice la doctora López Duran: “La especie humana no está programada para reproducirse tan tarde. Hasta hace muy pocas décadas las mujeres empezaban a tener hijos mucho más temprano [a los 28 en 1976, según el INE]. De hecho, eso es lo que sigue pasando en la mayor parte del mundo, fuera de Occidente. Y en nuestro medio, las mujeres lo saben. De hecho, a partir de los 35 años ya están inquietas, a lo que se suman la presión social, la presión familiar o el hecho de mirar alrededor y ver que amigas y compañeras de trabajo han sido capaces de llevar a cabo esa realización personal y que están realmente disfrutando de ella. Evidentemente, es una sensación muy perturbadora, pero no hay que perder de vista que es una realización personal. La maternidad es precisamente eso: personal e intransferible”. Paula dice no haber sentido nunca ese tictac biológico: “Evidentemente, el reloj biológico existe: a las mujeres se nos acaba el tiempo para concebir. Pero nunca he sentido la presión”. La posibilidad de embarazo por encuentro sexual disminuye hasta el 10% a partir de los 35, según María Graña, especialista en fertilidad de Zygos.
Y, para ellos, ¿también pasa el tiempo? “Se está comprobando que a medida que los hombres se hacen mayores existe mayor probabilidad de transmisión de alteraciones cromosómicas pero no se puede afirmar de forma rotunda", dice la doctora Ana Mª Puigvert Martínez, andróloga y codirectora de IANDROMS (Institut d’Andrologia i Medicina Sexual de Barcelona). “También es cierto que a partir de los 50 años los hombres pierden calidad seminal y, por lo tanto, capacidad reproductiva. Pero esto no quiere decir que exista un ‘reloj biológico masculino’ equiparable al de la mujer; ya que, en el hombre, no desaparece su capacidad fecundante, simplemente disminuye, pero se mantiene a lo largo de toda su vida”, prosigue.
En cuanto a las diferencias de instintos entre ellos y ellas, la ciencia no se pone de acuerdo, y de momento no hay investigaciones concluyentes que diferencien el impulso paternal del maternal, más allá de que la respuesta biológica de la mujer es mucho más potente tras el momento de dar a luz, según los especialistas consultados. Pero cuando esta desavenencia se instala en la pareja, no importa que sea ella, a consecuencia de su valentía o una injusta desigualdad laboral, la que se niegue a procrear, porque el deseo de la paternidad será en él lo suficientemente importante como para que toque negociar, como resume Violeta Alcocer: "Si se va a renunciar a ser padre o madre, es importante que sea a cambio de un proyecto en común, como un nuevo estilo de vida o un proyecto beneficioso para ambos. Pero también se puede negociar, acordando aplazar la decisión unos años o accediendo a la vitrificación de ovocitos para poder postergarla sin la presión de la edad".
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