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Para los achaques, bocadillo de mojito

La gastronomía se postula como una fuente de emociones, cuya abundancia redunda, según los expertos, en una mejor salud

Con cierta impaciencia, y bajo el techo gaudiniano del café de La Pedrera de Barcelona, esperan 25 comensales el inicio de la cena que sirve elBulliADN. Se les ha pedido rigurosa puntualidad. Y todo tiene cierto halo de misterio. Solo saben que lo que van a degustar son nueve platos que tienen que ver con un estudio sobre la relación entre comida y emociones, liderado por el profesor Jordi Quoidbach, del Departamento de Economía de la Universidad Pompeu Fabra, y en el que han participado investigadores de Harvard, con el profesor Michael Norton a la cabeza, y de la Universidad de Nueva York (NYU), con el profesor de Márketing Roberto Álvarez del Blanco. Los académicos tratan de despejar con este acontecimiento varias preguntas. ¿Una vida emocional más diversa tiene un impacto positivo para el cuerpo y la mente? ¿Preferimos este tipo de experiencias?

'Emodiversidad', ¿garantía de bienestar?

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El primer plato del menú provoca un sobresalto en el que se mezclan algunas dosis de diversión, nerviosismo y un escalofrío –literal– físico. ¿De qué se trata? De un bocadillo de mojito (helado) que los comensales deben tomar en un par de bocados. A continuación, cuando todavía el paladar trata de recuperarse del tembleque del bajón de temperatura, llegan los platos de jamón ibérico, caña de lomo y chorizo de la reputada casa Joselito. Estamos en el primer día del estudio científico y en el menú se entreveran la tradición (un peculiar, y a la vez de toda la vida, bocadillo de calamares o tiramisú) con la innovación y la sorpresa: una espuma de humo cuyo sabor debe ser parecido a engullir el que brota de una chimenea en pleno invierno; o un juego que consiste en adivinar las especias que dibuja una ruleta-reloj sobre el plato, desde la menta fresca hasta el anís estrellado molido o el grano molido de enebro. La visión de Ferran Adrià y la revolución que introdujo en su galardonado restaurante elBulli marcan la cena.

¿Pero qué tiene que ver esto con las emociones? Esta experiencia gastronómica busca conectar con los estudios del psicólogo Jordi Quoidbach, que, al abordar el asunto de la felicidad, ha conectado con el término emodiversidad o, lo que es lo mismo, la asunción de que la variedad de emociones (buenas o malas) repercute, positivamente, en la salud del sujeto. Conclusión: si los platos provocan sentimientos en los comensales, están redundando, de alguna manera, en su bienestar, más allá de las propiedades nutricionales de los alimentos.

En un estudio realizado a partir de dos grandes encuestas que valoraron la frecuencia de nueve emociones negativas y otras nueve positivas sobre más de 30.000 sujetos en Francia y Bélgica, realizado por Quoidbach y colegas de las universidades de Lovaina, Cambridge, la Libre de Bruselas, Colorado en Boulder y Harvard en EE UU, se llegó a las siguientes conclusiones: la variedad de emociones predice (y favorece) la salud física y mental. De hecho, aquellos que tras haber hecho el cuestionario tenían una nota superior en emodiversidad iban un 25% de veces menos a la consulta médica y desembolsaban de media 600 euros en gastos médicos frente a los 1.800 de quienes presentaban menor diversidad emocional. El profesor de márketing Roberto Álvarez del Blanco indica que el impacto positivo de un conjunto bien nutrido de estados de ánimo es tan alto como el de “una buena dieta o los hábitos de ejercicio físico”.

Ahora falta averiguar el porqué. “Estamos en ello”, explica Quoidbach. “Si en un día experimentas orgullo y también te encuentras de buen humor y, de pronto, recibes malas noticias, la alegría desaparecerá, pero permanece el orgullo. La analogía procede de la ecología y de la biología. Cuando hay muchas especies en un ecosistema y algo sucede, hay más oportunidades de que algunas de ellas sobrevivan”. Esto se debe a la resiliencia (capacidad para sobreponerse) y a la adaptabilidad, a la existencia de una información que indica de qué manera actuar ante la situación afectiva que se produzca. Por ejemplo, una exposición prolongada a un sentimiento de tristeza puede llevar a la depresión, según Quoidbach; pero si la tristeza viene mezclada con otra emoción como el enfado, hay menos posibilidades de que el depredador tristeza devore todo el ecosistema emocional.

Los individuos que tuvieron una nota superior en 'emodiversidad' iban un 25% de veces menos a la consulta médica, según un estudio realizado en Francia y Bélgica por varias universidades

Una persona puede cultivar una variedad de emociones con independencia de las experiencias que las induzcan. Quoidbach lo aclara: “En la vida hay emociones que no deseamos experimentar, pero hay que estar abiertos a ellas porque todas son útiles”. Así, estas funcionan como alarmas a las que se debería escuchar. El miedo nos alerta de un peligro ante el que deberíamos actuar para no resultar heridos, por ejemplo, o el enfado nos avisa de que vivimos una situación injusta. “No tratar de luchar contra las emociones puede repercutir en una vida más diversa y en una mejor salud”, indica el psicólogo. Etiquetarlas y llegar a los sentimientos que se encuentran dentro de ellas es otra manera de sostener la emodiversidad y lograr “una mayor inteligencia emocional, mejores relaciones con los demás o éxito en el trabajo”, argumenta Quoidbach. Así, por ejemplo, si una persona siente tristeza, ¿hacia dónde se inclina ese sentimiento? ¿Se relaciona más con la nostalgia o con el enfado? De las respuestas a preguntas como estas puede depender una vida más emodiversa y, por lo tanto, más saludable.

En el experimento relatado al inicio participaron 100 personas y se sirvieron cuatro menús diferentes, que se distribuyeron en igual número de días, detrás los cuales hay una verdadera ingeniería que pretende provocar un abanico de emociones. En dos de las cenas, según narra Quoidbach, se trató de inducir el sentimiento de sorpresa, junto con el de nostalgia y el confort, provocado por alimentos que recuerdan al hogar, la tierra o la familia. En las otras, la combinación de platos persiguió que los comensales sintieran una sola de esas emociones. “Nos preguntamos si la idea de emodiversidad se podía trasladar a la experiencia de consumo y a los negocios, al hecho de que la gente aprecie más las experiencias con más emociones”.

Álvarez del Blanco, que trabaja en la rama de neuromárketing (que aplica técnicas de las neurociencias al campo del márketing) vaticina: “Los resultados podrán iluminar nuevas conceptualizaciones en la dieta y mejores experiencias gastronómicas para los clientes. Los datos permitirán descubrir nuevos roles en el pensamiento creativo gastronómico y comprender en profundidad cómo el uso de las emociones puede transformar las experiencias de los consumidores”.

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