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El Pulso
Columna
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El espejo de la intolerancia

Leo que el Estado Islámico ha pretendido vender el cadáver de James Foley, el periodista estadounidense decapitado, a sus familiares

El ejecutor de James Foley.
El ejecutor de James Foley.

“Hay un libro emocionante de Stefan Zweig, Castellio contra Calvino, en el que se cuenta el enfrentamiento entre los dos teólogos, el tolerante y el fanático. “Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre”, escribió Castellio (en traducción de Berta Vias Mahou; Acantilado). “Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet no defendieron ninguna doctrina, sacrificaron a un hombre. Y no se hace profesión de la propia fe quemando a otro hombre, sino únicamente dejándose quemar uno mismo por esa fe”. Y también: “Buscar y decir la verdad, tal y como se piensa, no puede ser nunca un delito. A nadie se le debe obligar a creer. La conciencia es libre”. Castellio murió en 1563 en Basilea, poco antes de que Calvino, su implacable perseguidor, tuviera el placer de verle en la hoguera.

Desde la lectura de ese libro, pienso que el mundo es –entre otras muchas cosas– el escenario de una eterna lucha entre la tolerancia y la intolerancia. Uno, sentado en su sillón, encontraría increíble que alguien pretendiera obligarle a pensar esto o aquello, a no hablar con quien le plazca, a taparse la cara, a no poder amar a alguien de su mismo sexo… Hasta que se levanta, mira alrededor y ve que así se ha hecho la historia del mundo, entre los que quieren ser libres y los que quieren tiranizar. Que así se está haciendo.

Leo que el Estado Islámico ha pretendido vender el cadáver de James Foley, el periodista estadounidense decapitado, a sus familiares; leo que una ceutí, hermana de un suicida, le ha seguido a Siria y se ha casado con un tal Kokito, que se exhibe en Internet con las cabezas de sus víctimas; veo –no entero– un vídeo donde un niño, aleccionado por sus mayores, ejecuta de un tiro a dos rusos; leo que proyectan en una plaza pública el vídeo llamado La alegría de los musulmanes mientras arde el piloto jordano; un niño de unos ocho años de edad contempla la pantalla sonriendo y dice a la cámara: “Le habría quemado yo mismo”; leo que en Berlín, hace unas semanas, un imán predica: “Como dijo el profeta Mahoma, si un hombre invita a su mujer a la cama y ella se niega y decide dormir, los ángeles la maldecirán hasta que despierte. A la mujer no le está permitido excusarse, ni tampoco puede impedir que su cuerpo sea utilizado para darle placer a su esposo, incluso si está menstruando”; leo que, en la misma mezquita, otro imán oraba por los judíos: “No dejes a ninguno de ellos y hazles sufrir terriblemente”; leo que en Irak los yihadistas venden a unos niños como esclavos sexuales y crucifican a otros; leo que Abderrahmane Sissako se decidió a rodar Timbuktu, película nominada a los Oscar, al leer que una pareja con dos hijos había sido lapidada en Malí por no estar casados. Y dice: “Una minoría ha tomado al islam como rehén”.

Para bien o para mal, la actualidad puede durar siglos

Y es cierto. Como lo es que la lucha contra esa minoría deben encabezarla los propios musulmanes. Solo así se evitará estigmatizar a toda una comunidad religiosa, que es la que más está sufriendo este salvaje brote de intolerancia. Algunos lo están haciendo, personas como Sissako, países como Túnez: los castellios musulmanes brindan, en ese panorama terrible, una esperanza.

A veces, cuando escribes en un periódico, piensas: ¿esto seguirá siendo actual cuando se publique? Libros como Castellio contra Calvino te hacen ver que, para bien o para mal, la actualidad puede durar siglos.

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