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Columna
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Comer es cosa seria

El cliente tiene también parte de culpa cuando va a un restaurante si exige con educación

He leído con detenimiento el artículo El poder de la cocina ­vasca (6-7-2014) y en general me ha gustado como vasco y como gourmand que soy.

En general me ha gustado mucho el análisis del éxito de la cocina vasca, de cómo pasó de las mujeres que cocinaban en las mejores “casas” a los hombres que abrieron el espectro de preparaciones y técnicas. El recorrido por los distintos chefs de alto nivel y la idea de la sociedad gastronómica o txoko. Creo que ha faltado un recorrido por las elaboraciones más potentes del recetario, como el bacalao a la vizcaína, pilpil o club ranero, pasando por las chuletas y tortillas de bacalao de las sidrerías guipuzcoanas, las alubias de Tolosa y Gernika (solo se nombran de pasada) o esas maravillosas sopas tradicionales reinventadas por nuestros chefs una y otra vez y siempre con éxito.

Creo que, aunque sea un tópico, hay que decir que comer en el País Vasco es una cosa muy seria y la exigencia del público hace que un restaurante tenga que mejorar continuamente. El cliente tiene también parte de culpa cuando va a un restaurante si exige con educación. ¡Y funciona!

Población y basura

Cecilia Tajes. (Correo electrónico)

Leo El País Semanal de tanto en tanto. El domingo 6 de julio me topé con un largo artículo de Maite Nieto que habla sobre el negocio del reciclaje de residuos. Sin ser novedoso, por lo menos para nosotros, acá en Uruguay, no deja de aportar datos de interés. Pero en el correr de la lectura encuentro que la señora Nieto, con buen criterio, dice que los países ricos producen más residuos que los pobres, y que, por ejemplo, Ghana, Nepal, Uruguay, Mozambique e Irán son los países que menos residuos producen.

Sé que en Europa, a pesar del fútbol, de los jugadores estrella, de algún que otro premio Cervantes, de los emigrados y sobre todo inmigrantes españoles que ha recibido Uruguay desde 1724 hasta mediados de los años cincuenta (llevo tal vez un 75% de sangre gallega, como muchos de nosotros), nuestro país sigue siendo algo desconocido, y va en la bolsa de los países del Tercer Mundo, abominablemente pobres. Así que creo pertinente una aclaración.

Sí, Uruguay sin duda produce pocos residuos, no tanto por ser ¿pobres? (que sí, lo somos, como todos nosotros en este patio trasero, y no solo por haber sido también una colonia, sino por la implantación a sangre y fuego del neoliberalismo en los años setenta, dictaduras fascistas mediante), pero sobre todo y fundamentalmente porque apenas si somos tres millones de habitantes. Sería curioso en esas condiciones generar la misma cantidad de residuos que EE UU, ¿no les parece?

No soy chovinista, pero si vamos a hacer periodismo, hay que ser rigurosos.

No estamos para bromas

Cristina Calle. (Correo electrónico)

Leí el comentario de Javier Cercas en El País Semanal del pasado 6 de julio, al final del cual se disculpaba por su pesimismo. No le disculpo. Ni a usted ni a Rosa Montero ni a Javier Marías. ¡Qué domingo me han dado, por Dios! El uno, que si todo es un desastre; la otra, que si el agujero negro de Eladio; el tercero, que para qué venimos aquí sino a sufrir… Les aseguro que he visto obras de Víctor Hugo más animadas.

El pesimismo es una enfermedad contagiosa, una gangrena para la reflexión y la acción que es la que resuelve los problemas. Miren a Hitler, qué animado estaba siempre (ahora dicen que porque tomaba antidepresivos… en fin). ¿Es que vamos a dejar que sean este tipo de caracteres la imagen del entusiasmo y la determinación?

Y eso que empezó usted bien la columna: preguntándose “¿por qué?”, pero luego se me vino abajo y ya no remontó. ¿Necesita que vaya alguno de los lectores a levantarle el ánimo? ¿O una madre que le levante la persiana de un golpe y tire del edredón?

Yo les pediría (por pedir… ¿verdad?) que siempre que detecten un problema y tengan el acierto de preguntarse “¿por qué?” nos aporten un amago de solución, o que si se queda sólo en lamento, al menos, que nunca esté por debajo del nivel de Monthy Pyton en la última escena de La vida de Bryan (ojo a la reflexión final…). Pueden quedar ustedes tres y ver la peli compartiendo unas palomitas. Un saludo y que no sea nada.

Actos propios

Randa Medina (Bilbao)

En los últimos meses he leído varios artículos avisando sobre la influencia negativa de las redes sociales en nuestras relaciones. Después de leer Infelicidad digital, de Francesc Miralles (6-7-2014) en El País Semanal, no pude resistir fruncir las cejas.

Me hace gracia ver cómo apuntamos con el dedo índice al medio de moda cada vez que se detecta un cambio preocupante en la sociedad. Antes era la televisión; luego, las consolas; después vino Messenger, y ahora, las redes sociales. Antes de seguir con esta carta informo de que soy reacia al uso excesivo e inadecuado de las mismas y por eso estoy de acuerdo con los puntos que explica Miralles. Sin embargo, ¿realmente tienen WhatsApp y las redes sociales la culpa de nuestros comportamientos negativos? ¿O es simplemente una excusa para quitarnos de encima la responsabilidad de nuestros propios actos?

A mi parecer, los nuevos medios de comunicación no tienen la culpa de los conflictos interpersonales. Lo único que han hecho ha sido cambiar el aspecto de comportamientos nefastos como asumir cosas que no son, el cotilleo o los celos que, por cierto, llevan siglos entre nosotros.

La solución, por tanto, no está en reducir el uso de la tecnología o en repetir, cual loro, el peligro digital en nuestras relaciones interpersonales. La solución está en resolver de una vez el verdadero problema: la falta de responsabilidad.

El mundo hiere

Enrique Chicote Serna. (Correo electrónico)

No puedo estar más de acuerdo con el contenido del artículo de Javier Marías del domingo día 6 de julio, titulado El mundo hiere. También en la sociedad española actual la hiperprotección viene causando verdaderos estragos desde hace tiempo. No son pocos los padres y madres que, con el propósito de evitar cualquier tipo de malestar psíquico, por leve que sea, a unos hijos ya creciditos, les arropan hasta extremos ridículos. Pretenden alargarles el mundo de la gominola y la piruleta más allá de lo razonable y acaban criando adolescentes ñoños y endebles, que se incorporan a una sociedad de adultos donde no suelen abundar los escudos protectores.

En otro orden de cosas, es cierto que cada vez son más los temas y expresiones, antes de general aceptación, que ahora se incluyen en el índice de los que “pueden herir la sensibilidad”. Esperemos que no termine imponiéndose el pensamiento de encefalograma plano.

Propuestas demenciales

Antonio Nadal Pería. (Correo electrónico)

Escribe Javier Marías en el artícu­lo El mundo hiere que hay propuestas demenciales de borrar digitalmente los cigarrillos, habanos y pipas del celuloide. He visto en una cadena española de televisión (no recuerdo la cadena ni el programa) que borraban los cigarrillos de las personas que aparecían en pantalla, detalle que me pareció ridículo además de censor. Borran las caras de los menores de edad, borran los cigarrillos, ¿qué más borrarán? A este paso, la realidad a través de las pantallas grandes y pequeñas puede convertirse en una gran mancha, porque cualquier cosa que moleste a un colectivo puede convertirse en censurable si cunde este espíritu de moralidad estrecha y cinismo que nos invade y que suele coincidir con autoridades de derechas al frente del país y aumento de influencia de la Iglesia católica. Puestos a borrar imágenes, yo borraría los rostros de Rajoy, Aznar y Montoro cuando aparecen en nuestro hogar sin permiso en la televisión que tenemos enchufada. Sobre todo, borraría los rostros de los asesinos, dictadores y corruptos, escenas de guerra, de matanza y de niños hambrientos. También borraría los signos de ostentación de tantos a los que los problemas de la gente común les traen sin cuidado. Pero no, es mejor tener los ojos bien abiertos y contemplar todo lo que existe en este mundo, lo bueno y lo malo. No podemos hacer borrón y cuenta nueva, cerrar los ojos a la realidad.

¿No hay gente íntegra?

Carlos Cámara. (Correo electrónico)

Estimado señor Marías, con la renuncia al trono del anterior rey, yo fui de los que empezó a clamar por una consulta popular para decidir sobre Monarquía sí o no. Han pasado casi cuarenta años del anterior reinado y creo que podríamos tener la ocasión de decidir si continuar con un nuevo rey o no. Creo que, visto lo visto, es una consulta que los no monárquicos perderíamos, pero por los menos tendríamos la ingenua impresión de que nuestra opinión cuenta. Pero fue leer su artículo (22-6-2014) y acabar con una temblera, ya que más o menos usted presentaba un panorama en el que si no cargábamos con Felipe VI, la opción sería Aznar, Aguirre, Felipe González… Dios mío, ¿es que no hay nada más…? ¿No encuentra en este país gente íntegra que fuese un presidente de la República que viniese a servir a su país y no a servirse…? En definitiva, mejor un rey ajeno a intereses ideológicos o partidistas que un político con todo lo negativo.

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