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EL PULSO
Columna
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Tener y no tenerlo

En el aeropuerto de Luxemburgo están por inaugurar 22.000 metros cuadrados provistos con todo tipo de cajas fuertes

Martín Caparrós
La obsesión de los ricos por mantener sus riquezas le hace separarse de sus posesiones.
La obsesión de los ricos por mantener sus riquezas le hace separarse de sus posesiones.Peter Bader Heinz (Reuters)

Se quejan de que tener está mal visto y que es, incluso, peligroso. Ricos y riquísimos se sienten incómodos en su propio mundo, amenazados. El tema de la desigualdad se ha vuelto un estandarte de estos días: lo sostienen libros, artículos, gritos en la calle y esas cifras que muestran cómo, en los últimos años, los millonarios se guardan más y más. Un informe reciente de Oxfam dice que casi la mitad –el 46%– de la riqueza del mundo está en manos del 1% de sus habitantes, y el resto queda para el resto. O, dicho de otra manera: 70 millones de personas acumulan la misma riqueza que los otros 7.000 millones. O, también, según el mismo informe: los 85 ricos más ricos del mundo –78 hombres, 7 mujeres– tienen más dinero que los 3.500 millones más pobres.

Nada de eso los hace más queridos. Preocupados, molestos, vuelven sus casas fortalezas, pero no les alcanza con los sistemas de seguridad, los guardianes privados y públicos, las cárceles repletas: cada vez más multimillonarios deciden separarse de sus preciadas pertenencias. En casa –en cualquiera de las casas–, un cuadro, por ejemplo, estaría sometido a riesgos varios: los ladrones, claro, pero también un incendio o un terremoto o una insurrección o los impuestos. Poseer, ahora, para algunos, no es poseer; es, si acaso, saber que poseen.

Es, también, un negocio: fortalezas segurísimas se ofrecen para guardarles los juguetes. Son construcciones hipermodernas, cada vez más inexpugnables, más sofisticadas. En el aeropuerto de Luxemburgo, sin ir más lejos, están por inaugurar una de punta: 22.000 metros cuadrados provistos con todo tipo de cajas fuertes, salas fuertes, bodegas fuertes para 750.000 botellas y grandes salones de recepción y exposición decorados con maderas nobles y, faltaba más, esculturas al tono.

“El Luxembourg Freeport va a ser único en su tipo en la Unión Europea, el lugar perfecto en el corazón del continente para guardar lo más valioso”, dice su propaganda. “Son instalaciones destinadas sobre todo a albergar obras de arte cuya pérdida sería una tragedia para la humanidad”, dice su director ejecutivo, David Arendt. Estos últimos años las inversiones financieras tuvieron algunos problemas –que sí salieron en los diarios–; los que nunca terminan de tener problemas se volcaron, entonces, al mercado del arte. Los precios subieron como espuma: el mes pasado, las ventas de Sotheby’s y Christie’s en Nueva York superaron los 1.500 millones de dólares –unos 1.100 millones de euros–, récord de récords. El problema es dónde esconder tanta belleza.

Para eso, el fuerte luxemburgués ofrece bóvedas de grandes dimensiones, temperatura y humedad perfectas que, como dice su propaganda, “no son un cementerio” – porque los cuadros pueden quedar colgados para gozarlos sin apuros. Todo por unos 50 euros al mes por metro cuadrado, solo cuatro o cinco veces más que un buen piso en Madrid o Barcelona.

Y no solo hay pintura, por supuesto. También joyas, acciones, documentos, recuerdos, oro, plata, las botellas y quién sabe qué más. La empresa insiste mucho en que sus instalaciones no deben usarse para ocultar ni lavar trapos sucios, y que todo debe estar declarado y policías y aduaneros tienen derecho de registro. No se supone que lo ejerzan mucho. Son las ventajas de tener, aún sin tenerlo.

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