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DON DE GENTES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Humillados e indefensos

Somos muchos más los que quisiéramos pertenecer a un país que supiera honrar a los muertos sin fabricar conspiraciones

Elvira Lindo

Usted lo recuerda. Yo también lo recuerdo. Cuando pasa el tiempo cada uno rebusca en su memoria y cuenta el momento en que advirtió que algo tremendo acababa de pasar. Son esas narraciones orales que se rumian o se cuentan todos los 11 de marzo las que conforman una sinfonía expresionista de recuerdos que conmemora a las víctimas y transmite calor a sus seres queridos. Espero que sea eso lo que perciban los familiares de los muertos, al menos que lo sientan por encima de todo lo turbio que enfangó desde un principio la tragedia, que nuestro afecto limpio —libre de maniobras políticas, teorías conspirativas y una asquerosa voluntad de sacar provecho comercial del asunto— alivie su dolor sin consuelo.

Porque somos muchos más los que quisiéramos pertenecer a un país que supiera honrar a los muertos sin fabricar conspiraciones ni insultar a sus familias. Pero para que esas víctimas puedan encontrar reposo alguien tendría que pagar por una de las mayores estafas de la democracia: la alianza entre el Gobierno y unos medios de comunicación para escoger a los terroristas que más les convenían electoralmente. Hubo una estafa política. Y una moral. Una estafa de la que, me temo, jamás rendirán cuentas aquellos que intoxicaron la opinión de los ciudadanos: a unos, en las primeras horas del atentado; a otros, eso es más grave, le siguen poniendo la cabeza loca. Me considero, como la mayoría de los españoles, engañada en el primer turno.

Si Rajoy actuara como presidente marcaría una distancia entre los que sembraron mentiras y su actual Gobierno

El teléfono nos sacó del sueño aquel 11 de marzo, y como acababa de morir mi suegro dos días antes y aún teníamos el corazón sobresaltado por otra llamada que de madrugada nos había comunicado su muerte todo cobró un aire de extrañeza y tragedia. Un dolor se unió a otro, al dolor de otros. Y nos echamos a llorar. Nos sentamos en la cocina de la madre de Antonio, al calor de la mesa camilla. La radio sonaba en la cocina. La tele en la sala. Por la casa de la plaza de San Lorenzo, Úbeda, iban acudiendo familiares y amigos. Y aquello era un levantarse y volverse a levantar sin descanso para besar a unos y a otros, mezclando el duelo íntimo con otro colectivo del que no sabías qué decir o no querías decir nada.

Antes del mediodía sonó el teléfono. Era el jefe de Opinión de este periódico. Le pedía a Antonio un artículo sobre lo ocurrido. No era el mejor momento y hubo dudas y vacilación, pero también de pronto un deseo de compensación, de paliar un dolor y otro, de ponerse a trabajar como consuelo. Y sí, él creía que era ETA. Lo creía él, lo creía el jefe de Opinión que le encargó el artículo, lo creía Otegi, lo creía media España, lo creía yo, aunque luego hubiera ese tipo de listos que siempre saben todo desde primera hora, entre los cuales se encontraba el escritor Suso de Toro, que se encargó de difamar de manera tan torpe como siniestra a quien escribiera esa misma mañana aquel alegato de apoyo a las víctimas que, como tal, es inapelable.

Solamente mi padre, que se pasaba la vida atando cabos y tirando del hilo desde aquella oficina del servicio de inteligencia que era su domicilio, me dijo esa misma mañana que aquello no tenía pinta de haber sido perpetrado por los terroristas vascos. Le hice ese poco caso que suele prestarse a quien se distingue por ofrecer por sistema de cada asunto la versión más extravagante.

Antonio escribió su artículo, Con plomo en las entrañas, en medio de aquel intenso momento familiar. Era de alguna manera coherente que se lo pidieran a él y que él fuera quien tomara la pluma dado que se había distinguido en su rechazo a ETA y en su apoyo a las víctimas. Pero las horas fueron desmintiendo la versión del Gobierno y su presidente, Aznar, tan ufano como siempre se ha mostrado de cumplir con su deber hacia la patria, prefirió en este caso mentir con medias verdades a sus compatriotas, retrasar la información y alentar durante años las teorías de la conspiración.

Aún hoy, cuando la justicia ya ha esclarecido el caso y las dudas solo consiguen humillar a las víctimas, el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, expresa vaguedades sobre la búsqueda de la verdad, esa verdad que según muchos de ellos no está clara. ¿Qué piensa Rajoy de todo esto? Si actuara como presidente del Gobierno desmentiría de una vez para siempre toda esa madeja de patrañas; no solo lo merecerían las víctimas, también el resto de ciudadanos que fuimos engañados por el Gobierno de la nación, como así lo fueron los corresponsales que a la hora del cierre de sus periódicos no sabían si ser prudentes y aceptar la machacona versión oficial o comenzar a hablar de atentado islamista.

Así nos lo contó la corresponsal de Der Spiegel, que no se atrevió a contradecir al Gobierno español en su crónica y salió escaldada profesionalmente.

Si Rajoy actuara con la autoridad que le concede ser presidente marcaría una distancia entre aquellos que sembraron el caso de mentiras y su actual Gobierno. Pero no lo hará. Y con su silencio confirmará la idea de que en España se puede mentir desde el congreso o desde un medio de comunicación sin que los embustes tengan consecuencia alguna. Y no sé a usted, pero a mí la sola idea de que mentir es gratis me produce un profundo sentimiento de indefensión.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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