Europa
La impotencia de la política española ante el conflicto catalán está dando reiteradamente a la Unión Europea la última palabra
Sin sorpresa: la primera votación en el Congreso sobre el plan soberanista catalán se ha saldado con el rechazo por el 85% de los diputados. UPyD, a la caza del voto nacionalista español, ha provocado el adelanto de una respuesta cantada. Algo falla en el sistema político cuando un plan avalado por dos tercios del Parlamento catalán no merece el más elemental reconocimiento del Congreso: se le da con la puerta en las narices, sin apenas hablar.
Esta actitud da la razón a los que piensan que tarde o temprano este problema acabará en manos de Europa, que será la que impondrá la solución. La impotencia de la política española está dando reiteradamente a la Unión Europea la última palabra, a pesar de que unos y otros repiten que esta solo la tiene el pueblo soberano.
Esta semana, Guindos criticaba en Bruselas la austeridad a ultranza que ha dejado a los países de la periferia exhaustos. La frase tiene miga, primero, porque su Gobierno ha aplicado sin rechistar las políticas que Europa le ha impuesto: no hay alternativa, decía Rajoy. Y segundo, porque es el reconocimiento de que las políticas que el PP ha practicado han dejado al país extenuado. Cualquiera diría que Guindos tiene ganas de que le echen. Sin embargo, expresa muy bien la actitud del Gobierno: la culpa siempre es de otros; y las limitaciones de una política en crisis de representación, que las resuelvan otros.
Guindos expresa muy bien la actitud
En el conflicto catalán, la incapacidad de las dos partes de ponerse en el sitio del otro, de esforzarse en entender la realidad de cada cual, porque es más cómodo el recurso permanente a la retórica del amigo y del enemigo, pone de manifiesto que no existen los protocolos de comunicación necesarios para abrir un escenario de negociación. Los partidos españoles dicen: “No podemos movernos un centímetro porque nos echan”. Los partidos soberanistas catalanes responden: “No podemos dar marcha atrás porque la ciudadanía se nos lleva por delante”. El rechazo es la única forma de diálogo existente. Nadie es capaz de explorar lo que podría ser un lugar de encuentro: una relación de tipo confederal, con Cataluña como Estado libre asociado, que implicaría su reconocimiento pleno como sujeto político.
Los problemas indivisibles —y este lo es— en democracia solo se resuelven con el voto. Tarde o temprano, Cataluña acabará votando. El rechazo al referéndum no impedirá que los catalanes expresen su posición en unas elecciones autonómicas. Y, en función de los resultados que se den, si España sigue siendo impotente para resolver el problema por sí sola, Europa intervendrá y marcará el camino. Antes que excluir a Cataluña (como repite el discurso del miedo), Europa intentará buscar una salida, porque no tiene ningún interés en tener otro foco de conflicto permanente. Y España habrá hecho el ridículo porque la intransigencia —que la votación del Congreso prefigura— habrá bloqueado cualquier salida pactada.
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